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procopio: café filosófico

El Señor de los Anillos

Durante unos meses fui entrenador de baloncesto de un equipo de instituto. Modestia aparte, hice un gran trabajo. Al principio los chicos no sabían ni botar el balón, de hecho botaban con el brazo izquierdo escondido detrás de la espalda, como si lo tuviesen atado y solo pudiesen botar con la derecha. Mi primera decisión fue desatarles ese brazo, quitarles las cadenas, y que empezasen a botar con ambas manos. Acto seguido los hice abandonar la idea de que los entrenamientos se basaban en lanzar tiros libres. Para empezar, les hice correr un poco, entrenamiento físico básico, luego les hice agachar el culo y correr por la pista en posición defensiva. Luego ya pudimos tocar balón. Primera lección: el pase. Segunda lección: la entrada a canasta. Tercera lección: el pase y la entrada a canasta, la típica rueda de antes de los partidos. Los chicos aprendieron rápido. 

Más adelante, les hice correr botando el balón con ambas manos esquivando unos conos. Finalmente, entrada a canasta con reverso. Después del primer partido, que perdimos haciendo el ridículo por toda la pista, me di cuenta de la importancia del rebote. Así que añadí a los ejercicios básicos el de lanzar al tablero y coger el rebote. Es un ejercicio que Scariolo, dos veces campeón de Europa con la selección española, hace realizar a sus pupilos antes de los partidos. De los chicos del IES La Torreta, de edades comprendidas entre los 16 y los 18 años, solo dos habían jugado antes al baloncesto de una forma mínimamente seria. Otro había practicado el balonmano. Los demás, nada de nada. Bueno, después de los prácticas básicas, a las que añadí el tiro de media distancia, empezamos a jugar partidos, por lo que hube de decidir quién jugaba de base, quién de escolta, quién de alero, quién de ala-pívot y quién de pívot. Los dos chicos que habían jugado anteriormente al basket eran escolta y pívot respectivamente. El primero era de Senegal, el segundo oriundo de Elche. En fin, de la nada construimos un equipo y hasta que el director del instituto me echó por insana envidia, logramos un récord de 5-5 en diez partidos. Puede parecer poco, pero vencimos al segundo mejor equipo de la liga por 23-19 y solo perdimos de siete puntos frente a los que posteriormente fueron los campeones, quienes solían ganar todos sus partidos por más de veinte puntos. Creo que en la segunda vuelta podríamos haberlos ganado y habernos llevado el campeonato en una final four.

Intenté implantar ante todo un espíritu de equipo basado en el compañerismo y en el amor al baloncesto. Con el tiempo, los dos bases aprendieron a dirigir al equipo bajo la presión del partido; nuestra estrella, el escolta de Senegal, seguía metiendo puntos; nuestros pívots reboteaban mejor y también eran capaces de anotar desde media distancia y no solo bajo la canasta, y defensivamente hacíamos una zona presionante que nos permitía robar balones y salir al contrataque. También hicimos ejercicios de coger el rebote defensivo, para lo cual me basé en unos videos de Bill Russell y Red Auerbach que encontré en YouTube.

Nuestra jugada principal en ataque era un remedo del triángulo ofensivo de Phil Jackson, que permitía a nuestro escolta anotar penetrando o lanzando desde lejos, y pasarse el balón entre los pivots sacando faltas o logrando canastas fáciles. El jugador que más evolucionó fue un chico oriundo de Nigeria, apasionado del fútbol, que antes de participar en el equipo no había tocado un balón de baloncesto. Era muy buen chico y aprendió rapídisimo, entendiendo muy bien el juego del baloncesto: "¡manos fuertes!", solía gritar en los entrenos. No era Olajuwon, porque de hecho jugaba de 2 o de 3, pero en los últimos partidos que pude dirigir las enchufaba para dentro limpiamente como si tal cosa. Yo no sé si los negros son superiores a los blancos en casi todos los deportes, sí sé de qué eran capaces los dos negros con que contábamos en los así llamados Dátiles de la Torreta.

