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procopio: café filosófico

Fútbol y diplomacia

Como todos los niños, de pequeño yo quería ser futbolista. Pasados los años, tendría ya unos quince, me dio entonces por querer ser diplomático. Por eso estudié Derecho, fracasé estudiando Derecho (7 de nota en el expediente, lejos de la Matrícula de Honor que obtuve en COU) y por eso he acabado como profesor de filosofía -la consolación de la filosofía- de educación secundaria. Viene esto a cuento del libro que acabo de leer, Mis Mundiales. Del gol de Zarra al triunfo de la Roja, del mediático Inocencio F. Arias. Porque una cosa sí que sigo siendo desde pequeño: lector. A diferencia de algunos colegas de generación, que solo han leido los Diarios de Kurt Cobain, yo sigo siendo un lector más o menos ávido y empedernido. Mi biblioteca ronda ya los mil libros, sin contar los libros que no están en mi biblioteca pero que también he leido -por ejemplo, el libro de memorias de Obama. Así pues, a mis cuarenta años no puedo definirme, como alguna vez fue mi sueño, ni como futbolista ni como diplomático, pero a cambio puedo leer libros que traten precisamente de estas dos materias, el fútbol y la diplomacia.

Mis mundiales es un libro que pretende ser de sabrosa y amena lectura. A veces lo consigue. En la portada aparecen cuatro jugadores con la zamarra nacional: Zarra, Suárez, Butragueño e Iniesta. Al inicio de cada capítulo, uno por mundial desde el del 50 hasta el del 2010, el autor, diplomático de carrera, va desgranando datos y relatando acontecimientos que contextualizan el evento deportivo. Luego habla propiamente del mundial de turno, con acreditada experiencia. Inocencio Arias es alguien que ha visto en directo el 2-1 de España frente a la URSS en la Eurocopa del 64 y el gol de Puyol contra Alemania en Suráfrica que nos metió en la final. Es alguien de fiar, vamos.

El contexto de cada mundial nos lleva, en el libro, desde la guerra de Corea hasta la caída del Muro de Berlín, pasando por la crisis de los misiles de Cuba, el atentado terrorista en Munich´72, la entrada de España en la actual UE y en la OTAN, etcétera. El diplomático aquí demuestra su saber histórico y su capacidad para relacionar acontecimientos. Inocencio Arias es madridista pero ante todo del equipo nacional. Cuenta cómo vivió el gol de Zarra por la radio en un pueblo de Almería y los sucesivos fracasos posteriores de la selección, hasta llegar al gol de Iniesta. El contexto de España como país también ha cambiado. De la cartilla de racionamiento y el aislamiento internacional a la España que envía militares en procesos de pacificación.

Un hilo conductor recorre todo el libro: el fútbol es el deporte rey del mundo. ¿Del mundo? Bueno, en un país de más de 300 millones de habitantes aun sigue siendo el quinto deporte, que es tan insustancial en verdad como ser el quinto beatle. Estamos hablando, claro está, de Estados Unidos, donde el soccer no consigue implantarse en las masas que, sin embargo, siguen por millones el otro fútbol, el fútbol americano, es decir, la NFL. He visto algún partido de la NFL, es un deporte entretenido y fiero. Alguna final de conferencia bajo la lluvia de los 49ers de San Francisco. Y también por internet la Superbowl que los Green Bay Packers ganaron a los Pittsburg Steelers de una forma realmente emocionante. Incluso he visto un partido de la liga nacional española de fútbol americano, pues en mi pueblo se creó un equipo que llegó a disputarla, los Vilanova Cavaliers. Jugaron contra los Vilafranca Eagles. Y allí estuvimos. Eso sí, de la liga europea y de los Barcelona Dragons, solo por televisión, aunque como se hospedaban en Sitges una vez vimos a los jugadores en el tren de cercanías que va hasta Barcelona. Unas plantas tremendas.

Fue la edición XLIV de la Superbowl de 2010 la primera en superar el récord de audiencia que hasta entonces mantenía el último capítulo de la serie M.A.S.H. emitido en 1983. No sé si es un avance que el deporte sea la programación más vista de televisión en detrimento de una buena serie televisiva de enfermeros, pero así con las cosas. El récord está ahora en 115 millones de estadounidenses. Ante este dato, el soccer pena como puede en el país de las oportunidades, aunque cada vez es más practicado en las categorías inferiores y, sobre todo, por chicas (EEUU fue campeona mundial en 1999 de fútbol femenino).

En Mis mundiales se recuerdan estas y otras cosas a propósito del inmenso éxito del deporte reglamentado por los británicos allá a mediados del siglo XIX. Obama lo dijo y se ve que las hijas de Obama lo juegan. El soccer se abre paso muy lentamente. Y eso que organizaron un buen mundial, el de 1994, con récord de público en la final del Rose Bowl de Pasadena, California, rayando los cien mil espectadores. Pero también fue el primer mundial dilucidado en la suerte de los penaltis. Estos datos también los va anotando el autor del libro, los cambios en el reglamento, la introducción de las tarjetas rojas y amarillas, la posibilidad de hacer cambios durante los encuentros, etcétera. Arias también se detiene, y es interesante, en los países organizadores, el contexto sociopolítico de cada uno de ellos, si lo hicieron bien o mal y qué hicieron, las medidas de seguridad, el creciente poder de la televisión, el fracaso por ejemplo de Colombia de organizar el Mundial de 1986, que al final organizó México.

Por lo que hace a los campeones, el resumen lo sabe ya todo el mundo: campeón de 1950, Uruguay, con el "Maracanazo"; campeón de 1954, Alemania, con el "Milagro de Berna"; campeón de 1958 y 1962, Brasil, con Pelé y compañía; campeón de 1966, Inglaterra, con el famoso gol fantasma; campeón de 1970, el mejor Brasil de todos los tiempos, con un veterano Pelé al frente; campeón de 1974, Alemania, con la remontada al gol inicial de Holanda; campeón de 1978, Argentina, con los goles de Kempes; campeón de 1982, Italia, con el júbilo de su presidente; campeón de 1986, Argentina, con Maradona como líder; campeón de 1990, Alemania, de penalti; campeón de 1994, Brasil, en los penaltis; campeón de 1998, Francia, con los goles de Zidane; campeón de 2002, Brasil, con Ronaldo a la cabeza; campeón de 2006, campeón Italia, con el cabezazo de Zidane a... Materazzi y 2010, España campeona con el gol de Iniesta en la prórroga.

Hoy en día, más de doscientos países participan en la Copa del Mundo, en su fase previa, claro. Es el primer evento deportivo mundial por delante incluso de los Juegos Olímpicos. Empezó siendo un deporte olímpico pero, a raíz de su éxito, se autonomizó creándose propiamente el Mundial de fútbol en 1930. Uruguay, que venía de ser dos veces campeón olímpico en 1924 y 1928, fue su primer ganador. Luego Italia, la Italia fascista, venció en los Mundiales de 1934 y 1938. A partir de aquí hay un paréntesis debido a la Segunda Guerra Mundial. De 1950 hasta hoy, el relato es conocido, y si lo quieren revivir o aun no lo conocen, les recomiendo que se lean Mis Mundiales del diplomático Chencho Arias.

