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procopio: café filosófico

Un anillo para la historia

Todavía con el eco de la batalla resonando en mis oídos, tengo que hablar de las Finales de la NBA que, oh sorpresa, enfrentaron a mis Golden State Warriors, ¡a la postre campeones!, y a los Cleveland Cavaliers de Lebron James. Cómo no hablar de unas finales que han sido las más vistas desde las de los Bulls de Jordan en el 98, y las más vistas desde que las finales las retransmite la cadena de televisión estadounidense abc, esto es, desde 2003: una media de 19.939.000 de espectadores y un 11,6% de rating. Pueden parecer pocos al lado de los 100 millones que cada año siguen la Superbowl, pero, insisto, desde los últimos Bulls de Jordan no se veía literalmente nada igual.

Y es que el año para mis Golden State Warriors ha sido glorioso, redondo, único. Ya he hablado en otra estampa de su fortaleza en los números (strength in numbers fue el lema escogido para estos playoffs) de la temporada regular, encumbrada finalmente por el anillo de campeones. Campeones de la NBA o, como se decía antes, world champions.

En efecto, como campeones del mundo llegaron los integrantes de la fabulosa plantilla de los Warriors al aeropuerto de la bahía de San Francisco, con Curry saliendo el primero del avión enarbolando el trofeo. Una imagen así solo me trae a la memoria la Copa del Mundo que ganó España en Sudáfrica y su recibimiento estelar en Barajas. Lo máximo.

Y como no podía ser de otro modo, los Warriors han sido campeones contra todo pronóstico. Al inicio del curso baloncestístico, la consecución del anillo por parte de la franquicia de Golden State se pagaba 25-1 en las casas de apuestas de Las Vegas. En mi pronóstico de octubre, los nombré como gallitos del Oeste pero poco más. Un 25-1 a inicios de la temporada es más de lo que se pagaba por el anillo que consiguieron los Dallas Mavericks en 2011. Ha sido, por tanto, la mayor sorpresa de los últimos diez años.

Sorpresa relativa, claro está, visto lo visto en la regular season. De hecho, los Warriors han partido como favoritos en todas las eliminatorias por el título, y eso ha sido un hándicap más que otra cosa. En el primer partido de primera ronda perdieron en el último cuarto una ventaja de 25 puntos contra los Pelicans de Nueva Orleans que, de la mano de Davis, a punto estuvieron de dar un susto en la cancha del Oracle Arena de Oakland. Se desató entonces un debate sobre el grado de experiencia de los jugadores de los Warriors. Cuando llegaron a la final, salió el dato de que ninguno de ellos había jugado nunca una final. Eso explica un poco lo que ocurrió. Pero antes los Warriors tuvieron que lidiar con los feroces Grizzlies de Memphis, que se llegaron a colocar 1-2 en la serie, y con los Rockets de Houston. 

En todas estas eliminatorias, Stephen Curry, el base de Golden State nombrado MVP de la temporada regular, brilló con casi 30 puntos de media por partido. Sus triples han pasado a la historia como sin duda los más bellos jamás vistos. Y su efectividad es incomparable, como vamos a ver.

Soy de los Warriors desde la época del récord de Sleepy Floyd en unas semifinales de conferencia de 1987 contra los Lakers. Eran los primeros playoffs, si digo bien, desde la época de Rick Barry. Todavía el logo era el del estado de California con la estrella a la altura de San Francisco. Hoy el logo es el puente más famoso del mundo, el Golden Gate en la apertura de la bahía de la ciudad del norte de California. Después del breve periodo del base adormilado, llegaron los dos años del Run TMC, nombre que se le dio al trio formado por Chris Mullin, nuestro eterno número 17 que ya jugaba con Sleepy Floyd, Richmond y Hardaway debido a su baloncesto rápido y ofensivo, semejante a la música de un grupo de rap del mismo nombre Run TMC. Jugaron playoffs. Fueron los últimos hasta el año del We believe. La historia de los Warriors ha sido, como se ve, más bien tristona desde el anillo de 1975. Aun así en Oakland siempre se ha amado el baloncesto y su cancha fue siempre de las más calientes de la NBA.

De modo que me agarraba al récord de Sleepy Floyd de 1987 o me ilusionaba con el Run TMC de principios de los 90, pero estuvimos sin playoffs hasta la temporada del We believe, cuando por primera vez un equipo que había quedado 8º en temporada regular eliminaba a un 1º al mejor de siete partidos. Este equipo fueron mis Golden State Warriors, con el base Baron Davis a la cabeza, y batieron nada menos que a unos Dallas Mavericks que habían logrado un récord de 67-15 (victorias-derrotas), justamente el mismo récord que este año lograron los Warriors de los Splash Brothers. Aquel año fue 2007 y lo sentí por Dirk Nowitzki, pero es que mis Warrriors son mis Warriors. Supuso el resurgir de la franquicia, si bien de aquel equipo no queda nadie hoy en día. Solo fue en 2009 cuando Golden State seleccionó en el draft al base Stephen Curry en el puesto número siete. Este año ha sido el merecido MVP.

La contratación del entrenador novato y exjugador Steve Kerr ha sido la clave que ha permitido dar el salto definitivo. Con el anterior entrenador, mi querido exbase Mark Jackson, el equipo ya defendía de élite, pero en ataque tenía pocas soluciones y no siempre bien pensadas. Con Kerr, el equipo ha pasado de 245 pases por partido (el que menos el curso pasado) a 315. El movimiento del balón, por ejemplo, amén del cambio táctico en defensa, fue clave para derrotar a los correosos Grizzlies en semifinales de conferencia y jugar por primera vez desde 1976 una final de conferencia. Quizá ha sido el momento más emocionante de estos playoffs para los seguidores de los Warriors de Golden State, junto con la remontada frente a los Cavaliers y especialmente el Game 5 de las Finales.

Y después de una final en la que Curry se impuso a Harden, llegamos a principios de junio a las Finales. La meta final estaba cada vez más cerca. Por el lado del Este, Cleveland fue eliminando primero a Boston, donde perdió a Kevin Love por lesión; luego, en una dura serie, a los Chicago Bulls de Pau Gasol, que se lesionó; y en la final de conferencia del Este a los otrora invencibles Atlanta Hawks por un contundente 4-0. Las espadas en todo lo alto.

Los quintetos titulares fueron por los Warriors Curry, Thompson, Barnes, Green y Bogut y por los Cavaliers Irving, Shumpert, James, Thompson y Mozgov. El partido llegó a la prórroga, y en la prórroga, cuando la cosa estaba ya decantada a favor de mis Warriors, el base Kyrie Irving se lesionó para no volver a jugar en toda la serie final. 1-0 para Golden State.

Le sustituyó en la titularidad el combativo base australiano Dellavedova, quien, junto a un inmenso James, se convirtió en el héroe inesperado de la final. Los Cavaliers ganaron el segundo partido también en la prórroga y lograron llevarse también, ya en Cleveland, el tercero. 1-2 para los Cavaliers.

Entonces, vino el ajuste. Se había dicho que no importaba que Lebron James metiese 40 puntos, pero era mentira. Había que parar, o al menos desgastar, al Rey. Y así Lebron James obligó al staff técnico de Golden State a cambiar un quinteto titular que había logrado un récord histórico de 67 victorias y 15 derrotas en temporada regular, y que hasta entonces había vencido en las series por el título. En lugar del pivot australiano Bogut entró a defender a Lebron James el alero André Iguodala, un experto jugador que a pesar de haber sido all star en 2012, había sido relegado a la suplencia con la llegada de Kerr en beneficio de Barnes (el pivot Lee, otro all star, también dejó su sitio al increíble Draymond Green al inicio de temporada), y que no había jugado ningún partido de temporada regular como titular. El efecto no tardó en hacerse notar y los Warriors fueron ganando los siguientes encuentros, con más o menos comodidad, hasta resultar campeones. 

Por eso el MVP de las Finales ha sido Iguodala, como el curso pasado fue Leonard, el defensor spur de Lebron James. Esto habla ya por sí solo de la dimensión como jugador de King James. Las medias de Iguodala en la final fueron de 16,3 puntos, 5,8 rebotes y 4 asistencias por partido, el MVP de las Finales menos anotador desde los años 80. ¿Se merecía Curry y no Iguodala el MVP? Es un debate. Yo lo tengo claro. El MVP se da por la final solo, no por el conjunto de los playoffs, de modo que Iggy fue la clave para que los Warriors pudieran hacer frente al vendaval lebroniano que en cada partido se les venía encima y que hacía temer por la derrota final.

Ese vendaval lebroniano se resume en los siguientes números: 35,8 puntos, 13,3 rebotes, 8,8 asistencias, 1,3 robos y 0,5 tapones por partido, resultando James el primer jugador de la historia de las Finales en liderar todos estos aspectos del juego contando ambos equipos. Es cierto que todo esto con porcentajes muy mejorables, en concreto un 39,8% en tiros de campo, un 31% en triples y un 68,7% en tiros libres. Pero líder de todo, la actuación del ya treintañero Lebron James solo puede equipararse a las mejores actuaciones del mejor jugador de todos los tiempos, esto es, Michael Jordan (no voy a incluir al mastodóntico Chamberlain ahora en el debate).