Vestíamos un uniforme amarillo pálido con ribetes negros. Ya digo que hubiésemos salido campeones si nos hubiesen dejado crecer. Qué nostalgia me invade de aquellos meses y cuánto pagaría por volver a entrenar a baloncesto. En fin.

Todo esto viene a cuento porque acabo de leer Once anillos, el segundo libro de Phil Jackson escrito con Hugh Delehanty tras Canastas sagradas, que también leí hace un tiempo en su versión original en inglés. Los dos libros de Jackson tratan de lo mismo, esto es, de la vida y del baloncesto. Son un compendio de las lecciones que nuestro particular Maestro Zen del baloncesto ha aprendido a lo largo de sus años como jugador y entrenador y que ahora nos transmite como enseñanzas. Jackson es hijo de su tiempo, heredando el corazón de su padre y la mente de su madre, devotos cristianos pentecostales, de los que sin embargo se separó buscando su propia orientación espiritual. Los movidos años 60 y sus secuelas setenteras. Es ahí donde aparece el budismo, el taoísmo y otras sabidurías orientales, que ya Thoreau, en Walden, celebraba con elogios desmesurados.

Luego está el baloncesto, y la aplicación del budismo al juego profesional de la NBA. Antes, Jackson había estado en la CBA, actualmente Liga de Desarrollo, y antes incluso había ganado dos anillos de campeón de la NBA como jugador de los New York Knicks. Por lo tanto, el señor Jackson tiene trece anillos y no once como reza el título de su último libro, que obviamente, pues, solo trata de sus anillos conseguidos como entrenador, seis con los Chicago Bulls de Michael Jordan, al que Jackson apoda Miguel Ángel, y cinco con los famosos Lakers de Los Ángeles.

"The basic point: awareness is everything". Vaciar la mente, abrir el corazón, focalizarse en el momento presente, tales son las enseñanzas del budismo sobre las que Phil Jackson reflexiona largamente en este libro. A ello cabe añadir el espíritu guerrero de los Nativos americanos y otras aportaciones de la psicología humanística occidental, como la de Maslow. El libro es también un manual sobre liderazgo. En cuanto al baloncesto, Jackson se centra en cómo hacer de un buen equipo un equipo campeón. Y la enseñanza básica es: cómo pasar del yo al nosotros, como cooperar en libertad, como lograr una armónica identidad grupal. Muchas son las contribuciones del Maestro Zen del basket a este respecto, y harán bien en leer el libro para descubrirlas.

Pero me parece que la última gran lección de Phil Jackson no es otra que la siguiente, tanto más útil cuanto que proviene de alguien que ha sido un ganador nato en su vida y en el baloncesto: "La obsesión por ganar es el juego de los perdedores: lo máximo que podemos esperar es crear las mejores condiciones posibles para el triunfo... y atenernos al resultado". Que así sea, Phil.

Simpatía por Adam Smith

"No fueron, al principio, santos de mi devoción", así canta Loquillo en la canción Simpatía por los Stones. Lo mismo podría decir yo de Adam Smith. Siendo joven, escribí una reseña de su libro La teoría de los sentimientos morales para la revista Lateral, pero lo cierto es que no me había acabado de leer el libro entero. Critiqué el desvarío neoliberal, en otros sitios publiqué cosas contra el llamado neoliberalismo, contra la economía política, etc. Estaba equivocado.

Hoy ya sé qué es eso que, repito, llaman neoliberalismo. He leido a Milton Friedman. Y acabo de terminar La teoría de los sentimientos morales de Adam Smith. No fue al principio santo de mi devoción, pero hoy, ahora, no puedo sino sentir una enorme y cómplice simpatía por su obra y por su personaje. ¡Simpatía por Adam Smith! Quizá algún lector me pregunte por qué. Le contestaré con la misma música que utiliza Loquillo para proclamar su simpatía por The Rolling Stones: porque, a pesar de todo, estuvieron ahí desde el principio y reflejan como pocos la pasión del rocanrol, o, en el caso que nos ocupa, la pasión por la filosofía moral.