Win or go home a la española

La ACB empezó su andadura en la temporada 1983-1984, unos meses antes de los JJOO de Los Angeles. Organizada por los clubes, venía a sustituir a la Liga Nacional, organizada por al FEB (la federación de baloncesto), que había iniciado su periplo en la temporada 1956-57. Pero la Liga Nacional no tenía playoffs, que es de lo que voy a hablar. Por tanto hablaré sobre todo de la ACB.

Como es sabido, la expresión "gana o vete a casa" (win or go home) hace referencia a las series finales por el título. Partidos que, como ha escrito Gasol en su "Código Gasol" del diario Marca, no son partidos para pasar la tarde en la NBA. Tampoco en la ACB. Son partidos a vida o muerte, diríamos. Los aficionados van a apoyar a su equipo (¡de-ffense, de-ffense!), lucen todos las camisetas del color de su equipo, está en juego al temporada. Son los partidos que, al decir de Larry Bird, distinguen a los niños de los hombres. Son, en una palabra, los playoffs.

De las veintisiete ediciones de la Liga Nacional, el Real Madrid se alzó con veintidós de los treintaiún títulos de que hoy en día goza. Pero, repito, no había playoffs. Quién sabe lo que hubiese ocurrido algunos de esos años de haber existido el sistema de partidos de eliminación, pues este año el tercer clasificado en la Liga Regular, el FC Barcelona, es el que se ha alzado con el título de liga. El baloncesto es antiguo en España. En la escuela hicimos un trabajo sobre los orígenes del deporte de la canasta en mi pueblo, y creo recordar que lo introdujeron los Escolapios en los años 20 del siglo pasado. Mi amigo y compañero de clase Javier Canales, triplista consumado en el equipo del colegio, tiene hoy en día el título de entrenador nacional. La base del baloncesto es extensa en Cataluña. Equipos míticos como el CB Orillo Verde Sabadell, el Aismalibar de Mollet o el Picadero Jockey Club de Barcelona ya competían en la élite del baloncesto nacional allá por el final de la década de los 50 y principios de los 60. Eran los años de Kucharsky, Alfonso Martínez y, más tarde, del legendario Emiliano Rodríguez que, si no yerro, llegó a ser MVP del Eurobasket del 63 con la selección.

El resto de los veintisiete títulos de la Liga Nacional fueron a parar a las vitrinas del FC Barcelona en tres ocasiones y, en dos, a las del gran Joventut de Badalona, que es ciertamente la capital del baloncesto de base en Cataluña. ¿Ya he contado que un entrenador de las categorías inferiores de la Penya me tanteó para ir a probar al club de Badalona? El plan incluía dos años de gimnasio+entrenos+partidos-los-fines-de-semana, con lo cual lo estudios y el inglés quedaban desde luego tocados. Sopesé mis posibilidades y rechacé la oferta. No soy un atleta y el 1,80 que mido ya entonces empezaba a ser insuficiente aun para jugar de base, a no ser que seas Spud Webb. I´m not black, but I´m still proud. Una lástima lo del plan de ir a probar a la Penya, porque me hubiese gustado verme bajo la presión de ser elegido o no. Ver el mundo del baloncesto profesional desde dentro. En Madrid, quién sabe si me hubiesen "tocado" en el club de cantera más importante de la capital y alrededores, el CB Estudiantes.

Seguí en el baloncesto y viendo baloncesto a pesar de no ir a probar con la Penya. Falleció mi amigo Xavi Montserrat jugando al deporte de la canasta y para el partido de homenaje trajeron a un cadete del Joventut, donde jugaba César Sanmartín, que luego estuvo varios años en la ACB. Yo seguía la ACB cuando aun era dominada por Barça, Madrid, Joventut y Estudiantes.

Todo cambió a partir de los años 90. Clubes de ciudades como Málaga, Sevilla, Vitoria, Valencia y Bilbao han llegado a la final de la ACB y alguna vez incluso la han ganado. Que se lo pregunten al viejo Chichi Creus y a su equipo el TDK Manresa, que venció en unos playoffs verdaderamente eliminatorios al favorito Vasconia de Vitoria. En aquellos años dejé de seguir de cerca la ACB, salvo las finales, aunque siempre he estado más o menos al día. Fue muy bonito que comunidades que no fueran Madrid o Cataluña se sumaran a la fiesta nacional del baloncesto: Andalucía, País Vasco, Comunidad Valenciana. Todo esto coincidió con el otorgamiento de los premiso MVP al mejor jugador de la Liga Regular y al mejor jugador de la Final. El primer MVP de la final fue el pivot negro Corny Thompson, del Joventut de Badalona, en la temporada 90-91. Al año siguiente se otorgó asimismo el MVP de la fase regular, que recayó en Darryl Middleton, del Girona.

El club dominador de la denominada era ACB está siendo sin duda el FC Barcelona, con quince de sus dieciocho títulos de liga ganados desde la temporada 1983-84. El último ayer por la noche, cuando venció en el cuarto partido de la serie (3-1) al Real Madrid por dos puntos, 83-81. Un Real Madrid que pese a ganar solo la Copa en esta temporada ha pasado a los anales de los récords en su fase regular, y del eco mediático durante toda ella. Empezó como un tiro. Ganó, queda dicho, la Copa del Rey (antes del Generalísimo). Pero desde que perdió la final de la Euroliga contra el Maccabi de Tel Aviv, se ha dejado en el camino fuelle, ritmo e ideas. Por tanto, un tercer clasificado en fase regular gana por primera vez la liga, poniendo en valor el sistema de playoffs que algunos desaprensivos quieren ver eliminado de la liga española. Un Barça de récord -ocho finales seguidas, superando a la generación de Epi, Solozábal y compañía- ha batido a un Real Madrid legendario -dos finales de Euroligas seguidas, y mejor balance en el banquillo desde la época de Lolo Sainz, aunque, claro está, lejos del hall of famer, y alicantino, Pedro Ferrándiz.