Le preguntaron a Kerr a qué atleta actual se podía comparar Lebron James, visto el destrozo que les estaba haciendo, y el entrenador de los Warrriors (primer novato en ganar el anillo desde que en 1982 lo hiciera el legendario Pat Riley con los Lakers) contestó: "Quizás con... American Pharoah". Ajá. American Pharoah es un caballo de carreras que viene de lograr por primera vez desde 1978 la Triple Corona, es decir, las tres carreras más importantes del circuito de los EEUU para caballos de tres años, a saber: el famoso Derby de Kentucky, la Preakness Stakes de Baltimore y la Belmont Stakes en Nueva York.

Por mi parte he preguntado en los foros hispanos sobre NBA cuál es el mejor Jordan de la historia, y los más entendidos me respondieron: el del primer anillo de los seis que posee, es decir, el del 91, final contra los Lakers, el año del fin de Magic Johnson (y su rivalidad con Larry Bird) y el inicio de la era Jordan. Pero en las finales del 93, contra los Phoenix Suns de Charles Barkley, Michael Jordan logró en puntos anotados y asistidos la friolera de 55,3 puntos, su récord personal, obteniendo además un usage (porcentaje de posesiones finalizadas) superior al 40%. Pues bien, en las Finales que acaba de jugar Lebron James, el Rey ha logrado 57,7 puntos entre anotados y asistidos superando también, aunque por poco, el 40% de usage. Estadísticas avanzadas que nos indican de qué madera está hecho Lebron James, qué clase de jugador es, etc.

Lo mejor que se puede decir de James, aunque otros pensarán que es lo peor, es que el Rey no es jordanesco, como por ejemplo lo han podido ser Kobe Bryant o Dwayne Wade. Lebron domina los partidos como Jordan sin necesidad de imitar a Jordan. James es lebroniano, guste más o guste menos su estilo, y ha quedado claro para muchos escépticos en las Finales que vienen de disputarse y que, una vez más, ha perdido. Ya van cuatro de seis -James es el único jugador desde los Celtics de Russell en los años 60 en jugar cinco finales seguidas. Pero en esto también me tiene ganado el Rey. En los 90 estaba demasiado de moda que Jordan ganase siempre. Ahora está de moda que James pierda siempre. Pues yo prefiero a un jugador que, dominando como lo hace el juego, nos recuerde la máxima deportiva antigua de los Griegos de que "un perdedor es un posible ganador". Para la ética deportiva, incluso para el espectáculo, no estoy seguro de que fueran beneficiosos los seis dedos que Air Jordan levantó en Utah nada más ganar su sexto anillo. Si no conoces la derrota... ¿a qué sabe realmente la victoria?

De esto podrían hablar largo y tendido mis Golden State Warriors, demasiados años atravesando un desierto en el que ganar el anillo, o siquiera jugar una final de conferencia o de NBA, resultaban simplemente una quimera. Pero aquí está: ¡ciudadanos de la bahía, ya lo tenéis aquí! Curry sale del avión escoltado por el gigante Bogut y el sol brilla en el área de la bahía de San Francisco, la ciudad a la que, como nos recordaba el cantante Scott Mackenzie, hay que ir con algunas flores en el pelo. 98 triples ha metido Stephen Curry en estos playoffs, dejando en nada el anterior récord de Reggie Miller, de los Pacers de Indiana, de 58 en el año 2000. ¡Splash brothers! ¡Y es que Klay Thompson, por su parte, aunque no hiciera precisamente una gran final, ha metido 57!

83 victorias en total jalonan el recorrido de los Golden State Warriors en este curso baloncestístico, otra vez un récord por debajo solo de las victorias logradas por los Bulls de Jordan en los años 96 y 97. Contra una actuación descomunal, sobrehumana, heroica, conmovedora del que sigue siendo el Rey de la NBA, mis Warriors ya tienen un anillo para ellos -para nosotros, su afición- y para la historia. ¡Grandes los Warriors!

Messi

A la misma edad, más o menos, que Di Stefano cuando aterrizó en un menor Real Madrid en 1953, Lionel Messi ha ganado su tercera Copa de Europa (cuarta si le contamos también la de 2006) vistiendo la zamarra del FC Barcelona. Tres Champions y siete Ligas, más Copas y Supercopas, jalonan el palmarés del mejor futbolista de la última década. Y lo que le queda. ¡Larga vida a Lionel Messi!

No fue la de ayer, para mi gusto, la mejor final de Champions que recuerde haber visto. En cambio, Segurola hoy en el diario Marca escribe que fue la mejor de los últimos quince años. Un poco exagerado. Yo creo que fue más lo que prometió al principio que lo que luego realmente ocurrió. Y no fue un brillantísimo partido de fútbol porque Messi, precisamente Messi, no estuvo en su mejor versión. Claro que esto no es óbice para que participara determinantemente en el primer gol azulgrana y también en el segundo. 

Decía que el partido prometió al principio lo que luego solo a rafagas ofreció realmente. Y es que el primer gol del Barça fue una obra maestra. Primer balón que toca Messi, a los cuatro minutos de iniciado el juego, desplazamiento del balón en diagonal; el lateral izquierdo, Alba, la toca para Neymar que a su vez la toca para Iniesta que a su vez la pasa a Rakitic quien por fin marca el 1-0. ¡Belleza!

Los quince minutos siguientes fueron un baño del Barça a la Juventus de Turín. Aunque como se vieron tan pronto delante en el marcador, el ritmo del balón de los jugadores del Barça no era todo lo rápido que podía ser, teniendo a Neymar a un lado y a Suárez en el centro de la delantera. Especialmente me gustó Busquets, atento al quite y exquisito en la apertura o creación de la jugada. Grande Sergio Busquets.

Pero después de los primeros veinte minutos, y gracias a que el portero Buffon de la Juve paró lo que parecía el segundo gol azulgrana, la Juve empezó a comerle terreno al Barça. Así se llegó al descanso. Y en la segunda mitad, más de lo mismo. Con otra intervención providencial del que ha sido uno de los mejores porteros de fútbol de la última década. Hasta que en un mal despeje del lateral derecho Alves, la Juve recupera en el medio campo, triangula, se mete en el área y Morata, el delantero madrileño, bate al azulgrana Ter Stegen. El Barça había hecho el pardillo, pues la sensación es que era bastante superior al equipo transalpino.

Luego llegó, en la fase de dominio juventina, el posible penalti de Alves a Pogba e inmediatamente después, en un contragolpe, el durísimo chut de Messi y el gol de Suárez en el rechace. El Barça otra vez por delante. Y así la Juve lo volvió a intentar atacando bastante bien pero como equipo claramente inferior hasta que ya en la última jugada del partido, en otro contragolpe propiciado por un despeje de Piqué, Neymar sentenciaba con el 3-1 final.

Así el FC Barcelona conquista su quinta Copa de Europa, su cuarta Champions desde 2006. La Juventus, por su parte, queda como el equipo continental que más finales ha perdido, superando entre otros al Benfica portugués en esta suerte. Iniesta, el imponderable sweet Iniesta, fue nombrado mejor jugador de la final, es decir, Man of the Match. El pase del primer gol así como la ruptura al espacio previa son antológicos. Pero, ya digo, lo que prometió el partido al principio solo se cumplió en parte, principalmente porque Messi estuvo como a medio gas.

Ese Messi nos recordó al del Mundial pasado de Brasil. Bajaba mucho a recibir al centro del campo. Pero, aunque es Messi, y ha marcado goles maradonianos, como por ejemplo el primero que hizo el sábado pasado al Athletic de Bilbao en la final de la Copa del Rey, Maradona tenía un punto mayor todavía de técnica individual. Quiero decir que a Messi, ayer, le costaba irse de los marcajes más que de costumbre, como le costó en el Mundial cuya gran final jugó -era su mayor deseo en los dos últimos años y la razón del bajón de su rendimiento en el club- pero finalmente perdió. 

¿Es Messi uno de los grandes de la historia del fútbol? Sin ninguna duda. Ya lo he escrito en otras estampas. Cuando se hable de esta época dorada del Barça en la última década, se hablará de Messi. Cuando se hable de los dos tripletes que el Barça a día de hoy atesora, siendo el único club europeo en gozar de ese privilegio, se hablará de Messi. Como cuando se recuerdan las cinco Copas de Europa del Madrid se habla de Di Stefano. O de las Ligas que desde entonces el Real Madrid empezó a ganar como churros. Incluso la comparación entre Messi y Di Stefano resulta pertinente en lo siguiente, a saber, que ambos han sido mejores jugadores de club que de selección, por una razón o por otra. Pelé, en cambio, triunfó en las dos suertes, como campeón del mundo (en dos ocasiones, o en tres si contamos el Mundial de 1962) y como campeón de la Libertadores con el Santos a principios de aquellos años 60.

Messi, Messi, Messi. Simplemente Messi. Es que estar a la altura de Maradona, pese a no ganar un Mundial; estar a la altura de Di Stefano, pese a que ganar cinco copas de Europa seguidas no está ya a su alcance; estar a la altura de Pelé, cuya cantidad de goles en un año natural creo recordar que Messi ha superado; que te comparen con todos ellos, en fin, con el cambio de ritmo de Cruyff, el profeta del gol, etcétera, es muy pero que muy grande. Es una bendición haber podido vivir todo esto en vivo y en directo. Y, como he dicho antes, aun lo que le queda, pues va a cumplir 28 años, los mismos más o menos que tenía don Alfredo cuando llegó al Madrid. Quién sabe lo que nos deparará el futuro inmediato de Messi.