En concreto, desde hace ya un tiempo, siento simpatía por el libre mercado, por lo que Ayn Rand llamaba el capitalismo de laissez faire, que Thatcher llamaba capitalismo popular, por la libertad de empresa, por los tratos voluntarios, por el Estado mínimo. En concreto siento simpatía por esta moral smithiana de la simpatía, del espectador imparcial bien informado, del hombre ideal dentro del pecho, de la corrección y de la aprobación, del sentido común escocés. La mano invisible sigue sin convencerme, ¡pero entre filósofos nos lo perdonamos todo!

Siento simpatía, en fin, por la economía, de cuya ignorancia dolosa se ve afectado en España incluso un personaje tan ilustre como Savater, que no solo debería rechazar las preguntas sobre matemáticas sino asimismo, pues, las de economía y sociedad. El que forma parte de la Ilustración es Smith, no Marx, quien cita a Voltaire es Smith, no Marx. Por mi parte, para acabar, no puedo dejar de sentir simpatía por las justamente famosas palabras de Smith en La riqueza de las naciones. Reciten todos conmigo: "No es la benevolencia del carnicero, el cervecero o el panadero lo que nos procura nuestra cena, sino el cuidado que ponen ellos en su propio beneficio". Simpáticas palabras. 

El finalismo, asilo de la ignorancia, según Spinoza

Critiqué en su día la moral europea kantiana fundamentada en un Dios kantiano en contraposición a la moral pragmatista norteamericana. Si alguien comprendió aquella nota que versaba sobre la relación entre Locke y Spinoza, hoy podrá comprender mejor en qué sentido atacaba yo al Dios kantiano.

Dice Spinoza, en el Apéndice de la Parte I de su Ética, después de resumir su concepto de Dios: "Todos los prejuicios que intento indicar aquí dependen de uno solo, a saber: el hecho de que los hombres supongan, comúnmente, que todas las cosas de la naturaleza actúan, al igual que ellos mismos, por razón de un fin, e incluso tienen por cierto que Dios mismo dirige todas las cosas hacia un cierto fin, pues dicen que Dios ha hecho todas las cosas con vistas al hombre, y ha creado al hombre para que le rinda culto. (...) Y así este prejuicio se ha trocado en superstición, echando profundas raíces en las almas, lo que ha sido causa de que todos se hayan esforzado al máximo por entender y explicar las causas finales de todas las cosas".

Vuelvo sobre la Ética de Spinoza porque me parece que este es uno de los puntos fundamentales en los que todos los lectores podemos estar de acuerdo sobre lo que quiere decir Spinoza cuando escribe lo que escribe. No hay lugar aquí para demasiadas discrepancias de interpretación. La "voluntad de Dios, ese asilo de la ignorancia" es frase literal de este Apéndice de la Parte I, y por tal debe entenderse la superstición de otorgar a la naturaleza un fin prefijado. Acto seguido Spinoza llama ficciones a las causas finales. Estas privan a Dios de perfección y además conducen al escepticismo.

Insiste Spinoza más adelante en el Prefacio de la Parte IV de la Ética: "Hemos mostrado, efectivamente, en el apéndice de la parte primera, que la naturaleza no obra a causa de un fin, pues el ser eterno e infinito al que llamamos Dios o Naturaleza obra en virtud de la misma necesidad por la que existe. Hemos mostrado, en efecto, que la necesidad de la naturaleza, por la cual existe, es la misma en cuya virtud obra (Proposición 16 de la Parte I). Así pues, la razón o causa por la que Dios, o sea, la Naturaleza, obra, y la razón o causa por la cual existe, son una sola y misma cosa. Por consiguiente, como no existe para ningún fin, tampoco obra con vistas a fin alguno, sino que, así como no tiene ningún principio o fin para existir, tampoco los tiene para obrar".

Esta crítica del prejuicio finalista o teleológico forma parte también de los principios del spinozismo que quería trasladar con las propias palabras de Spinoza.

Spinozismo explicado por el propio Spinoza

En otra nota más extensa, vengo de describir mi relectura de la Ética de Spinoza, sin citas textuales ni comentarios de expertos, solo reseñando mi absoluto parecer de semejante relectura. Pero he pensado que sería útil dejar constancia una vez más en este libro de lo que significa el spinozismo, y esta vez por boca o mejor dicho por mano del propio Spinoza.