Pero si hay un nombre que ejemplifica lo que ha hecho el Barça en la era ACB, sobre todo en la última década larga, este no es otro que el de Juan Carlos Navarro. La Bomba ha superado a Rafa Jofresa en partidos de playoffs jugados en la ACB. La Bomba ha superado a Epi como el máximo anotador del Barça en playoffs de la ACB. La Bomba ha superado, con ocho ligas, las siete de Epi y de Jiménez. La Bomba ha superado, con tres MVP en las finales, a Sabonis y Felipe Reyes, que tenían, como él, dos. A sus 34 años, Navarro hace mucho tiempo que se convirtió en leyenda, encarnando, podríamos decir, el baloncesto español. De ahí su estatura mítica. Le aplaudí a rabiar cuando le entregaron no sé qué placa de homenaje cuando jugó con la selección en el Palau Sant Jordi de Barcelona contra los EEUU de Kobe Bryant, Lebron James y compañía. Le he visto jugar, pues. La primera vez fue en Alicante, cuando iba al Centro de Tecnificación casi quincenalmente a ver jugar al Lucentum. Era el primer partido de liga. El Barça tenía un equipazo. En el Lucentum jugaban los Lewis y Angulo, entre otros. En un partido a pocos puntos, la gente estaba loca de contenta con el momentáneo triunfo de su equipo. Hacia el final del partido los azulgranas empezaron a remontar, y Navarro enchufó dos triples seguidos. El Lucentum pierde la bola en el siguiente ataque. Navarro va a sacar de banda y allí que estoy, detrás suyo. Me puede oir perfectamente. Pues bien, no se me ocurre otra cosa que espetarle: "¡Navarro, el próximo lo fallas!". Ya sé que no es la mejor manera de comportarse en una pista de baloncesto. Pero allá que va Navarro, la pide, se la dan, y sin mediar segundo alguno, lanza un triple forzado que yerra. Partido para el Lucentum, que, por cierto, acabó descendiendo aquella temporada que se iniciaba con tal principio prometedor.

MVP de las finales de la ACB lo han sido jugadores de peso. Ya hemos mencionado a Sabonis y a Reyes. Otros MVP semejantes han sido Jasikevicius, Bodiroga, Gasol, Garbajosa y Splitter, que acaba de ganar la NBA con los Spurs. Como ha sido dicho, a partir de ayer, Navarro es el líder de la estadística con tres MVP.

Navarro jugó una temporada en la NBA, en los Memphis Grizzlies. Pasó desapercibido, aunque no del todo. La experiencia le vino sin embargo muy bien, pues a su vuelta se convirtió en el líder indiscutible de su equipo de toda la vida, la sección de baloncesto del FC Barcelona. Ganó una Euroliga siendo el MVP de la Final, cosa que ningún otro español ha logrado hasta el momento. A esa Copa de Europa hay que sumarle la lograda en 2003, en la que fue importante pero no exactamente el líder. Algún día tengo que conocer a Juan Carlos Navarro. Él es todo lo que me hubiese gustado ser, dado que no tengo las condiciones físicas ni mentales de un Pau Gasol, en el mundo del baloncesto español y europeo si hubiese aceptado la jugosa oferta de ir a probar al Joventut de Badalona y hubiese triunfado. Porque a día de hoy, superando a Emiliano y a Epi, ya lo podemos decir: Juan Carlos Navarro es el baloncesto español.

Y nostálgicamente cantamos el tema de Loquillo "Memoria de jóvenes airados" dedicándosela a él y no a ningún otro:

"Nosotros

que somos los de entonces

los que no tenemos dónde

los que siempre hablamos solos" 

Nariz de boxeador

Me decía que tenía la nariz de boxeador. Me operaron de ello, de un tabique nasal torcido. Me lo decía cuando yo era muy pequeño el padre de mi amigo Camilo Villaverde. Camilo era argentino. Sus padres habían huido de la dictadura militar de Videla. Se habían instalado en Vilanova y antes de que se mudaran a Sitges allí íbamos todas las tardes de domingo a pasar el rato. El padre de Camilo, además de entrenador de baloncesto -ya sabéis que Argentina es campeona olímpica- era aficionado al boxeo. Me decía que tenía la nariz de un boxeador, por tenerla torcida, y empezábamos a hacer ver que boxeábamos. Eso era todo, pero era divertido.

Divertido y apasionante me resulta el boxeo, aunque no soy un gran aficionado. Que es un deporte violento, no cabe duda. Es quizá el deporte más sanguinario de los que existen, porque a los toros yo no los tengo por un deporte. Los hombres se miden en el boxeo hasta el límite de lo humano, que incluye sin duda lo violento de la vida. Formamos parte de la naturaleza y sería una salvajada no adecuarse a ello. Eso sí que sería una salvajada. 

Mi escaso seguimiento del boxeo se puede resumir en que creía que la película Rocky ocurría en Nueva York y no en Filadelfia. Me enteré cuando estuve en Nueva York, ya muy mayor. Vimos las escalinatas del Museo de Historia Natural que Rocky Balboa va subiendo acompañado de una música legendaria. Míticas imágenes que a todos nos animan. No sé yo en qué sentido tomarlo, pero el hecho es que Filadelfia, además de ser la ciudad de la Campana de la Libertad y de la independencia estadounidense es hoy en día la ciudad de Rocky. Postales de la Declaración del 4 de julio se mezclan con postales de Sylvester Stallone en el papel de su vida. Los que crecimos en los años 80 entendemos la lucha proamericana de Rocky, pero, repito, tengo dudas de si ponerla al mismo nivel que la lucha de George Washington, Thomas Jefferson y Benjamin Franklin.

Sea como fuere, no es baladí que el deporte de Rocky sea el boxeo. Hay una hermosa película de Paul Newman que remeda una especie de biografía de Rocky Graziano. Es en blanco y negro. Luego está Toro Salvaje. En fin, hay muchas más. Pero la película pugilística por antonomasia no es de ficción. Es real. Es la vida y obra de Cassius Clay, más conocido por todos como Muhammad Alí, considerado por la revista Sports Illustrated como el "deportista del siglo XX".

La vida y milagros de Cassius Clay daría para otro libro, que algún amante serio del boxeo escribirá algún día en español. Digo serio refiriéndome a que no sea yo. Ejem. Pero sigamos. Alí fue un personaje controvertido. He visto algún biopic del sujeto en cuestión y lo cierto es que era tremendo. Alí tenía razón y no la tenía. Era el número 1, eso seguro. Harto de que le llamaran nigger en el sur de los Estados Unidos se convirtió al Islam. De la Nación del Islam se hizo otro deportista también muy famoso, este más cercano a mi experiencia. Es Lew Alcindor, es decir, el baloncestista Kareem Abdul-Jabbar. Pero esta conversión al islam a mí no me acaba de convencer. Es un poco lo que podríamos llamar una americanada. Pensar que todo el mundo te cabe dentro de la mano. Bueno, entonces aun se podía vender que el islam es la religión de la tolerancia, hoy después de los atentados terroristas del 11-S eso costaría más.

Pero vayamos al grano. Aun como Cassius Clay, Alí ganó la medalla de oro en boxeo en los JJOO de Roma´60. Luego fue campeón de los pesos pesados en 1964. Lo volvería a ser en 1974 y 1978. Y eso que estuvo tres años sin boxear, padeciendo una suerte de ostracismo voluntario al negarse a ser reclutado para la guerra de Vietnam.