Una lástima que mi padre no haya podido disfrutar de tal jugador, aunque no estoy tan seguro de que hubiera disfrutado con la época dorada del Barça. Mi padre me invitó a ir a Wembley, empero, a ganar la primera Copa de Europa del Barça en un viaje en autobús hasta Londres de veinticinco horas de ida y otras tantas de vuelta. Pero hay algo di stefaniano en Messi, esto es, como dijo Valdano, el hecho de que sea Maradona casi todos los días, que sin duda haría las delicias de mi progenitor. Hay algo de Pelé, en la cantidad de goles marcados, y en la cantidad de pases de gol (dejemos las asistencias para el baloncesto) ofrecidos. Y hay algo de Cruyff, que obviamente tiene que ver con la vinculación de Leo Messi con el FC Barcelona.

Cruyff cambió la triste historia azulgrana (una Liga en casi treinta años, ninguna Copa de Europa). Messi la ha multiplicado. Desde luego, en esta tesitura, serán los culés los que disfruten más, ahora que es más difícil ser un culé leal entre tanta histeria separatista y necedad institucional. Por eso me alegro infinito, por lo que a mí se refiere, de haber sido culé precisamente en la época en que como entrenador Cruyff cambió la historia del Barça. Fue entonces cuando más frecuentemente acudí al Camp Nou, para ver ganar cuatro ligas seguidas al Barça, récord que ni siquiera el equipo de Messi ha igualado. Para ver ganar la Primera, que siempre será la mejor. Para dejar atrás esa primera vez que asistí, con siete u ocho años, al coliseo azulgrana cuando el Barça perdió una liga tras empatar 2-2 con el Betis después de ir ganando 2-0. Maravillosos los goles de Quini, pero triste resultado final. Pues bien, aquello ya es en efecto historia pasada. Hoy el FC Barcelona brilla en el firmamento de los grandes clubes europeos. Y es por Cruyff antes que por Messi. Es por Messi antes que por la propia idiosincrasia del club.

El Madrid, otra vez campeón de Europa (de baloncesto)

Tras dos finales fallidas, el Real Madrid de baloncesto viene de proclamarse campeón de Europa derrotando al Olympiacos de El Pireo por un resultado de 78-59. Es su noveno título si contamos a partir de 1958, cuando empezó a disputarse la Copa de Europa de clubes de baloncesto, si bien el primero desde que oficialmente existe la Euroliga (2000-01). No voy a ser yo quien ponga el dedo en la llaga en este decalage de títulos. Considero que el Real Madrid ha ganado su novena Copa de Europa y su novena Euroliga. El título tiene distinto nombre y es distinta la copa -cosa que no ocurre, sin embargo, si no estoy errado, con la Copa de Europa de fútbol y su heredera la Champions. Pero el sabor añejo y novedoso a un tiempo es el mismo. De hecho, clubes que hicieron historia en los años 60 como el propio Real Madrid, el Milán o el CSKA de Moscú siguen formando parte de la élite europea. Otros, que empezaron a despuntar a finales de los 70 o en los 80, como el Maccabi y el Zalguiris de Kaunas, lo mismo. Por no hablar de los clubes griegos que empezaron a aparecer en los 90, hoy absolutos protagonistas de la Euroliga. Copa de Europa, pues. La vieja y nueva a un tiempo Europa...

¡I feel devotion! Ya saben ustedes como funciona desde el año 2000 este torneo. Primero una fase de grupos. Luego el Top-16. Luego empieza lo bueno, que son los playoffs, para cerrar con el plato fuerte, que es la Final Four, al estilo del baloncesto universitario estadounidense. De hecho, la Final Four se disputaba ya antes del fin del siglo pasado, se disputó en el 66 y en el 67 y desde el año 88 ininterrumpidamente. También desde 1988 se otorga el premio al jugador más valioso de la Final a Cuatro. Nombres ilustres, leyendas de este deporte, como Bob McAdoo (el primero), Kukoc, Sabonis, Ginobili, Jasikevicius, Papaloukas, Diamantidis, Spanoulis y Navarro, entre otros, jalonan el palmarés del MVP de la fase final. Aparte, desde el año 2000 se otorga el MVP del torneo regular y del Top-16. El año pasado lo ganó el base español Sergio Rodríguez, cuya esposa fue alumna mía de 2º de Bachillerato en Alicante. Antes del año 1988, lo que se hacía era honrar al máximo anotador de la final, y entre tales podemos nombrar auténticos portentos del baloncesto, como Emiliano Rodríguez, Belov, Meneghin, Epi o Petrovic, el gran y malogrado Drazen. Aparte, claro está, de toda la nómina de americanos europeizados que aun hoy en día destilan su clase en las canchas de baloncesto del viejo continente.

Esto de la Euroliga, qué duda cabe, es un poco injusto. Porque según las estadísticas Juan Carlos Navarro aparece como el jugador con más partidos cuando en realidad Dino Meneghin, la leyenda italiana, el pivot sensacional, alargó su carrera durante las increibles diez finales seguidas del Varese (cinco títulos) en los años 70... rematando su gloriosa trayectoria con otras dos copas logradas con el Milán en 1987 y 1988. Grande Meneghin, a quien vi en persona como delegado de la seleccion de Italia en el Eurobasket de 2007 en el Centro de Tecnificación de Alicante. Pero, en fin, así están las cosas, y por eso escribo entre otras cosas este artículo, para poner las cosas en perspectiva. No vayamos a creernos más de lo que somos, ni tampoco menos.

Mi primer recuerdo de la final de la Copa de Europa es, sin duda, el de la final de 1983 que la Virtus Roma (el Banco di Roma) ganó al FC Barcelona en la ciudad suiza de Ginebra, por 79-73, pese a los 31 puntos de Super Epi. Yo tenía nueve años ¡Ya por entonces me apasionaba el baloncesto, ya por entonces no se sentía sino devoción la noche de la final de la Copa de Europa! Pero aquella derrota del Barça en su primera final fue el inicio de una trágica relación del club catalán con la hoy denominada Euroliga. Vinieron más crueles derrotas partiendo como favorito, aunque por el camino descubriéramos a jugadores de la talla de Toni Kukoc, formidable jugador. Y por fin la victoria, con Bodiroga como MVP, pero ya con un joven Navarro metiendo triples en el equipo. Fue en el 2003 y aunque no soy muy del Barça de basket me alegré por tantos amigos que sí lo eran y lo son. En honor de los Epi, Solazábal, Jiménez o el mítico Chicho Sibilio... ¡se lo merecían!

Entre tanto, está la bonita historia de un pequeño club que un día me llamó para ir a probar a su cantera. Hablo de la Penya, el Joventut de Badalona, campeón de Europa en 1994. Yo entonces tenía veinte años. Quién sabe si de haber aceptado la prueba seis años antes me hubiese encontrado como base reserva de Rafa Jofresa en Tel Aviv... ¡Ah no, que por delante estaba su hermano Tomás! Bueno, soñar es gratis y siempre me hago esta pregunta. Desde luego, a nivel técnico y táctico, me sentía lo suficientemente capacitado para ser hasta profesional del baloncesto en un club como la Penya, pero mi nivel físico -empezando por mi muy justa medida de 1,80 metros de altura- era otro cantar. Definitivamente, no hubiese sido nunca un base joven de 20 años que gana la Copa de Europa con el club que le dio una oportunidad seria en su adolescencia.

Aquel Joventut tenía un equipo magnífico, formado por la cantera y por un par de buenos jugadores americanos. Recuerdo siempre con especial cariño a Ferrán Martínez. Entre Romay y Gasol, está Ferrán Martínez. Lo vi en persona jugando con la selección española júnior en mi pueblo. Además, estaba el gran Villacampa, que aun hoy tiene el record de puntos logrados en un partido con la selección absoluta de baloncesto. El año 1994 fue especial, porque acababa de fallecer mi padre y yo andaba un poco deprimido. Entonces estudiaba Derecho en la Facultad de Derecho de la UPF de Barcelona, y recuerdo cómo algunos compañeros de clase que eran de Badalona celebraron por todo lo alto la consecución de semejante logro. Dos años antes, ¡en el año olímpico!, la Penya había perdido en el último segundo contra el Partizan de Belgrado en Estambul. Así que la Copa de Europa de 1994 fue una doble redención. Si bien a mi querido padre ya no había Dios que lo amparase.

En medio de las finales disputadas por el Joventut de Badalona, hoy ciudad cuyo alcalde es mientras esto escribo del Partido Popular, fue el club francés del Limoges el que se alzó con la Copa de Europa en 1993. Fue la primera corona europa jamás lograda por un club francés en cualquier deporte profesional. Poco después creo que el Marsella ganó la Copa de Europa de fútbol. Y de balonmano, pues no estoy seguro, pero es posible que algún club francés la haya ganado dado el dominio que en los últimos años ha tenido la selección francesa de Karabatic y compañía, pero, la verdad, ahora que lo pienso, no me suena. En todo caso, el primero fue el Limoges, con un basket rácano, es cierto, pero no todo el mundo tiene a Jordan, por decir algo, en sus filas. Eso sí, el entrenador era nada menos que Maljkovic.