Transcribo literalmente del último Escolio de la Parte II de la Ética, en concreto del Escolio de la Proposición XLIX cuyo Corolario reza: "La voluntad y el entendimiento son uno y lo mismo". Bien, cito textualmente: "Queda solo por indicar cuán útil es para la vida el conocimiento de esta doctrina, lo que advertiremos fácilmente por lo que sigue, a saber: 1º En cuanto nos enseña que obramos por el solo mandato de Dios, y somos partícipes de la naturaleza divina, y ello tanto más cuanto más perfectas acciones llevamos a cabo, y cuanto más y más entendemos a Dios. Por consiguiente, esta doctrina, además de conferir al ánimo un completo sosiego, tiene también la ventaja de que nos enseña en qué consiste nuestra más alta felicidad o beatitud, a saber: en el solo conocimiento de Dios, por el cual somos inducidos a hacer tan solo aquello que el amor y el sentido del deber aconsejan. Por consiguiente (...) la virtud y el servicio de Dios son ellos mismos la felicidad y la suprema libertad. [Esto en contra de la idea de un Dios recompensador de virtudes]." En el punto 2º viene una suerte de enseñanza estoica sobre "cómo debemos comportarnos ante los sucesos de la fortuna". En el punto 3º viene la explicación de en qué es útil esta doctrina, lo que llamo spinozismo, para la vida social. Y finalmente en el punto 4º Spinoza dice: "Por úlimo, esta doctrina es también de no poca utilidad para la sociedad civil, en cuanto enseña de qué modo han de ser gobernados y dirigidos los ciudadanos, a saber: no para que sean siervos, sino para que hagan libremente lo mejor".

Por lo antedicho, vemos claramente las dos o tres principales nociones del spinozismo y que, como dije en la nota más extensa, un spinozismo contemporáneo debería asumir plenamente y no ocultar parcialmente por conveniencias ideológicas. El spinozismo no es una religión ni una ideología, sino una filosofía muy concreta de la libertad. La primera idea fundamental del spinozismo es el amor intelectual a Dios, el amor divino o felicidad, como dice Spinoza hacia el final del libro, como suprema libertad del hombre. La segunda idea fundamental se deriva de esta y es que tal felicidad es la virtud misma, no habiendo recompensa para el servicio de Dios como si de una esclavitud se tratase, sino siendo la virtud, como digo, la beatitud misma del hombre y su suprema libertad. Y la tercera idea fundamental, necesariamente ligada a esta idea de libertad, es la defensa de la democracia, en el sentido de que el Estado debe tratar a los hombres como ciudadanos libres capaces de lograr esta virtud y no como siervos. 

Vemos, pues, cómo se interrelacionan en el spinozismo el conocimiento de Dios, la libertad y la democracia. Una libertad y democracia contemporáneas que prescindieran de este amor divino prescindirían así de su fundamento mismo, y se convertirían en palabras fetiche sin sustento ni aliento verdaderos. Quizá es lo que ocurre cuando se realiza esta operación creyendo que Dios, al menos el Dios de Spinoza, no tiene cabida en el mundo contemporáneo, perjudicando lo que hoy se suele llamar "calidad de la democracia" así como la misma libertad. En este sentido, "profundizar en la democracia", otra cantinela que suena en nuestros días, sería cavar el hoyo de la estrecha servidumbre que ya no conoce ni ama a Dios en libertad más bien que ampliar el horizonte de nuestras democracias. En fin, para que esto no ocurra y para que estas frases dejen de ser mercancía averiada, he creido oportuno dejar constancia una vez más, y esta vez mediante la pluma del propio Spinoza, de en qué consiste el auténtico spinozismo.

"Ética" releída según mi leal saber y entender

"Mas no por ello dejamos de sentir y experimentar que somos eternos", Spinoza

Cuando cumplió los 40 años, Emerson tradujo la Vita nuova de Dante. Era una manera de volver a empezar. La mía ha sido releer la Ética de Spinoza, siendo la primera vez que releo un libro, incluyendo los que no son filosóficos.