Lo más brillante de la carrera de Alí, aparte de sus fulgurantes inicios, de su acerada labia, de sus posiciones político-religiosas, etcétera, me parece que es la rivalidad con otro grande, Joe Frazier. Dos estilos opuestos, dos mastodontes del cuadrilátero, dos americanos diferentes. Alí era mejor, pero lo tuvo que demostrar. En el primer combate, que hizo más legendario si cabía al neoyorquino Madison Square Garden, Frazier le derrotó con aquel inolvidable ganco de izquierda que dejó por un momento a Alí en la lona. Luego vino la revancha. Y, en fin, el thrilla en Manila.

Tuve la suerte de ver el combate entero por televisión. Fue en concreto por MarcaTV, que tenía un programa diario dedicado al deporte de los guantes. Los viernes, creo recordar, solían echar combates históricos. Vimos la victoria de Smokin´Joe Frazier, y luego las revanchas. Todo el thrilla in Manila enterito. Un combate sin igual. Alí ya no se movía como una mariposa y picaba como un abejorro. Más bien tendía a aguantar la tunda de golpes que se le venía encima y, al final, rematar la faena con algunos golpes maestros. Fue estupendo verlo. Alí dijo al finalizar aquello de que nunca había estado tan cerca de la muerte. Frazier aun no se creía que hubiera perdido.

Me perdí en el mismo canal el combate histórico de Muhammad Alí contra George Foreman en Kinshasha, Zaire, actual República Democrática del Congo. Esta vez el viejo Cassius Clay ganó por rotundo KO: quizá su victoria más contundentemente épica. Pero como la fantástica rivalidad con Frazier, nada. Al menos para mí.

Señalaba Nietzsche que su talento -concedámosle que lo tenía- residía en su nariz, o mejor dicho en su olfato. El olor a establo o las cumbres de la humanidad, he aquí los polos opuestos según el gusto olfativo del filósofo alemán. No sabría siempre asegurar que el boxeo forme parte de la cumbre humana y no a veces del olor a establo. He visto combates de categoría llamésmola regional que me han desazonado un tanto. Mundo turbio, a veces, el mundo del boxeo. Pero sí me atrevo a afirmar con todas sus consecuencias que algunas de las cumbres de la humanidad se han logrado en el deporte del boxeo. No sabría razonar muy bien por qué, aunque he intentado ejemplificarlo con el fabuloso caso de Cassius Clay, luego conocido como Muhammad Alí. Es más bien mi olfato el que me lo dicta así, o mejor dicho, en este caso mío, mi pequeña y chata nariz de boxeador, como me diría un argentino allá por el final de los años 70.

Es solo balonmano

"It´s only rock´n´roll, but I like it", cantaban The Rolling Stones. Cuando pienso en lo poco que me gusta el balonmano, cuando pienso en lo mucho que en cambio gusta a mucha gente, entonces me digo: es solo balonmano.

Sobre todo en Escandinavia y en Alemania el balonmano es deporte nacional. Pabellones de veinte mil espectadores llenos a rebosar, equipos potentísimos en las finales a cuatro de la Copa de Europa, etc. En España, no tenemos algo así pero el balonamno es, en cambio, dicen, el tercer deporte tras el fútbol y el baloncesto.

Dos Mundiales, tres bronces olímpicos -les falta la final olímpica-, varias medallas en europeos. Este es el bagaje de la selección española de balonmano. Recuerdo el primer mundial, el de 2005, la final contra Croacia. Yo empezaba a ejercer como profesor de filosofía en Castellón y también empezaba la Edad de Oro de las selecciones nacionales, si bien la Copa Davis de tenis ya se había ganado por primera vez antes de esa fecha.

Mi relación con el balonmano es distante. No es un deporte que me apasione. La Liga ASOBAL, apenas la sigo. Estoy más cerca del turf que del balonmano, y ya es decir, porque he estado una sola vez en las carreras de caballos.

Sin embargo, el balonmano ha estado cerca de mí más veces de las que parece. Mi íntimo amigo Carlos Giró se dedicaba como federado al balonmano. En el instituto practicábamos handball en las clases de gimnasia, y una de las clases de primero de BUP estaba formada por chicos que jugaban al balonmano. Estuve a un tris de estudiar con ellos, porque hacían francés, y como yo el inglés lo tenía en clases particulares por las tardes, mi madre quiso apuntarme a francés en el instituto. Pero al final me quedé en el grupo de primero de BUP que me había tocado inicialmente en suerte, de modo que no tuve como colegas de pupitre a aquellos muchachos conocidos por dedicarse al balonmano.

En mi pueblo, el balonmano es el típico deporte base. Hay cierta afición. Pero es en Alicante donde en verdad es religión. El Calpisa de Alicante fue un club que disputó la Copa de Europa, partiendo del histórico Obras del Puerto. En el instituto de Elche donde tengo la plaza definitiva conocí a un exjugador del Calpisa de aquella época de finales de los años 70. Era y supongo que seguirá siendo el profesor de educación física. Un hombretón ancho de espaldas y alto aunque no demasiado, un prototipo de handballista. ¡Papitu!, le llamé yo alguna vez. En Cataluña, así como el baloncesto es religión en Badalona, el hockey sobre hierba en Terrassa, el waterpolo y el hockey sobre patines en distintas localidades, el balonmano lo es en Granollers. Me alegra que hoy en día el Granollers vuelva a estar arriba en la élite.

Pero el gran dominador de la liga nacional de balonmano no es otro que la sección de handball del FC Barcelona. Y no solo de la liga nacional, sino también de la europea. El Barça es el club con más copas de Europa del viejo continente. Valero Rivera se lamentaba que, a diferencia del baloncesto, no hubiera sección de balonmano en el Real Madrid, y de que por tanto la rivalidad Barça-Madrid no existiera en el deporte de la mano y la pelota. Muchas veces esa falta de rivalidad le ha quitado protagonismo mediático a la competición. 

Existía la sección del Atlético de Madrid, que era el equipo que más simpatías me generaba. Recientemente hubo un conato de revivirla, pero ha vuelto a desaparecer. Pretendío ser la continuidad del gran Ciudad Real, que tiene tres EHF Champions League, esto es, copas de Europa. Pero desapareció también como desaparecieron los viajeros del fantasmal aeropuerto de Ciudad Real, llevados por la Gran Recesión económica. Así sobreviven mal que bien históricos lugares del balonmano nacional como León, Valladolid, Santander y Pamplona.

Del viejo Atlético de Madrid de balonmano me quedo con el portero, el mítico Lorenzo Rico. ¡Esos pantalones verdes, si no recuerdo mal! De la escena actual internacional, pues Francia, con Karabatic y Omeyer al frente, qué poderío. Y en los años 90, Rusia y Suecia, qué partidos de alta tensión, qué disparos lejanos. Es solo deporte, pero me gusta. 