Hablando de entrenadores, y hablando de la Copa de Europa, hay que hablar por supuesto de Obradovic. La escuela balcánica, otrora yugoslava, es inagotable. No entiendo muy bien cómo son tan inteligentes para los deportes en general y en cambio políticamente, en aquellos años, se estaban matando entre ellos. En cualquier caso, cabe reseñar las ocho copas de Europa de Obradovic con distintos equipos, aunque principalmente sus cuatro Euroligas con el Panathinaikos ya en el siglo XXI, que superan los registros de históricos como Gomelsky o el español, alicantino para más señas, Pedro Ferrándiz. Especialmente llamativos fueron los enfrentamientos entre Obradovic y Messina, el italiano que ahora en la NBA busca su lugar al sol como primer europeo en entrenar como head coach a un equipo de la liga profesional estadounidense de baloncesto.

Y, en fin, vuelvo a la novena Euroliga del Real Madrid de Baloncesto. Enfrente, el temible y ya mítico Spanoulis (en la semifinal el Olympiacos iba perdiendo ante al todopoderoso CSKA de 9 puntos a falta de tres minutos hasta que Vassilis empezó a enchufarlas de todos los colores). ¡O-lym-pia-cos! ¡O-lym-pia-cos! rugían los atenienses. Segundo cuarto y 15-21 en el marcador y no parecía que el talento del Real Madrid pudiera imponerse al savor faire de los griegos. Hasta que apareció Nocioni, a la postre MVP de la F4 con sus 35 años a cuestas, y puso un tapón milagroso viniendo desde atrás. ¡Así sí! El Madrid logró igualar primero con los triples del lituano Maciulis, y luego el Olympiacos empezó a fallar. 35-28, fin de la primera parte, que se convirtió en un esperanzador 40-29 para los blancos nada más empezar el tercer cuarto. Pero en eso que los griegos aun no habían dicho su última palabra, parcial de 12-0 y 40-41 en el marcador. Otra vez sensación de impotencia en los madrileños. Salvo que entonces apareció como de la nada el gran Jaycee Carroll y con tres triples seguidos más una canasta de dos volvió a abrir una diferencia que sería ya insalvable para el Olympiacos, que finalmente se resignó a la por fin y tan arduamente conquistada superioridad blanca.

El Real Madrid de baloncesto era, otra vez, campeón de Europa. Habían tenido que pasar veinte años después de la última, conquistada en Zaragoza en 1995 de la mano de Sabonis, y es solo la segunda si contamos desde 1980. Bueno, menos da una piedra.

Mis Warriors

He tenido suerte. Justo en la temporada en que instalo el Canal Plus en casa los Golden State Warriors, mi equipo de la NBA, han hecho su mejor temporada de la historia y una de las mejores de todos los tiempos de cualquier equipo en temporada regular. ¿Por qué soy de los Warriors, un equipo que casi siempre quedaba fuera de los playoffs? Pues por afinidad electiva. Por mi hermano Loren Dieu, nacido en Modesto, California, en el área de la bahía de San Francisco. Soy de los Warriors como soy de los Athletics de la misma ciudad de Oakland. Soy de los Warriors porque además me gustan sus colores, su apodo y su estilo de juego, aguerrido y poético al mismo tiempo. 

En 1988 organizamos en mi escuela un all-star los chicos que por entonces nos dedicábamos a jugar al baloncesto. Uno eligió vestirse de Jordan, que por entonces ya destacaba por encima del resto. Otro de Ewing. El de más allá, quizá de Magic, no recuerdo más. Y yo me vestí de Sleepy Floyd, el base all-star de los Warriors que sigue teniendo el récord de anotación en una mitad y en un cuarto de un partido de playoffs, con 39 y 29 puntos respectivamente. Se puede ver en Youtube. Floyd hizo 51 puntos y dio 9 asistencias para ganar ese cuarto partido de las semifinales de conferencia de la Oeste en 1987 y salvar el honor de Golden State frente a unos hasta entonces imbatidos e imbatibles Lakers de Los Angeles. Fue el 10 de mayo de 1987 y el entrenador de Golden State Warriors era George Karl.

Organizamos un all-star y un concurso de triples, que no puedo recordar quién ganó. El de mates no sé si quedó en un mero intento o hicimos un simulacro en las canastas de mini-basket que había en la pista de juego de mi escuela. Pero aun no he dicho quién era Loren Dieu. Loren Dieu es mi hermano de AFS-Intercultura, una asociación (American Field Service) dedicada a enviar americanos a estudiar al extranjero durante un curso académico. Este Loren, de Modesto, California (la ciudad donde se filmó American Grafitti), vino así a nuestra casa en el curso 1984-1985, mientras mi hermano Javier se iba a Zurich, Suiza, también a estudiar y vivir allí. Le recibí con los brazos abiertos y, obviamente, mi americanización fue total, mientras paralelamente los años reaganianos americanizaban el mundo también. Y así conocí de primera mano el deporte profesional estadounidense, la NFL y especialmente la NBA, porque, como he dicho, yo entonces dedicaba mucho tiempo a jugar al baloncesto tanto en la escuela como en la terraza de mi casa, sita en la Rambla de mi ciudad, donde había colgado un bote de Dixan que hacía las veces de canasta y jugaba allí horas y horas durante las tardes emulando, entre otros, al imborrable Sleepy Floyd, que jugaba de base, como un servidor. La hazaña del "adormilado" Floyd está considerada hoy en día como uno de los 60 mejores momentos de la historia de los playoffs.

Pero no he empezado a escribir para hablar de los playoffs de la NBA, sino de su temporada regular 2014-15, que ayer finalizó, y en concreto de la temporada regular que acaban de protagonizar mis Warriors de Golden State, que tendrán ventaja de campo en todas las eliminatorias que disputen. En cuanto a la temporada regular, pues quizá lo más destacable respecto a mis previsiones del pasado noviembre es que Oklahoma City Thunder han quedado fuera de playoffs pese a los heroicos triples-dobles con que se ha despachado el base Russell Westbrook al final de esta temporada regular. En su lugar, ha entrado New Orleans Pelicans del pivot Anthony Davis, un jugador de época ya pese a su juventud. En el Oeste, el cuadro que ha deparado la regular season es el siguiente (pongo primero al equipo con ventaja de campo, siempre al mejor de siete partidos): Warriors-Pelicans, Memphis-Trail Blazers, Rockets-Mavericks y un estelar Clippers-Spurs. Al final Los Angeles Clippers han quedado terceros, como el año pasado. Los Spurs, vigentes campeones, sextos tras perder el último partido en Nueva Orleans en una noche de fiesta y lujuria de los de Anthony Davis. Memphis ha ido de más a menos pero serán un hueso duro de roer en las eliminatorias y los Rockets han quedado segundos comandados durante toda la temporada por un excelso James Harden, que opta al MVP, junto a Curry.

Por el Este, la gran sorpresa ha sido Atlanta Hawks. Aun recuerdo el maravilloso partido que nos depararon los Hawks y Golden State Warriors el 6 de febrero, un viernes de madrugada, en Atlanta, partido cuyo peso en la primera mitad llevó Golden State pero que finalmente los reservas de los Hawks decantaron del lado de Atlanta. Dijo Daimiel que desde los años 80 no se enfrentaban dos equipos con tan buenos récords (cómputo de las victorias y de las derrotas) en un partido que quizá se podrá repetir en la final de la NBA de este año. Atlanta Hawks ha batido, además de llegar a las 60 victorias, un récord, el de victorias logradas en un mes, con un 17-0 en el mes de enero que quedará para los anales de la historia del baloncesto.

Los otros enfrentamientos serán Cavaliers-Celtics, Bulls-Bucks y Raptors-Wizards. Lebron James intentará lograr su tercer anillo de campeón, pero se puede topar con unos Bulls donde Pau Gasol, y no Derrick Rose, ha resucitado: líder más veterano de la historia de dobles-dobles con 54, con medias de 18,5 puntos, 11,8 rebotes y 2,7 asistencias por partido. Simplemente de leyenda, el bueno de Pau. También cabe destacar la gran temporada de Mirotic quien con unas medias cercanas a los 10 puntos, 5 rebotes y 1 asistencia por partido opta al premio de mejor novato del año, aunque los expertos parecen coincidir en que el rookie de este curso será el timberwolve canadiense Andrew Wiggins. Por su parte los Bucks han pasado de ser el peor equipo de la temporada pasada a quedar sextos en el Este, entrenados por un mago como Jason Kidd. Los Wizards, en quienes aposté fuerte en mis previsiones de noviembre, han decepcionado un poco pese a la buena temporada de su base John Wall, y su cancha en el DC tendrá siempre la desventaja.

Pero vuelvo a mis Warriors. Aunque no soy una persona que sepa que las medias de Bob Cousy son de 18,4 puntos, 5,2 rebotes y 7,5 asistencias por partido con unos porcentajes de 37,5% en tiros de campo, para un total de 16.960 puntos, 4.786 rebotes y 6.955 asistencias, he ido recopilando algunos datos de la temporada histórica de los Guerreros del Estado Dorado, que espero sean de vuestro interés.