"Nadie entre sin saber geometría", rezaba el lema de la Academia de Platón. Pues me temo que yo no podría haber entrado. Además, sé muy poco latín y nada de griego. ¡Ni siquiera soy licenciado en filosofía! Malamente podría haber sido yo un filósofo, al menos un filósofo académico. Aun así, entré, aun recuerdo, a las clases del profesor Gómez Pin en la UAB para preparar mi tesis doctoral sobre una idea trágica de la democracia en relación con la naturaleza de la filosofía misma, y allí estaba la pizarra llena de números, operadores cuánticos y otras cosas por el estilo. No entendí nada, pero al menos eso entendía a la manera socrática, y de allí salí sin embargo con una ligera idea de las cosmologías de Aristóteles, Galileo, Newton y Einstein, lo cual había sido mi intención desde el principio: no afirmar nada en mi tesis que pudiera contravenir los axiomas básicos de la física matemática de hoy y de la de antaño.

Entré y salí, como digo, y me doctoré en filosofía, yo, que soy un simple licenciado en derecho. Antes del doctorado había seguido durante un par de cursos una maestría en humanidades, y eso es todo. Por aquel entonces fue cuando leí por primera vez la Ética demostrada según el orden geométrico de Benedictus de Spinoza, obra que, como he dicho, acabo de releer casi 20 años después.

Quizá el lector me preguntará, ¿y qué tal ha sido la experiencia de releer? Pues bien, le contestaré, ha sido más o menos como me la habían explicado. Releer, no había releído entero nunca nada, por ejemplo, no he releido los muy releibles Ensayos de Montaigne, ni las obras de Nietzsche (todo lo más acabé por leer la breve biografía que en su día le dedicó Miguel Morey). No encuentro la necesidad de volver sobre esos estupendos libros. En cambio, con Spinoza, sentí dicha necesidad, y en concreto respecto de su obra mayor, la Ética, por los motivos que en seguida expondré. De modo que mi vida nueva, ahora que hace 20 años que tengo 20 años, como diría el cantante, la he fundamentado en la relectura pormenorizada del gran libro spinoziano, escrito por el autor según el orden geométrico y releído por mí según.... mi solo y leal saber y entender, que no es mucho aunque creo suponer que suficiente.

Al principio había pensado titular esta nota del siguiente modo: "Ética releída según el orden cuántico", pero ni sé mecánica cuántica más allá del principio de indeterminación de Heisenberg y, nominalmente, de la constante de Planck, ni quería precisamente que mi relectura de Spinoza fuese "contemporánea", sino justo todo lo contrario. A fin de cuentas sentía la necesidad de leer a Spinoza literalmente, sin comentarios de exégetas, sin notas a pie de página, sin interpretaciones de ningún tipo, etcétera. Quería leer simplemente lo que Spinoza escribió y según lo escribió. Y así lo he hecho y animo al lector a hacer. ¿Cómo ha sido mi reencuentro con la Ética? Pues más profundo y rico que el primero, que me resultó un poco decepcionante. No es que no haya aprovechado su primera lectura en mis trabajos académicos o en mi vida, pero precisamente la noción principal del libro, que es la de Dios, estuvo ausente de mi primera toma de contacto y de mi uso posterior de la obra de Spinoza.

Ahora he vuelto a Spinoza y por la puerta grande, es decir, por la primera de sus grandes puertas, que es la de Dios, el conocimiento de Dios o el amor intelectual a Dios y la estrecha, necesaria, relación que mantienen con la otra gran puerta de la obra, que es la de la libertad o felicidad del hombre. Esas cosas que en las lecturas contemporáneas de Spinoza se soslayan en aras de un vacuo laicismo o en aras de un misticismo seudonaturalista que, me temo, no tienen mucho que ver con las tesis que Spinoza dejó muy arduamente escritas en su obra mayor. Voy a indicar para acabar algunas de estas tesis, que en esta segunda lectura de la Ética se me han revelado cristalinas.