"La fiebre conquistada"

Como anuncié, se ha publicado mi libro de ensayos sobre rock and roll, "La fiebre conquistada":

¿Se puede escribir un libro de filosofía sobre el género musical del rock and roll? Esto es lo que se propone hacer La fiebre conquistada en un conjunto de ensayos de tono filosófico sobre la música popular de nuestro tiempo. En este libro se analizan las composiciones y letras de bandas legendarias como The Velvet Underground o Sonic Youth y se homenajea líricamente a músicos inmortales como Buddy Holly. En más de cincuenta apuntes nostálgicos, La fiebre conquistada repasa, además, algunos de los grupos, conciertos, discos, canciones y géneros que han jalonado la historia del rock, incluyendo desde bandas anglosajonas como The Who, Ramones o Yo La Tengo a grupos españoles como Gabinete Caligari, Los Flechazos o Triángulo de Amor Bizarro. El resultado es variado y apetitoso. Así pues, lean, disfruten y no olviden nunca: keep on rockin´.

Joaquín E. Brotons, Vilanova i la Geltrú (Barcelona), 1974. Licenciando en Derecho y Máster en Humanidades por la UPF. Doctor en Filosofía por la UAB. Profesor de Filosofía de Educación Secundaria. Ha traducido Teoría del cuerpo enamorado, de Michel Onfray. Su obra filosófica se puede encontrar en: http://jbrotons.bubok.es

No pares, sigue, sigue

Perdonadme, eruditos. Este libro no pretende ser una demostración de erudición ni yo soy un experto en nada. Este libro no pretende suplir a las revistas deportivas, ni a los periódicos deportivos, ni a los foros sobre deporte que en el mundo existen, ni a otros libros sobre deporte. Si en este libro se contuviera toda la sapiencia y todos los datos que distinguen a cualquier actividad deportiva, todo lo anterior dejaría de existir, y nos perderíamos una gran cosa, en verdad, como es comprobar el grado de dominio que los periodistas deben demostrar sobre las disciplinas de que son especialistas. Los palmarés, el dato, la fecha mítica. La mística, también.

Dejo dicho esto por adelantado porque voy a hablar de ciclismo, y sé que el ciclismo, ese deporte que gusta a tanta gente tan diversa, del escritor Cioran al político Rajoy, por ejemplo, levanta auténticas pasiones eruditas entre los aficionados. De modo que me disculpo por adelantado por no ceñirme al frío análisis experto de corredores, etapas, fechas, cimas, velocidades, números de plato y piñón, etcétera, que caracterizan al fiel aficionado. Como en el resto de este libro, voy a hablar de mis experiencias personales con el ciclismo y de algunos de mis recuerdos del deporte de la bicicleta, aunque no por ello deje de considerarme, como el resto, también un aficionado fiel.

Y es que a diferencia de otras disciplinas, a las que sigo siendo leal aunque no exactamente fiel, lo mío con el ciclismo es un amor de toda la vida. Desde ya un lejano amor por el corredor Alberto Fernández hasta el interés -¿qué hay de malo en el simple interés?- por la rivalidad que mantienen Froome y Contador. Pero antes de amar el ciclismo, yo amo la bicicleta, que aprendí a montar allá por los cinco años cuando me quitaron las dos ruedas pequeñas traseras de una bici que recuerdo de color verde, muy pequeña, con las ruedas gruesas. 

Allí iba yo con aquel pequeño bólido aprendiendo a pedalear sin caerme, y cayéndome muchas veces hasta conseguir mantener la bici recta. La clave era seguir pedaleando, no parar. Por aquel entonces formábamos una pandilla un poco al estilo Verano Azul en la que yo era el más pequeño, y por tanto el que siempre quedaba rezagado, y debía pedalear con más fuerza para no quedarme descolgado, ya entonces. Algunas de mis primeras caídas, como todas las caídas de los niños, fueron épicas. Ja ja ja. Es aquello del ahora me río pero entonces qué daño. Los mayores nos organizaban ginkanas, y lo pasábamos de miedo en aquellos veranos de leyenda. Si íbamos a coger moras o caracoles después de la lluvia, o a robar uva, o a meter un palo en un panal de rica miel, la bici no andaba muy lejos para la huida. Como los niños de ET huíamos imaginando que pedaleábamos en el universo, aunque fuera el astro sol y no la bella luna el que entonces dominara la bóveda celeste.

Aprendí a montar en bicicleta, pues, y ya todo fue sobre ruedas. Quiero decir que se fueron sucediendo mis bicicletas, que iban creciendo a medida que me iba haciendo mayor. Como a la escuela íbamos en bicicleta, era una cosa que se nos estropeaba a menudo. Y había que reparala. Tuvimos el honor y el orgullo de que quien nos reparaba las bicicletas era ni más ni menos que Vicente Iturat y sus hijos. "Me voy al Iturat", y allí íbamos con las manos en el manillar de la bici, pasando por la plaza de las Coles, a la pequeña tienda de bicicletas tocando La Geltrú donde un tal Iturat nos miraba serio y como molesto y nos daba fecha para pasar a recogerla. No podía saber entonces que Iturat -mira, ese es Iturat, podía haber dicho alguno- había corrido el Tour de Francia en la época de Bahamontes y había llegado a quedar quinto en una Vuelta a España. Tampoco sabía entonces que Iturat era de un pueblo de Castellón. Lo supe cuando me instalé en la ciudad valenciana. Resulta que la Vuelta Ciclista a España 2004 acababa una etapa llana en la capital de La Plana. Ganó Freire, el cuatro veces campeón del mundo en ruta, al sprint. Y allí, antes de los premios, estaba don Vicente recogiendo una placa de homenaje. Fue un día redondo, aunque apenas vislumbré a los corredores mientras llegaban a meta. Fue mi primer contacto directo, sin televisión, con el ciclismo.

Pues bien, ya sabía andar en bicicleta y la bicicleta estaba siempre en buen estado gracias a Iturat. Solo quedaba el ciclismo, y mi primer amor, como he dicho antes, fue el corredor cántabro Alberto Fernández, del equipo Zor (una marca de mecheros), que perdió la Vuelta de 1984 con el francés Eric Caritoux y meses después la vida en un accidente de circulación. Un amor trágico, para empezar.

Luego vino la época de Perico Delgado. Perico era un tanto polémico, y tras sus vanos intentos de ganar el Tour tras vencer en la Vuelta, declaró: "Es fácil ser primero en España". El periodista deportivo José María García, apodado el Butanito, tuvo más que palabras con Delgado. Pero Perico era un corredor apasionante. Cuando parecía que nadaba mal, soltaba su característico latigazo y allá que se iba. Finalmente se proclamó campeón del Tour de Francia en 1988, vistiendo el amarillo en París. Creo que fue el año del primer oscar de Almodóvar. España ya estaba en la entonces CEE, y fueron días de vino y de rosas, aunque también, ay, de la cultura del pelotazo. 

De aquel tiempo recuerdo la música de la Vuelta a España, una tonadilla pegadiza de estilo tecno-pop -la movida todavía no se había ido por completo- que me gustaría poder reproducir aquí exactamente. Recuerdo mis primeros giros de Italia, la hermosa maglia rosa, y durante un tiempo que pillábamos la RAI en casa por no sé que afortunado avatar, el bello italiano narrando la ronda transalpina. También recuerdo el récord de la hora de Francesco Moser, que se corría en un velódromo y en el caso del italiano Moser en uno de la Ciudad de México. Luego Induráin conseguiría en su época el récord de la hora. 