Los Warriors 14-15 han batido ya varios récords de la franquicia, como el número de victorias seguidas con 16, y el número de victorias seguidas en casa con 19. También han batido el récord de victorias en casa con un récord de 39-2. Uno de esos dos partidos fue una derrota en noviembre frente a los vigentes campeones, San Antonio Spurs, y la otra fue en la prórroga contra Chicago Bulls, un partido que pude ver y cuyo peso también lo llevó siempre Golden State, que ganaba por 10 puntos al inicio del último cuarto. Pese a estos tropiezos, a decir verdad, se lo han pasado bomba este año en la bahía, porque si el Oracle Arena ya era antes de los Splash Brothers una cancha caliente donde la gente iba a disfrutar de baloncesto, cómo se lo han tenido que pasar este curso con semejante espectáculo, como el récord de puntos anotados en un cuarto del escolta Kaly Thompson en un partido contra Sacramento Kings en enero.

Pero no solo de la bahía viven los Warriors y este año han batido también el récord de la franquicia de partidos ganados fuera de casa. Por otro lado, las 15 victorias del mes de marzo, pasado ya el All-Star (donde fueron titulares los hermanos Gasol y cuando Stephen Curry superó a King James en número de votos), igualan su mejor registro de siempre, que data del mes de enero de 1960 cuando los Warriors ni siquiera estaban en Oakland.

Todo esto ha hecho que Golden State Warriors haya ganado el título de la División Pacífico, cosa que no lograba desde que lo ganara consecutivamente en 1975 (el año que ganó el anillo de la mano de Rick Barry, aquel inolvidable alero que lanzaba los tiros libres en modo cuchara) y 1976. También es la primera vez desde los años 1975-76-77 que mis Warriors disputan los playoffs en tres temporadas consecutivas, las dos primeras dirigidos por el gran exbase Mark Jackson y este año liderados por el mejor entrenador novato de todos los tiempos, el exalero de Bulls y Spurs y excomentarista de televisión Steve Kerr. Como total, tenemos la mejor temporada de la historia de la franquicia con 67 victorias y 15 derrotas, superando el registro de 59-23 de la temporada 75-76. 67-15 da un 81% de victorias y es la mejor ganancia de victorias que jamás ha tenido un equipo que partía con más de 50 victorias del año anterior (16 desde el 51-31 del año pasado, estando la anterior marca en 13 partidos). En suma, Golden State Warriors ha hecho la sexta mejor temporada regular de la historia de la NBA, igualando a los Celtics de la 85-86, los Bulls de la 91-92, los Lakers de la 99-00 y los Mavericks de la 06-07, precisamente eliminados en primera ronda en un duelo histórico (era la primera vez que un 8º eliminaba a un 1º a siete partidos) por los Warriors en aquella ya mítica eliminatoria del "We believe" que esperemos que este año no se repita pero a revés.

Pero tengo más datos, fríos, y escalofriantes en este caso, datos: mis Warriors terminan con un diferencial de puntos de +10,1 (+828 en total), siendo el octavo mejor de siempre. Los anteriores que lo alcanzaron fueron siempre campeones, salvo en el caso de los Bucks de la 71-72, pero entonces ganaron el anillo los Lakers, otro equipo que superó esa barrera del +10. Mis Warriors han sido los primeros en anotación (110 puntos por partido), en el +/-, en porcentaje de tiro (47,8%), en porcentaje de triples (39,8%) y en asistencias (27,4). Han sido segundos en eficiencia ofensiva (puntos conseguidos por cada 100 posesiones) por una décima (los primeros han sido los Clippers con 109,8 puntos) y primeros otra vez en eficiencia defensiva (98,2 puntos encajados por cada 100 posesiones). Todo esto, como he dicho, les ha valido para resultar campeones de la Pacific Division, donde juegan los equipos de Los Angeles, y líderes del Salvaje Oeste (donde un año más siete equipos han estado por encima de las 50 victorias), y de la NBA en temporada regular.

Pero no se vayan todavía, aun hay más: Stephen Curry, el mayor de los Splash Brothers, el base de este equipo y líder natural de la franquicia, estrella inconfundible del Oracle Arena, aspirante, como he dicho, al MVP, ha batido su propio récord de triples conseguidos en una misma regular season y lo ha dejado en 286 con un 44,3% de acierto.

Con todo esto, ¿cómo no voy a soñar? ¿Cómo no vamos a pensar que el anillo, que se resiste desde 1975, es este año posible? Unos duros Pelicans nos esperan en primera ronda, pero no el feroz Westbrook. Luego, probablemente, unos fieros Grizzlies, pero quizá ya no tan fieros. Y en la final de conferencia, ¡cualquier cosa puede pasar! Recemos porque nuestro pivot australiano Andrew Bogut no se lesione, porque Draymond Green enchufe sus triples y sea el alma guerrera que siempre ha caracterizado a los de la bahía. Recemos porque los secundarios estén a la altura... pero todo esto ya formará parte de lo que ocurra en los playoffs, que empiezan mañana.

Mis Warriors, ese equipo segundón e irrelevante, el hasta ahora peor equipo del siglo XXI, optan al anillo. Han sido muchos años de intrascendencia, de quedarnos siempre fuera de los playoffs, apenas visionando videos de un lejanísimo anillo logrado por un señor que lanzaba los tiros libres como las niñas, rememorando siempre el récord de Sleepy Floyd, el espíritu de los 90 del efímero Run TMC (Tim Hardaway, Mitch Richmond y el gran Chris Mullin) entrenado por Don Nelson, el mismo del más reciente, ya mencionado, pero no menos efímero, we believe. Son ya casi treinta años de pura pasión por un equipo que ni siquiera ha jugado unas finales de conferencia. Y ahora, repito, ¿cómo no vamos a soñar? O quizá lo mejor será, como dijo el poeta alemán Novalis, "soñar y al mismo tiempo no soñar...". En todo caso, ganemos o perdamos, diremos como siempre, como colofón: Go Warriors! ¡Que el espíritu de Rick Barry, Sleepy Floyd y Chris Mullin esté con vosotros!

 

¡Rugby al poder!

Cuando veía el torneo de rugby de las VI Naciones el torneo se llamaba de las V Naciones e Italia no participaba. Cuando veía el torneo de las V Naciones, la Francia de Serge Blanco dominaba el hemisferio norte y mi ídolo era el apertura galés Johanthan Davies. Cuando veía el torneo de rugby más importante del planeta lo echaban por La 2 los sábados por la tarde y no en exclusiva, como ahora, por el Canal Plus. Cuando veía el V Naciones casi lloraba de emoción al ver por primera vez en mi vida jugar al rugby, ese deporte de villanos jugado por caballeros que tanta estima concita en el mundo y, también, aunque sin demasiado fruto, ay, en España.

El actual Torneo de las VI Naciones es el torneo deportivo más antiguo del planeta y solo por eso merecería un libro aparte. Pero, amigo lector, nos tendremos que conformar con lo que aquí buenamente vaya yo escribiendo, ya que nadie más lo hace. Hablando de rugby es fácil dejarse llevar por la nostalgia, pero entre la nostalgia y la simple energía está la templanza, y me gustaría que este artículo fuese, pues, templado. No soy de los que abjuran de la participación de Italia en el torneo y por lo tanto no soy de los que lloran por que el mítico V Naciones sea hoy el mediático VI Naciones, pues en su día todo empezó con un partido entre Inglaterra y Escocia y el torneo luego fue de las IV Naciones hasta la incorporación de Francia, primero en 1910 y después definitivamente desde 1947. La historia, si de algo sirve, es para relativizar las nostalgias y los arrebatos emocionales. No al contrario.

El torneo más antiguo del mundo empezó su andadura, pues, en 1883, entre las cuatro naciones del Reino Unido de la Gran Bretña (Irlanda no se independizó hasta 1920). Italia se sumó en el año 2000, con el empuje de la profesionalización de un sport que, cuando lo veíamos aquellos inolvidables sábados por la tarde, era jugado por fontaneros, electricistas y otros oficiantes de parecido jaez. Debo añadir por cierto que en esto tuve ojo clínico, porque el primer gran jugador en irse al rugby profesional fue mi admirado Johnatahn Davies, con quien el País de Gales logró la Triple Corona (vencer a los demás países británicos) en 1988 y el tercer puesto un año antes en el primer Mundial de rugby jugado en Nueva Zelanda.

¿Se ha perdido la mística del amateurismo con la profesionalización? Mi opinión es que no. El torneo de las VI Naciones sigue siendo el torneo más místico del mundo. Puede haber espectáculo mayores, como la Superbowl o qué sé yo, el Clásico, pero en cuestión de mística, nada supera al VI Naciones. Claro que hablamos de una mística muy concreta, y, ciertamente, ahora, en los últimos años, algo diluida. Es la mística de lo británico, del british weather, de las home nations, de la guinness irlandesa y del gallo francés, del romance y la civilización occidental, del primer deporte codificado de la era moderna. Es la mística, en fin, del Imperio Británico, y después de la entente cordiale con Francia, cordialidad no exenta de rivalidad histórica, como digo, encauzada civilizadamente por el deporte -si los Griegos paralizaban las guerras para sus juegos, ¿por qué no nosotros? Hoy es también la mística de Garibaldi y los mil camisas rojas de la unificación del Estado italiano que nos hace cantar el Azurro como si fuera la canción par excellence de nuestra propia vida. 