La primera de ellas se encuentra en el Apéndice de la Parte I y en el Prefacio de la Parte IV. Todo el mundo estará de acuerdo en que en esos párrafos Spinoza ataca y destruye lo que para él es el único prejuicio insostenible de todas todas, el prejuicio del finalismo en Dios o la Naturaleza. Aquí no caben interpretaciones porque Spinoza es sumamente claro (de paso me permito apuntarme un tanto en mi interpretación juvenil de la Ética, en el sentido de que esta claridad y distinción la percibí tal cual en mis años mozos y así la dejé patente en mis trabajos).

La segunda tesis se encuentra en el último Escolio de la Parte II, y es referida a qué debemos entender por spinozismo (o doctrina que Spinoza sostiene en su Ética), y en qué sentido es útil para la vida y la libertad de los hombres. Aquí Spinoza se adelanta a lo que dirá en la Parte V y última de la Ética y es también sumamente claro. Debo decir que a día de hoy me resulta mucho más inteligible que en mi juventud lo que significa el spinozismo y por qué es una filosofía de la felicidad, y en qué sentido.

Luego, en la parte III, que junto a la Parte IV, son las dos más extensas del libro, Spinoza sostiene que solo hay tres afectos primarios o primitivos, de los que derivan todos los demás, y son el deseo, la alegría y la tristeza. En la Parte IV, tras haber hablado de los afectos (la palabra "encuentro" no aparece por ningún lado en la Ética), Spinoza sostiene que la virtud suprema es el conocimiento de Dios, y que es este conocimiento el que hace libre al hombre, hombre libre que según una de las proposiciones de esta parte en nada piensa menos que en la muerte y cuya toda sabiduría es una sabiduría de la vida. Es esto lo que me parece que hay que volver a tomarse en serio en Spinoza, el amor intelectual a Dios, que no puede esforzarse en que Dios le ame a él, pero que es uno y lo mismo con el amor de Dios a los hombres. ¿Por qué nadie se toma en serio el concepto de Dios de Spinoza, y se lo reduce a una Naturaleza panteísta o simplemente se lo excluye de toda consideración moderna, esto es, actual del spinozismo? Me parece que hay que volver a tomarse en serio el Dios de Spinoza stricto sensu para precisamente potenciar todo lo útil y hermoso del spinozismo, y no sostener un spinozismo contemporáneo que permanecería infértil por ocultar a Dios, etc. La idea de Dios spinoziana no es imposible de entender, es más, yo diría que es lo que mejor se entiende de la Ética, llena aquí y allá de razonamientos o ejemplos sumamente complejos que son difíciles de comprender.

Según mi leal saber y entender, cualquiera puede entender sin mucho esfuerzo a un Dios, sí, Dios en mayúsculas y con sus cuatro letras, ajeno a cualquier finalismo y que, sin embargo, es la base de la felicidad humana, felicidad o salvación que de ningún modo excluye el papel de la religión y de la moralidad verdaderas en la determinación recta de la conducta humana. Otra cosa que un spinozismo contemporáneo leal debería tomarse en serio es todo lo que Spinoza afirma sobre el tercer género de conocimiento ("ciencia intuitiva" en mi traducción), sobre la perspectiva de la eternidad y sobre la parte del alma que sería eterna más allá de la muerte del cuerpo. Este pensamiento paradójico es quizá lo más profundo del spinozismo, la idea según la cual participamos eternamente de la naturaleza divina.

¿Suena esto demasiado religioso o teológico a nuestros oídos? ¿Por qué entonces el anti-Cristo dionisíaco de Nietzsche veía a Spinoza como su "precursor"? Me parece que el spinozismo contemporáneo debería encontrarse en un punto intermedio entre el servilismo a la teología, que nadie desea, y el ateísmo ignorante que demasiada gente profesa, para restaurar a Dios en el mundo actual en aras precisamente de la libertad y de la democracia.

Me había propuesto citar algunos textos de la Ética de Spinoza aquí, pero voy comprendiendo ya que va siendo hora de escribir algo sin citar textualmente nada. Supongo que es la madurez, y que es la mejor forma de que ustedes lean por sí mismos la a veces imposible de entender pero otras veces perfectamente comprensible Ética de Spinoza. Así sea.