Los años de los tours de Perico Delgado fueron maravillosos. La hegemonía del gran Bernard Hinault -grande e irascible- tocaba a su fin, y aparecían el velocísimo Fignon y el astuto Lemond. Contra todos esos y, ay, contra Stephen Roche, tuvo que lidiar don Pedro Delgado, hoy sabio comentarista de ciclismo en TVE. Qué recuerdos de la etapa de Alpe D´Huez en la que Delgado parecía que iba a sacar una ventaja definitiva para ganar el Tour y a los cuatro segundos de llegar a meta cruzaba Roche totalmente exhausto. ¡Se lo tuvieron que llevar en ambulancia! Esfuerzo al límite, puro ciclismo. Algunos de aquellos tours los veía en la casa de la abuela de mi amigo Sergi Cortiñas, a la que llamaban la sínia, por ser parecido a una pequeñita masía. Después jugábamos al ping-pong toda la tarde y en agosto, como he relatado en otra estampa, organizamos un campeonato de llamémosle golf.

Entonces sobrevino la era Induráin y sus gloriosos cinco tours seguidos, gesta nunca lograda ni por el elegante Anquetil, ni por el caníbal Merckx, ni por Hinault ni a la postre por Armstrong. Miguel Induráin tenía problemas en las subidas, pero en contrarreloj no he visto cosa igual. Era como un avión. Potencia y clase, y, claroestá, un físico privilegiado. "¿Qué ha hecho Induráin?", preguntaba yo si no había podido ver la etapa veraniega del Tour por estar trabajando en un chiringuito de la playa, como quien pregunta qué ha hecho el Barça y con los mismos nervios previos y al misma exhalación de alivio y de felicidad tras comprobar un año más que Miguelón no nos fallaba. Grande Induráin. El mejor deportista español de todos los tiempos hasta la llegada de los Nadal, Gasol y compañía. Qué barbaridad.

Más tarde aparecieron Jan Ullrich y Marco Pantani, un paréntesis antes del estallido avasallador de Lance Armstrong, el perdedor de siete tours seguidos. De 1999 a 2005 no hay sencillamente ganador. El problema del dopaje, que ya se discutía en los inicios del Tour cuando se acusaba a algunos corredores de tomar cocaína, apareció con toda su miseria. Y España estaba en el ojo del huracán. Pese a ello, tras la época de Arsmtrong, cuatro españoles vencieron consecutivamente en la ronda gala, y especialmente meritoria fue la victoria de Carlos Sastre en 2008, con una brillante ascensión en la etapa de Alpe d´Huez. Sastre fue recibido como un héroe en... Bélgica, donde hay una enorme afición al ciclismo. Fue un triunfo que gustó a todo el mundo, porque se veía que Sastre no andaba ni remotamente dopado, hizo un gran esfuerzo, sin animaladas inexplicables desde el punto de vista genéticamente humano, fue más inteligente, y ganó.

He preguntado esto del doping a gente honesta que se dedica semi-profesionalmente al ciclismo. Su respuesta, lamento decirlo, ha sido evasiva. Que si alguna ayuda... Bueno, no sé. Esto del doping se remonta realmente a los Juegos Olímpicos de la antigua Grecia. A veces los partidarios del doping, pues haberlos, haylos, me han llegado hasta convencer. Pero ante todo hay que resaltar que es perjudicial para al salud. La atleta estadounidense Florence Griffith no murió joven porque era una estrella de rock, sino porque consumía este tipo de drogas tan dañinas. Pero una cosa sí que sé por propia experiencia. A los quince o dieciséis años yo me hacía cuarenta kilómetros en bicicleta como si tal cosa. Por las hermosas carreteras comarcales cercanas a mi localidad, iba yo sin pestañear pedaleando lúcidamente. Casi sin esfuerzo, o con un esfuerzo que me gustaba realizar, me iba hasta el pantano de Foix, nueve kilómetros para ir y nueve para volver, o más allá, a veces acompañado de amigos, nos íbamos hasta Aiguaviva, o yo solo, en plena canícula veraniega, me hacía, como digo, cuarenta kilómetros tal cual, de Vilanova a El Vendrell y volver. Y yo no soy precisamente un atleta. Quiero decir que se pueden hacer doscientos kilómetros diarios en una vuelta de tres semanas si eres profesional. Un fuera de serie, vamos. Claro que todo depende de la velocidad con la que se vaya, como diría Alejandro Valverde. Realmente, si eres un corredor excepcional, no necesita aditamentos. Valga esta reflexión para zanjar el asunto del dopaje.

Pero hablando de Valverde, no me querría olvidar de comentar lo del valverdismo antes de ponerle punto y final a esto. Resulta que un día leyendo la sección de deportes de El País, lo único que leía prácticamente de El País antes de dejar de leerlo, me encontré esta expresión, "valverdismo", dicha peyorativamente por un periodista cuyo nombre ahora no recuerdo. Resulta que solo ha habido dos corredores que me han hecho levantarme del sofá, uno fue, como se pueden imaginar, Perico Delgado, y el otro, Alejandro Valverde. El palmarés del murciano no es todo lo que imaginábamos que podía ser. No tiene un tour y solo una vuelta. Pero siempre ha estado ahí. Un corredor apasionado e inteligente a la vez. Todo depende de la velocidad a la que se suba. Puede ser el Tourmalet o los Lagos de Covadonga o el Angliru o la Bola del Mundo o el Mortirolo. Pero puede ser la cuesta que lleva a tu casa. Todo depende de lo que cueste, valga el juego de palabras. Lo importante es, como aprendimos de pequeños, no parar, seguir y seguir hasta que nos entierren en el mar.

Locutores

Dos locutores han marcado mi vida como espectador, oyente y consumidor de deportes. No más. Estos dos locutores son Héctor del Mar y, cómo no, Andrés Montes.

Héctor del Mar es argentino. Cuando aun no daban casi todos los partidos de fútbol por televisión, mi hermano Javier y yo los solíamos seguir por la radio. Así fue como empezó mi idilio con Héctor del Mar. En la infancia, sí, han acertado. Del Mar era innovador, y venía de Argentina, donde los locutores tienen imaginación y no tienen complejos. Si el partido lo dan por la radio, lo radian, registrando todos los detalles. Si el partido es por televisión, la narración no hace falta que sea milimétricamente desarrollada, y pueden hacer comentarios que entretengan al personal. Francamente, me parecen muy malos locutores esos que por televisión retransmiten un partido como si lo estuviesen haciendo por la radio.

¿Cómo enamoraba Héctor del Mar? Pues con frases y latiguillos, como por ejemplo, "minuto twenty-five", o "minuto patito", que era el minuto 22. Aunque mi favorita era la frase de cuando sacaba el portero en largo y Del Mar soltaba aquello de "¡cuidado con los ovnis!". Maravilloso. Así escuchábamos mi hermano y yo los partidos de fútbol que echaban por la radio. Entretenidos e imitando la estrechez furiosa de garganta que empleaba Héctor del Mar en sus frases y latiguillos, con auqel involvidable y suave acento argentino.