¿Y España...? La que dio los versos místicos más míticos en boca de Teresa de Jesús, allá en la fría y majestuosa Ávila:

"Nada te turbe

nada te espante

todo se pasa

dios no se muda

la paciencia

todo lo alcanza

quien a dios tiene

nada le falta

solo dios basta"

Pues España, regular. No acometió, cuando era capaz de vencer a Italia y plantarle cara a Rumanía, la profesionalización del rugby. De aquellos tiempos de Alberto Malo, el flanker de la UE Santboiana, apenas nada queda. Por suerte, en Sant Boi se sigue jugando al rugby, y en Valladolid se le enseña a los niños. La selección sigue jugando el llamado VI Naciones B, o Campeonato de Europa de Naciones, y este año va tercera, tras Georgia y Rumanía, que son selecciones mundialistas, habiendo derrotado a Rusia, Portugal y Alemania. Normalmente, esta posición debería permitirnos en el próximo ciclo mundialista jugar al menos la repesca contra Uruguay, como este año la jugó Rusia.

Pero la mística castellana, hispánica, la de los castillos y la meseta, la del sol y el mediterráneo, la de América, la de Gil de Biedma y la de Rubén Darío, apenas puede competir con todo con la mística de lo británico. Se ha visto por ejemplo en el caso del referendum de independencia de Escocia, como antes del Quebec. Una cosa así, fuera de las fronteras del viejo Imperio Británico, es inconcebible. Aquí en España, en Estados Unidos o en cualquier otra parte del mundo.

Pero dejemos la política aunque sea cultural y hablemos de rugby. Inglaterra y Gales lideran el historial del VI Naciones con 26 títulos cada una, si bien Inglaterra posee 12 Grand Slams (ganar todos los partidos del torneo) y País de Gales 11 (tres de ellos los han visto mis ojos, y especialmente emocionante fue el primero de estos tres como he relatado en otra parte de este libro). Les siguen Francia con 17, Escocia con 14 e Irlanda con 13, recién conquistado el torneo, aunque sin Triple Corona ni Grand Slam, este año 2015. Por su parte, Italia aspira meramente a no llevarse la Cuchara de Madera (perder todos los partidos), hito que logró este año al vencer en el mítico Murrayfield a Escocia.

El calendario de este año y la enorme victoria de País de Gales contra Irlanda en la penúltima jornada, partido que no pude ver por encontrarme de regreso de un viaje a la muy rugbística ciudad francesa de Montpellier, nos abocó a una última jornada de infarto ya conocida como el mejor supersábado de rugby de la última década. Llegaban en triple empate y por este orden Inglaterra, Irlanda y Gales. En otro tiempo, los tres hubiesen ganado el torneo, pero desde 1996, año en que el VI Naciones pasó a llamarse oficialmente Campeonato de Europa, los títulos no se comparten en caso de igualdad a puntos sino que la clasificación prima la mejor diferencia entre puntos marcados y puntos encajados. Vamos a relatarlo, pues.

Gales venció a Italia en Roma por 20-61 tras una segunda parte gloriosa (la primera parte acabó 13-14), con lo que su average subía hasta +53. El zaguero y pateador excelso Halpenny, el ala North y compañía habían hecho su trabajo regalándonos a los seguidores de Gales una auténtica promesa de felicidad, que como todo el mundo sabe se llama belleza. Pero bien, Irlanda tenía que ganar, pues, de más de veinte puntos a Escocia en Escocia. Sonaron el Ireland´s Call y la vibrante Flower of Scotland y se empezó a jugar en Murrayfield. Fermín de la Calle sostenía en el Plus que no pensaba que Irlanda fuese a arrollar a la vieja Caledonia, pues habían perdido todos sus partidos, sí, pero no por mucha puntuación. Pero nada más empezar Irlanda ganó el balón oval en fase de conquista y ensayó. Luego fue un vendaval verde que imagino que debió entusiasmar a la parroquia proirlandesa, entre la que ciertamente no me cuento. Así que el resultado final fue del 10-40 para Irlanda, llevándose la Cuchara de Madera Escocia y el torneo provisionalmente la vieja Erín con un average de +63. Soy de la opinión de que si el Quince del trébol hubiese necesitado otro ensayo más, lo hubiese conseguido.

De manera que todo estaba previsto para el desenlace final en la catedral del rugby, el esplendoroso estadio de Twickenham en Londres. Inglaterra, que empezaba con un average de +37, debía vencer por veintiséis puntos a Francia (en caso de empate con Irlanda, había realizado más ensayos a lo largo del torneo). Hay que decir que Inglaterra empezó ganando en el Millenium de Cardiff en un magníficamente disputado partido contra Gales, pero había perdido en el Aviva Stadium (el viejo y resonante Landsdowne Road) frente a Irlanda, en un partido que el apertura irlandés John Sexton manejó a su antojo tanto en el pateo como en la transmisión, el placaje y las fases de conquista, dando una clase magistral de rugby de altos quilates.

Pero volvamos a Londres, al último partido del VI Naciones 2015, a las seis de la tarde, todavía con el tímido sol británico. Fue un partido histórico, memorable, apoteósico. Empezó fuerte el Quince de la Rosa, pero les bleus en seguida opusieron resistencia -no se iban a dejar humillar así como así. Incluso se adelantaron en el marcador 7-15, lo que hacía el trabajo inglés aun más hercúleo, mediado el primer tiempo. Pero como no había más tiempo que perder, los ingleses, comandados por su apertura reserva George Ford y por su estupendo zaguero Mike Brown, y, obviamente, por su delantera y línea, empezaron a carburar sin pausa y llegaron al descanso con trece puntos de ventaja en el marcador. La mitad de la misión estaba cumplida, y aun quedaba la segunda parte. ¡Y la segunda parte fue maravillosa, golpe a golpe, verso a verso, como cantaba Serrat, iban cayendo los puntos de uno y otro lado en una exhibición de rugby ofensivo que para sí quisiera el rugby del hemisferio sur! Total, que por increíble que parezca el resultado era de 55-35 a falta de ya unos pocos minutos e Inglaterra estaba a un ensayo transformado de la victoria final. Parece increíble que Francia, que estaba haciendo un buen partido dejándose la piel, perdiera por veinte puntos.  

Entonces hubo una touche a cinco metros de la línea de marca francesa. Quedaban unos segundos. ¡La touche del fin del mundo! La ganó Inglaterra. Y allí que la delantera atacó ferozmente la defensa gala y por unos segundos las flechas que volaron en la batalla de Hastings se convirtieron mágicamente en corazones de caballeros jugando a ese deporte de villanos que es el rugby, y misteriosamnete el balón pareció que fuera a ser posado cerca de los palos franceses. Pero, ay, errare humanum est, y la gesta impensable no pudo ser culminada, muriendo el partido en el resultado antedicho y otorgando el título del VI Naciones 2015 a Irlanda, que, reeditando título, lograba algo que no conseguía desde 1983.

Muy bien. Hasta aquí la crónica. Me falta el escolio final. He hablado de mística, británica, hispánica e incluso, si eso es posible, italiana. Pero a decir verdad, y con todo el amor místico que le tengo a la rosa del rugby, sigo prefiriendo a la razón. La razón vitalísima que es fecundada con su pasión por eso que llamamos imaginación o fantasía. Si no fuera por la imaginación, hace tiempo que habría dejado de ver rugby, de seguir aunque solo sea por las noticias el VI Naciones, porque la mística y la nostalgia me hubiesen impedido disfrutar de ver que hoy, treinta años más viejos, ni el Plus es lo que era Martí Perarnau en La 2 ni siquiera el torneo aguanta la comparación con el querido amateurismo de antaño.

Pero yo estoy a favor de la profesionalización, del capitalismo de libre mercado e incluso, y sobre todo, de la democracia. Quién sabe si de aquí a unos años España podría participar en un torneo jugando en lugares tan legendarios como Murrayfield. Solo su nombre me hace estremecer. Fue el filósofo nacido en Grecia Cornelius Castoriadis quien instigó aquello de "la imaginación al poder" que recorrió el mayo del 68 francés. Hoy, tras la resaca del último supersábado, con semejantes ansias contraculturales, desde la lejana España exclamo, con toda mi alma: ¡viva el rugby! ¡Rugby al poder!

XLIX Superbowl

Fue una tarde gris y plúmbea de otoño cuando nos fuimos al campo de fútbol municipal a ver un partido de fútbol americano. Lo disputaban el equipo de mi pueblo, Vilanova Cavaliers, contra el equipo de los Vilafranca Eagles, y creo recordar que por entonces era un partido de la naciente liga española de fútbol americano, hoy mucho más desarrollada, y que cuenta como grandes equipos a conjuntos como los Valencia Firebats o los Badalona Dracs. No me resisto tampoco a recordar que por entonces la liga la formaban seis equipos o así, entre los que estaban los Osos de Madrid, y que ahora en cambio hay tres conferencias, la nacional, la española y la hispánica y, no sé, quizá una veintena de equipos.