Enseñar Historia

Como ya he dicho, y el lector, si es que hay alguno, ya sabrá, estoy profesando este curso 13-14 en un centro de adultos donde no se enseña filosofía. Las materias que imparto son Historia, Geografía y una asignatura extraña llamada Mundo del Trabajo (cómo encontrar empleo y no morir en el intento). Dado que la Historia ha sido desde siempre mi asignatura favorita, estoy globalmente contento del curso que está acabando, y ayer mismo terminé de leer la voluminosa Historia de la Guerra del Peloponeso de Tucídides, prosa clásica donde las haya.

Lo primero que puedo decir es que, en efecto, tal como decía Foucault, en la Historia se está menos solo que en la Filosofía, lo cual es un alivio. Lo segundo que puedo decir es que en una escuela de adultos los debates son más o menos plausibles, porque los alumnos, si bien poco formados, son adultos, cosa que no ocurre en un IES, donde se quieren hacer debates que resultan más bien en un guirigay y en una excusa para no trabajar. Lo tercero que quería señalar son algunas breves reflexiones sobre el hecho de enseñar Historia (en concreto estoy enseñando historia contemporánea) a la luz de la experiencia adquirida en este curso.

Lo arduo en Historia es la relación entre acontecimientos, datos, personajes, etc. En esto se nota que no soy historiador de formación, si bien mi formación filosófica me ha servido en ocasiones para elevar el vuelo de la explicación por encima de las frías narraciones historiográficas. Si la Historia es maestra de la vida, la Filosofía sigue siendo en este sentido maestra de la Historia y de paso de todo lo demás. Por ejemplo, a la hora de explicar los nacionalismos del siglo XIX o el día después de la victoria alemana en la guerra franco-prusiana de 1870, mi conocimiento de la obra de Nietzsche prolongó lo que hubiera sido un simple registro historiográfico para convertirlo en un registro al fin y al cabo moral. Es este registro, si bien siempre atento a aquellos corsi e recorsi históricos de Vico, el que permite entender -y de paso prevenirse- y no solo conocer la Historia.

La Historia es maestra de la vida porque la vida es relación y, si hacemos caso a Dewey, porque todo conocimiento es relacional. La capacidad historiográfica de relacionar todos los datos, hacer encajar el puzzle, por así decir, refleja la complejidad misma de cualquier vida humana, y por eso es tan útil y tan bonita la Historia. Y enseñarla, explicarla, hacerla inteligible, desde la revolución industrial, la independencia de los EEUU y la revolución francesa hasta la II Guerra Mundial, está siendo mi pequeño placer filosófico en este raro curso en una escuela de adultos de Elche.

Carta a Spinoza

Querido Bento,

acabo de leer tus obras Tratado de la reforma del entendimiento, Principios de la filosofía de Descartes y Pensamientos metafísicos, que son algo así como tu tesina y tu tesis doctoral. Te escribo recién cumplidos los 40 años, sabiendo que tristemente tú no pudiste ni cumplir los 45.

Cuando estaba leyendo tus primeras obras, y comprobando que, tristemente, carezco de la capacidad de raciocinio que tú tenías, me he acordado de cuando era pequeño y nos llevaron al Museo de la Ciencia de Barcelona, donde nos mostraron todo aquello de las esclusas de Amsterdam, tu ciudad natal. Tengo ganas de volver a ver el cielo que te vio nacer y morir, esta vez si puede ser sobrio, porque la primera vez y única hasta la fecha fui acompañado de un amigo haciendo un on the road Barcelona-Amsterdam-Barcelona, cruzando nuestra querida Francia por París, más bien llenos de ebriedad.

No sé muy bien por qué te escribo, pero siento la necesidad de hablarte como amigo, personalmente, de tú a tú, como se suele decir. No tengo muchas cosas que contarte, trabajo, lecturas, familia, deportes, poco más. Pero he pensado que de esta forma la gente podría acercarse a ti sin miedo y lograr lo que pides en tu Tratado de la reforma del entendimiento, compartir tu entendimiento de la Naturaleza, y así gozar juntos "eternamente de una alegría continua y suprema".