Después, ya a mediados de los 80, le perdí completamente la pista. Durante años estuve persiguiendo en las ondas radiofónicas a Héctor del Mar, pero nada. Nadie se le parecía ni remotamente, además. Una lástima. Entonces, mucho tiempo después, lo reencontré. Se dedicaba a trabajar para la televisión narrando esos combates ficticios de lucha libre americana. No era fútbol pero entretenía la voz milagrosa de Del Mar. Toda la pléyade de personajes del pressing catch pasaban como héroes por su labia. Hulk Hogan, El Rey Misterio, John Cena, los irlandeses, los latinos, el mastodonte (que era mi favorito y de cuyo nombre no me puedo acordar), el guaperas americano, etcétera. Debo reconocer que me llevé una decepción con Héctor del Mar, aunque si le pagaban bien y aun era reconocido, bien merecido se lo tenía.

Si alguna vez me preguntaran cuál es mi gol favorito de la selección española de fútbol no contestaría: el gol de Torres en Viena, o el gol de Iniesta en el Mundial de Suráfrica. Mi respuesta es clara y tajante: mi gol favorito es el que le marcó Maceda de cabeza a Alemania en la Eurocopa´84, en la que finalmente España fue subcampeona. Tenía grabado en una cinta ese partido, pero la perdí, como tantas y tantas otras cosas en esta vida, hasta que finalmente se pierde la vida misma. Ahora no estoy seguro que la retransmisión tuviera la voz de Héctor del Mar como protagonista, pero en mi recuerdo borroso esto es así. Antonio Maceda, "el Paul Newman del fútbol español" batiendo en un partido memorable a Schumacher. En fin.

Sobre Andrés Montes no diré mucho más. Su celebridad fue mucho más extensa e intensa que la del argentino Héctor del Mar. Cuentan que empezó en la radio, retransmitiendo fútbol y baloncesto. Luego, en los años 90, pasó al Plus, donde hizo pareja con Daimiel narrando los partidos de la NBA. Como no tenía el Plus, no puedo opinar de cómo lo hacían, aunque he visto algún video en YouTube. Cuentan que formaban un dúo épico, capaz de hacer entretenido hasta el más soporífero de los partidos de temporada regular de dos equipos haciendo tanking. Loor a ellos, pues. En mi caso, conocí a Montes en un programa del Plus en abierto, Generación+ creo que se llamaba; eran él y Juan Antonio San Epifanio, el legendario Epi. Lo más llamativo era la música soul con la que solía acabar el programa. Montes era un experto en ese estilo musical.

Y entonces en 2006 llegó La Sexta y el Mundial de Alemania de fútbol y el éxito clamoroso y popular de Andrés Montes, quien no solo hacía partidos del mundial sino que siguió haciendo los partidos de los Eurobaskets en septiembre por lo menos hasta el de Polonia´09, que fue el primer Eurobasket que ganó la selección española. Bueno, qué digo, ¡si fue Montes el que hizo el Mundobasket de Japón´06 con Iturriaga y Juanito de la Cruz!

Montes amaba los dos deportes, sabiendo transmitir la espectacularidad del baloncesto y la pasión por el fútbol: "¡Cómo nos gusta el fútbol, Salinas!", solía decir, aunque en principio no son deportes muy semejantes y en Estados Unidos el soccer esté considerado como un deporte, no sin razón a veces, aburrido. Pero tengo para mí que el fútbol es lo primero, y luego viene lo demás. Ya lo he explicado en el caso de Daimiel, al hablar de la Edad de Oro del deporte español. Y creo que también es así en el caso de Andrés Montes, que solía referirse al juego del balompié con la acertada expresión "fútbol con fatatas".

La popularidad de Montes llegó a su clímax con las retransmisiones, los sábados por la noche, de los partidos de la LFP, la liga española. Cada sábado el correspondiente encuentro de la jornada, por la Sexta. Desde Riazor, desde El Madrigal, desde el Sánchez Pizjuán, etc. Lo que contaban de sus madrugadas baloncestísticas en la NBA era cierto. Montes te alegraba la jornada, por muy triste que hubiera sido o por muy aburrido que el partido estuviera siendo.

Su muerte, que no sé por qué me recordó a la del gran Mariano José de Larra, ese típico suicidio madrileño del vuelva usted mañana, fue un golpe muy duro para todos. Todavía padecemos su ausencia. Sé de gente que se pone música en los cascos mientras sigue un partido de NBA por el Plus. En cuanto a la liga española, pues por mucho Alfredo Martínez, Manolo Lama o Manuel Carreño que nos echen, nada se disfruta igual. Montes era, ante todo, divertido, y pasional, entrañable también, y tierno, y alocado. Luego de su muerte, hubo mezquinas voces señalando de que si trabajando era tiránico, de que si se equivocaba con los nombres de los jugadores y los dorsales, toda esa presunta diligencia asquerosa y esa falsa tolerancia en verdad desalmada. También hubo gente que se alegró de su fatídico adiós a la vida. Sabemos quiénes son. 

Qué importaba si alguna vez se confundía de jugador si era la jugada lo importante. ¡The show must go on, that´s entertainment! Y, en fin, para qué hablar de jugadores si Andrés Montes era sencillamente un p... genio poniendo motes. Motes que no voy aquí a recordar porque son tantos y tan acertados todos que todo el mundo los conoce de sobra.

Como a mi padre, se me olvidó decirle que le quería. Por eso se lo digo ahora: dondequiera que estés, gracias Andrés Montes. ¡Jugón!

Deportes de base

Si hablamos de deporte base, tengo que ser muy claro. En mi caso se trató de atletismo y de natación. Antes de jugar al fútbol (de lateral derecho), antes de pasarme al baloncesto (de base), yo empecé a hacer deporte en ambas disciplinas, precisamente las dos grandes lagunas del deporte español en los JJOO. 

Empecemos por el atletismo. Mi primer recuerdo es como espectador. En mi pueblo se celebraba un campeonato, quizá de España, de marcha atlética. Eran los años de la gran rivalidad entre Josep Marín y Jordi Llopart. Allí estaba yo en el paseo marítimo de mi ciudad, frente al puerto, apoyado en una valla, con apenas seis o siete años, solo (ya entonces iba solo al colegio, mi madre me dio las llaves de casa a mis siete años), bajo un sol de justicia, seguramente un domingo de primavera o quizá de otoño. Y allí vi al primer atleta español medallista en unos JJOO, Jordi Llopart, Plata en 50 km marcha en Moscú´80, ni más ni menos. Aunque yo era más de Josep Marín, que vestía de azul frente al rojo de Llopart, el aura mítica del atleta subcampeón olímpico se podía apreciar en todo su esplendor. ¡Ay, palabras que me faltáis para expresar lo que se siente y se vive y se ve cuando enfrente está un deportista de élite en su máxima expresión! Marín logró ser subcampeón del mundo luego en 1983 en Helsinki, Finlandia, pero yo ya no los vi juntos más.