Aquello fue a principios de los 90, y luego vinieron los Barcelona Dragons, que jugaron la NFL Europa y que ganaron algunas de sus ediciones, contra equipos como los London Monarchs o los Frankfurt Galaxy. Jamás fui a Montjuich a ver a los Dragons, que vestían de verde y amarillo, pero una vez, volviendo en tren desde Barcelona a Vilanova, nos topamos con sus jugadores, todos ellos negros, que se bajaron en Sitges, donde residían. Fogosos y corpulentos jugadores de fútbol americano en persona, aunque no recuerdo haber adivinado quién era de todos ellos el famoso quarterback.

Esta es toda mi relación directa con el fútbol americano, de aquí en adelante denominado a secas football, el deporte más seguido de los EEUU de América, tanto por televisión como en sus estadios, que a diferencia de los del béisbol, son grandes y multitudinarios. Bueno, no toda. Porque tengo un balón de fútbol americano. Me lo regaló mi hermano Loren Dieu, californiano de Modesto, donde se rodó la hermosa y mítica película American Graffiti. Y he jugado con ese balón más de una vez, aprendiendo a lanzarlo como lo lanzan los geniales mariscales de campo de los grandes equipos de la Nationa Football League, esto es, de la NFL.

La primera vez que tuve conocimiento del fútbol americano fue en 1985. Aquel año ganaron la Superbowl (traducido en latinoamericnao como el Supertazón) los 49ers de San Francisco, con el mítico Joe Montana como MVP. Desde entonces son mi equipo de la NFL. Creo que ganaron a los Miami Dolphins, que desde entonces son mi enemigo de la NFL, dicho sea sin acritud, del no menos mítico Dan Marino. Luego seguí la Superbowl por los periódicos, pero no fue hasta el año 2010 cuando vi por primera vez en directo, a través del bendito internet, una final de la NFL, esta vez entre Green Bay Packers, que resultaron los vencedores, contra los Steelers de Pittsburgh. Fue una final muy emocionante, como casi todas. Los Packers golpearon primero. Hacia el final, los Steelers presionaron en campo de Green Bay, pero la defensa de estos aguantó el temporal hasta proclamarse finalmente campeones. 

La Superbowl, o el Superbowl, es, pues, como ha quedado dicho, la final del fútbol americano y se disputa siempre el primer domingo de febrero. La primera edición data de 1967, por la época en que el tenis inició su era Open. La NFL existía ya desde 1920, pero había otra liga. Hoy lo que hay son dos conferencias, la Americana y la Nacional, el campeón de cada una de ellas juega la Superbowl y se corona, como dicen los estadounidenses, como campeón del mundo. El trofeo del ganador lleva el nombre del legendario entrenador Vince Lombardi y es coqueto y sencillo a un tiempo.

Cada vez más gente sigue el football. En Londres, en el estadio de Wembley, ya se disputan cuatro partidos de la Liga Regular de la NFL, una liga que empieza en septiembre y acaba en enero. Luego se disputa la postemporada, es decir, los playoffs, y la Superbowl, que hace más o menos un lustro batió todos los récords en EEUU de seguimiento televisivo, derrotando al entonces programa más visto de la historia de la televisión, que era el útlimo episodio de la serie M. A. S. H., de 1983, una serie que dramatizaba la Guerra de Corea de principios de los años 50. ¿Qué es mejor? ¿La ficción o el deporte? Lo mismo ocurre en Europa, donde la Champions bate los recórds de series ochenteras como Heidi. No sé si es mejor o peor, pero en todo caso el deporte se ha convertido en lo más seguido por televisión, y yo me alegro. El deporte combina lo mejor de la ficción, que es el drama, con lo mejor del realismo, que es la misma realidad. Aquí estoy yo haciendo de Píndaro para darle valor a esos casi 120 millones de estadounidenses que siguen la Superbowl y al resto de telespectadores de los 200 países que emiten la señal de dicho partido.

Y con esto llegamos a la XLIX Superbowl, celebrada en el estadio de la Universidad de Phoenix en Glendale, Arizona, que el pasado 1 de febrero enfrentó a los Seahawks de Seattle, campeones de la conferencia nacional, con los New England Patriots, campeones de la conferencia americana. Ambos equipos llegaron a la postemporada con récord de 16 victorias y 4 derrotas. Los Patriots, radicados en Foxborough, cerca de Boston, son la segunda mejor franquicia deportiva profesional estadounidense en el siglo XXI, tras los San Antonio Spurs de la NBA. Llegaron a la Superbowl tras remontar dos veces 14 puntos de desventaja frente a Baltimore Ravens en semifinales de conferencia, y después de arrollar en la final a los Indianápolis Colts. Por su parte, Seattle Seahawks, vigentes campeones, venció en una dramática final de conferencia a Green Bay Packers tras ir perdiendo 16-0 con un touchdown final en la prórroga. La Superbowl enfrentaba pues a dos grandes equipos, la mejor defensa, Seattle, contra uno de los mejores ataques, New England. Los pronósticos eran reservados y nadie se postulaba claramente como favorito.

Era la sexta Superbowl para Tom Brady, y nadie ha jugado tantos partidos finales de titular como el quarterback de los Patriots, que luchaban por conseguir su cuarto trofeo Vince Lombardi después de haberlo ganado en las ediciones de 2002, 2004 y 2005. Las grandes franquicias de la historia de la Superbowl, Steelers, 49ers, Cowboys de Dallas, quedarían menos lejos para New England si lograba derrotar en esta edición 49 a Seattle, que por su parte buscaba lograr el primer doblete (y su segundo trofeo) desde el conseguido precisamente en 04 y 05 por New England. Dos colosos, pues, frente a frente, y tras los prolegómenos, el pitido inicial.

La puesta en escena del partido nos mostró sobre todo cautela por ambos bandos, aunque mayor dominio de los Patriots en el juego a la mano, buscando avanzar yardas poco a poco, en downs cortos pero precisos. Cuando estuvieron ya cerca de la end zone de los Seahawks, el pase de Brady fue interceptado y al final del primer cuarto se llegó con el resultado de 0-0. Empezaron los siguientes 15 minutos, y los Patriots siguieron igual, hasta que esta vez pudieron lograr touchdown y colocarse 7-0. Los Seahawks tenían que reaccionar, y así lo hicieron, logrando el empate a 7. Sin embargo, los Patriots siguieron como antes y se pusieron 14-7. Solo a 30 segundos del descanso un pase del quarterback de Seattle, Russell Wilson,  logró conectar con su receptor en la end zone y la jugada acabó, pues, en touchdown, que es como el ensayo o try en el rugby. 14-14 y a descansar.

En el tercer cuarto, espoleados por esta última jugada, los Seahawks arrollaron a los Patriots con su fuerte defensa y se fueron en el marcador 24-14. Parecía que la suerte les sonreía y que podrían revalidar el título. Solo dos veces en la historia de la Superbowl se habían remontado 10 puntos de desventaja y solo restaba el último cuarto. Pero los Patriots no se amilanaron y continuaron jugando cortito y al pie, como diríamos en fútbol. Así lograron dos touchdowns que remontaban el partido y lo ponían 28-24 favorable a New England a dos minutos del final. Y entonces llegó la jugada del partido y una de las más célebres de la historia del Supertazón. Un desesperadamente largo pase de Wilson fue capturado in extremis por Kearse a cinco yardas de la end zone de los Patriots. Primera y gol. Siguiente jugada, balón para The Beast, Marshawn Lynch, el runningback de los Seahawks. Parado por la defensa a una yarda de la zona de marca. Una yarda y tres downs para los Seahawks, que necesitaban el touchdown para ganar. Cuando todo el mundo esperaba una jugada para Lynch y la victoria de Seattle, el balón sale de la línea de los Seahwks, va a la mano derecha de Wilson, y este lanza un pase. El comentarista de televisión exclama: "¿Cómo te la juegas al pase? ¿Cómo te la juegas al pase?". Y el balón, a escasos centímetros del touchdown, es interceptado, no consigue su objetivo y el campéon es New England. Todo el mundo esperando el juego terrestre, un intento fallido de juego aéreo como factor sorpresa, y la defensa de los Patriots finalmente gana el anillo.

Esta memorable jugada defensiva no fue óbice, sin embargo, para que el MVP del partido fuera a parar a Tom Brady, el legendario quarterback de New England Patriots. Y aquí me rindo a la evidencia. Brady consigue su cuarto Superbowl, los mismos que los legendarios Terry Bradshaw (de los metálicos Steelers de los años 70) y Joe Montana (de los mágicos 49ers de los años 80). Supera a Joe Montana, y ya es superar, en pases de touchdown en la Superbowl con 13. Pero Brady, al que le tenía algo de tirria por esto de igualar o superar a Montana, también se rindió a la historia y declaró, más o o menos, lo siguiente: "Para mí es un honor estar al lado de Joe Montana, el quarterback de los San Francisco 49ers, mi equipo de infancia". Y es que Brady es californiano de San Mateo, en el área de la Bahía. ¡Tom Brady, leyenda!

Así se acabó la Superbowl número 49. La prensa de Arizona ya había lanzado sus portadas con el titular "Champs Again!" y la foto de los Patriots.