Me ha gustado mucho todo lo que escribes de Dios. Ya sabes que dicen que eres ateo, y otro filósofo, alemán, apellidado Hegel, te llamó "acosmista". Bien está. Pueden quedarse con su sistema, nosotros nos quedamos con Dios o, como dice la gente, en Dios. ¿Qué dices tú? Habla, Bento, pues vivimos en una época, año 2014, en la que está legalmente sancionada la libertad de pensamiento y de expresión. ¿Cómo te va la vida? Deseo de todo corazón que allá donde fuere te vaya bien, que puedas seguir "pensando en la Naturaleza", como diría nuestro querido Lucrecio, gozando de aquella alegría de vivir continua y suprema, bien cierto frente a tantos males inciertos.

También leí hace un tiempo tu obra Gramática hebrea. Supongo que te habrán dicho que Israel es hoy en día un Estado democrático en la antigua Palestina, con capital en Jerusalén. Me gustaría ver Jerusalén algún día también. La esperanza de Israel se cumplió pero a un precio quizá demasiado elevado, Bento, ya conocerás la historia de los millones de tus congéneres asesinados en cámaras de gas. ¡Ultimi barbarorum!

Bueno, Bento, me despido por hoy. Que descanses bien. A ver si pronto te visito en tu propia casa de Rijnsburg. Saludos a tus anfitriones.

Adiós, amigo.

Thoreau o la extravagancia necesaria

"Amo lo salvaje tanto como el bien", Thoreau

 

No he podido esperar ni un día. Esta tarde he acabado de leer Walden, de Henry David Thoreau. Ya saben, el escritor trascendentalista norteamericano que en 1845 se fue a vivir dos años a una cabaña por él mismo construida junto al lago Walden, a tres kilómetros de Concord, su villa natal, en el estado de Massachussets, Estados Unidos. ¿Qué decir de este asombroso libro? Pues lo primero, recomendar su lectura. Lo segundo, manifestar cierta irritación por su detallismo naturalista. Lo tercero, sacarse el sombrero. Thoreau no es un gran escritor, no, es un escritor, como él diría, heroico.

Sobre el significado del libro no diré mucho más, dado que hay expertos en la materia mucho más duchos que yo. Lo que sí quería escribir aquí hoy es algunas dudas que la lectura de Walden me ha dejado, añadidas a las que me dejó hace algunos días la lectura de su célebre ensayo Desobediencia civil. Y ambas tienen que ver con la "extravagancia", palabra que Thoreau utiliza en Walden y que tiene que ver con el asunto de la obediencia a la ley. Veamos.

Dice el escritor trascendentalista al final de su gran libro que teme no haber sido suficientemente extravagante. ¡Suficientemente! Lo has sido, Thoreau, lo has sido. Por esa parte, ningún problema. Pero esto de la extravagancia me recuerda aquello que decía Montaigne, que odiaba -no sé si utiliza esta dura palabra- la extravagancia. 

Pero vayamos a la cuestión de la ley. Mis dudas respecto a la res privata y a la "mayoría de uno" o a las "leyes más altas" de Thoreau también son similares a las de Montaigne cuando afirmaba: "Las leyes no se cumplen por ser justas, sino por ser leyes". Y es que no sé hasta qué punto Thoreau era consciente de que, en efecto, hay una distancia -democrática- entre la ley y la realidad, y que esa distancia es precisamente la que nos permitiría en su caso desobedecer a la ley. Algo de esto, instando al desobediente a participar en el cambio de la ley, expuse yo mismo en mi Ensayo sobre el sentido común (me hubiese gustado leer entonces el famoso escrito de Thoreau).

¿Montaigne contra Thoreau, pues? No. Mejor, en mi caso, Montaigne antes que Thoreau. Pero sí creo que hay una lección inolvidable en la vida y en la obra del joven escritor estadounidense, un valor que sirve para medir hasta qué punto puede ser injusta una ley, y hasta qué punto debemos salvar nuestra alma sean cuales sean las circunstancias. Es lo que llamaré, para acabar, la lección de la extravagancia de Thoreau.