El año que viene la edición 50 ¡50 años ya de Superbowl! Volverán las tardes grises y plomizas de otoño, y volveremos a soportar el spleen de la vida siguiendo la NFL, sus coloridas franquicias, los logos en los cascos protectores (por cierto, el de los Patriots cambió, ¡y me gusta más el de los años 80!), sus choques de trenes, su infinita táctica, su pasión. Volverá la Superbowl su magia a posar frente a nuestros ojos. El mayor espectáculo del mundo. Y yo, como cavalier de Vilanova, espero estar presente. El año que viene más.

 

Memorias de África (y de Oxford)

Estas navidades me he regalado la lectura de la primera parte de las memorias del científico y divulgador inglés Richard Dawkins, elegido hace unos años como el intelectual más influyente del mundo. Dawkins es ateo militante y su último libro, convertido en best-seller, se titula "El espejismo de Dios". Dawkins escribe bien, pulcramente, con frases más bien cortas y sencillas, aunque no se desanima si tiene que emprender más altos vuelos. Ha sido interesante leer sus memorias, tituladas "Una curiosidad insaciable", que empiezan recordando a sus ancestros y acaban con la publicación de su libro más conocido, "El gen egoísta", en 1976.

Es muy curiosa la historia de su familia, vinculada al servicio colonial británico. Por eso Richard Dawkins nació en Nairobi en 1941 y se crió en África hasta los ocho años. El mundo que traza en esta parte de sus memorias es idílico y aventurero a la par. Causa envidia y asombro los antojos familiares en aquel ambiente entre, ya digo, paradisíaco y feraz, pero así era el Imperio Británico todavía unos años después de acabada la 2ª Guerra Mundial. 

Luego las memorias se trasladan como hizo su protagonista a la vieja Inglaterra. En concreto lo hacen a los colegios por los que pasó Dawkins, colegios religiosos y exclusivamente masculinos, donde un niño despierto que prefería la lectura al trabajo al aire libre va descubriendo el mundo adulto, rodeado de poesía inglesa y música tanto clásica como rock (fue un enamorado de Elvis Presley). Ahí vemos a un Dawkins que todavía rezaba, pero también al adolescente que pierde la fe cristiana anglicana y se convierte fervientemente al darwinismo. 

Y luego está toda la parte dedicada a sus años universitarios en Oxford. Aquí Dawkins se detiene explicando al detalle sus experimentos con pollos, grillos o moscas (cursó Zoología para ser luego profesor de dicha asignatura), un poco demasiado puntillosamente. ¡Pero así es la gran ciencia! Nos explica sus estudios con Niko Tinbergen, el sistema de tutorías que tan fructíferas fueron para su desenvolvimiento intelectual, su tesis doctoral, sus dos años como profesor en Berkeley en pleno apogeo hippy, y luego la gestación de su gran obra científica, la ya mencionada "El gen egoísta", que también podría haberse llamado el gen inmortal.

En conjunto el libro es ameno y hasta delicioso de leer. Sorprenden algunas boutades izquierdistas, como llamar "infame" al gran Ronald Reagan, pero lo que no se puede negar es que Dawkins no sea honesto. Cuando habla de su educación, menciona episodios de acoso escolar o incluso de pedofilia que desgraciadamente siguen repitiéndose en nuestros días, a pesar de que la disciplina británica y la general se hayan relajado mucho en los centros escolares.

Sin embargo, el gran reconocimiento público le ha llegado a Richard Dawkins no como científico sino como divulgador de la ciencia y polemista. No voy a entrar aquí en sus razones para el ateísmo militante, porque apenas esboza algunas ideas en estas memorias. Pero sí lo voy a hacer respecto al tema fundamental que subyace a lo largo de todas ellas, y que no es otro que el de la educación. Y en este punto es donde se puede extraer una gran lección de estas memorias de África y de Oxford, y que no es otra que la siguiente. En palabras de Dawkins: "Lo que importa no son los hechos, sino cómo descubrirlos y meditar sobre ellos. Éste es el auténtico sentido de la educación, muy diferente de la cultura actual obsesionada por los exámenes de evaluación". Para contrarrestar la presumible acusación de reduccionismo cientificista que los "humanistas" suelen hacer contra científicos como Dawkins, creo que esta idea final del libro sugiere más bien todo lo contrario en el ánimo y en la obra de su autor.

Bill vs Wilt

Una de las mayores rivalidades deportivas conocidas hasta la fecha ha sido la protagonizada en los años 60 por Bill Russell y Wilt Chamberlain. Unos veinte años antes que los míticos duelos entre Magic Johnson y Larry Bird, Bill y Wilt se enzarzaron en una pelea descomunal por dominar la mejor liga de baloncesto del planeta. Russell salió triunfador de tales batallas, pero Chamberlain será siempre el-jugador-que-metió-100-puntos-en-un-partido. 

Discutía yo en un foro de expertos aficionados a la NBA sobre la consideración que debemos tener tanto hacia Bill Russell como hacia Wilt Chamberlain. Desde ahora me declaro fan del primero, aunque reconozco los meritazos del segundo. En fin, discutía yo un poco sin ton ni son y un forero muy amable me puso al día de la eterna y maravillosa rivalidad entre los dos mejores pivots de los años 60.

Bill Russell y Wilt Chamberlain jugaron un total de 142 partidos entre sí, el uno contra el otro, promediando Russell 14 puntos y 23 rebotes y Chamberlain 28 puntos y 28 rebotes, decimal arriba, decimal abajo. Más: disputaron siete séptimos partidos en playoffs con un total de 10 puntos de diferencia acumulada entre los siete. La historia fue la siguiente.

En 1960 Chamberlain perdió 4-2 contra los Celtics de Russell y Cousy, el sexto y definitivo partido lo perdió por 2 puntos con palmeo en el último segundo de Tom Heinshon, el rookie que le ganó a Russell, militando ambos en los Celtics, el galardón de mejor rookie del año.

En 1962 Chamberlain perdió contra los Celtics, el último partido lo perdió de 1 punto con canasta en el último segundo de Sam Jones después de que Chamberlain empatara el partido faltando unos segundos.

En 1965 Chamberlain jugó un séptimo partido contra los Celtics, anotando 30 puntos y cogiendo 32 rebotes. En el minuto final anotó dos tiros libres e hizo un mate sobre Russell que puso a sus Sixers por delante. El coach, Schayes (con el que se llevaba mal desde su época de jugador) diseñó la jugada final para Hal Greer pero en el pase para la jugada Havliceck robó el balón en uno de los momentos más clutch de la historia ("Havliceck stole the ball!"). 

En 1966 los Celtics ganaron 4-1, en el partido definitivo Chamberlain hizo 43 puntos y 34 rebotes.

En 1967 cambiaron a Schayes de entrenador por un coach que pidió a Chamberlain tirar menos a canasta, asistir más (más de 7 asistencias por partido, convirtiéndose en el único pivot de la historia en liderar la tabla de asistentes a final de temporada) y concentrarse en defensa. Chamberlain ganó el MVP y el anillo incluyendo un partido en las finales con 24 puntos, 32 rebotes, 13 asistencias y 12 tapones en el primer cuádruple doble (no oficial) de la historia.

Como se puede ver, mi amigo forero cargaba las tintas en las excelencias de Chamberlain, pero semejante postura es razonable cuando yo defendía a Russell por haber ganado 11 anillos en trece temporadas. Yo insistía en que a pesar de ser mucho peor anotador que Goliath (uno de los apodos de Chamberlain), The Hawk (uno de los apodos de Russell) cogía casi los mismos rebotes. Frente a frente, mi amigo sostenía que Bill hacía muchísimo en aquellos duelos, pero que Chamberlain hacía más, solo que solía tener peor equipo y que por eso Russell tiene 11 anillos liderando a los Celtics y Chamberlain "únicamente" 2, uno de ellos cuando ya no estaba enfrente su bestia negra (nunca mejor dicho), ese bicho de Louisiana que era Bill Russell (aunque Chamberlain, gigante frágil al fin y al cabo, digno de figurar en una tragedia griega, se topó contra un pivot que para muchos llegó a superar a ambos, como Michael Jordan llegaría a superar a Magic Johnson y a Larry Bird... estoy hablando, claro está, del gran Lew Alcindor, más conocido como Kareem Abdul-Jabbar).

Bill Russell y Wilt Chamberlain siempre fueron amigos fuera de la pista. Y es que el roce hace el cariño. Amigos íntimos que brindaron al mundo del deporte una de sus páginas más gloriosas. Luchas sin cuartel en las que admito finalmente la grandeza casi inconcebible de Chamberlain, aunque me siga quedando después de todo con la maestría competitiva de Russell. Yo, que fui un buen base defensor con promedios de 10 puntos y 5 asistencias en mis años mozos, me rindo ante Chamberlain, pero siempre preferiré al que lidera históricamente los Win Share Defensivos, esa estadística que habla de la defensa de un jugador, que no es otro que el gigante verde Bill Russell. Siempre he pensado que en el arte de meter la pelota en el cesto hay un punto de suerte, mientras que por contra la defensa depende 100% de nuestra férrea voluntad. Eso es lo que admiro de Bill Russell, que por otra parte era también un gran asistente.

En fin, Russell fue elegido en el draft de 1956. Chamberlain empezó a jugar en la NBA en 1959. Nunca los vimos jugar. Pero yo, que siempre fui un laker, aun sigo soñando con la mano zurda del celtic Russell. ¡Quién lo diría!