Cuando apenas empezábamos la EGB nos apuntaron a atletismo. Competimos en todas las disciplinas para comprobar en cuáles destacábamos cada uno. Recuerdo que mi amigo Jaume Barcons corría como el demonio en los 100 metros lisos. Mis especialidades acabaron siendo la marcha atlética y el salto de longitud. No servía para correr, era lento. Recuerdo que durante una época, los sábados por la mañana, hacíamos cross en campeonatos comarcales. Otro gran amigo, Agustín Pons, era un as del cross. Yo no quedaba ni entre los veinte primeros. Siempre en el pelotón de los torpes. La marcha atlética era otra cosa, pero recuerdo que en una competición celebrada en las pistas de atletismo de mi pueblo quedé el noveno y no pasé el corte a la final. El octavo fue otro gran amigo, Daniel Agut. Le deseé suerte para la final y ahora no logro recordar si la tuvo.

El salto de longitud no se me daba, pese a todo, mal. Qué sé yo, a lo mejor saltaba tres metros, pero me parece que quedé tercero. No lo recuerdo bien. Recuerdo, eso sí, que le ponía mucho empeño. Empeño es la palabra. Se nos inculcaba lo que ahora llaman cultura del esfuerzo. No me parece mal. Quizá resulta patético el atleticismo, como cuando dicen "Lebron James es solo físico" como si Wilt Chamberlain o Shaquille O´Neal o hasta el mismísimo Michael Jordan no hubieran aprovechado su "físico". Tampoco a unos niños les vas a pedir que desarrollen hasta el paroxismo sus músculos, pero en la alta competición, eso es un factor ganador y no un dato a evitar.

Mi aprecio por el salto de longitud ha sido, tras aquellas experiencias infantiles, duradero. Además, el salto de longitud ha dado grandes tardes al atletismo internacional. Cómo no evocar aquí el salto mexicano de 8,90 metros de Bob Beamon en 1968. Es una disciplina que cuenta con especialistas, pero que a menudo se combina con otras pruebas. Por ejemplo, con los 100 metros lisos en el caso del gran Carl Lewis, el Hijo del Viento. O ya en su época en el caso de Jesse Owens.

Hablando de los 100 metros lisos, hay que reconocer que hoy por hoy se han convertido en la prueba reina del atletismo, sobre todo gracias a Usain Bolt, que para mí es el mejor deportista mundial de la más reciente actualidad. ¿Ha sido así siempre? Hombre, yo recuerdo levantarme de madrugada para ver la carrera de 100 m de los JJOO de Seúl, la famosa carrera en la que Ben Johnson batió a Carl Lewis y que luego le valió a Johnson el hecho de ser sancionado por dopaje y consecuentemente el Oro para Lewis. Lo recuerdo bastante bien. No solo nos levantamos mi padre y yo, creo que también mis hermanos. Eso habla bastante bien de la expectación que ya entonces levantaba la carrera de la pura velocidad del atletismo.

Pero durante algunos años la prueba reina del atletismo fueron los 1.500 metros, que vienen a equivaler a la milla británica. La rivalidad en el medio fondo entre los británicos Sebastian Coe y Steve Ovett contribuyó sobremanera a tal emergencia. Los españoles tuvimos la suerte de coincidir con un alteta nuestro en aquella década dorada de los 1.500, con el Bronce de Abascal en Los Angeles´84 y el colofón del Oro de Fermín Cacho en Barcelona´92. Empero, el dominio africano ya empezaba a asomar con corredores talentosos, fríos y enérgicos a la vez como Said Aouita o más tarde El Gerruj. El dominio africano, aunque algunos de estos africanos se hayan nacionalizado europeos, es abrumador en la media distancia pero sobre todo en el fondo. Kenia y Etiopía tienen su particular Superbowl en cada mundial u olimpiada en los 3.000 obstáculos, el 5.000 y el 10.000, igual que Estados Unidos y Jamaica la tienen en las pruebas de velocidad.

Hablando del medio-largo fondo, hay una película preciosa protagonizada entre otros por Donald Sutherland en el papel del entrenador que inventó las zapatillas de la marca Nike. Es una película hermosa que trata de un vibrante corredor estadounidense de 3.000 metros en los JJOO de Munich´72. El chaval era una bala pero le faltaba disciplina. Al final muere en un accidente de tráfico. Para él se diseñaron las primeras Nike (del griego "niké": victoria), que como todo el mundo que las probado sabe, son las mejores zapatillas del mercado, por delante de las Adidas, Reebok, etcétera. Y hay novelas sobre atletas. Leí con gusto una novelita del profesor universitario Sebastián Serrano, en catalán, titulada "Elogi de la passió pura". Creo recordar que transmitía bastante bien la pasión de un corredor. Como digo, para mí Usain Bolt es hoy el corredor por excelencia, y recuerdo ver en directo sus dos prodigiosos récords del mundo en el Mundial de Berlín´09. La carrera de 100 metros fue preciosa, aunando la belleza con la efectividad del récord. La carrera de los 200 metros fue más espesa, más trabajosa, no tan bella, como apuntando única y exclusivamnete al récord, sin esa soltura y facilidad a la que nos tiene acostumbrados el jamaicano Bolt, como él mismo reconoció después. Es como comparar la Eurocopa´08 que ganó España con el Mundial de Sudáfrica que también ganó España: esa Eurocopa es a los 100 metros lisos de Bolt en Berlín´09 lo que el Mundial 2010 a los 200 metros de Berlín´09. Es decir, una cosa bella, hermosa y eficaz a un tiempo la primera, y simplemente eficaz la segunda.

Pero pasemos a la natación. Poco después de acabar aquel curso dedicado al atletismo me apuntaron a natación. Todavía iba al colegio sito en Can Pahissa, una vieja casa modernista cuyos jardines habían servido como decorado de alguna película de época. Pues bien, ya de noche, en otoño, esto sí lo recuerdo bien, nos venía a buscar un autocar para llevarnos hasta Sitges a entrenarnos. Supongo que serían las instalaciones del CN Sitges, y bajo ese nombre llegué a competir, recuerdo una vez en Hospitalet. Quedé, sin demasiada gloria, quinto. Pero antes de calzarse unas zapatillas, uno debe aprender a atarse los cordones -un ejercicio escolar que recuerdo vivamente. Y yo aprendí a nadar no en Sitges ni en el mar de todos mis veranos, sino en el Club de Tenis Vilanova.

Allí, en una piscina para niños en la que sin embargo no hacíamos pie (esto es muy importante) me recuerdo llorando como un histérico. No estoy seguro de que el miedo que tenía lo haya vencido del todo a lo largo de todos estos años. Nado tranquilamente en el mar, incluso embravecido. Voy con cierta frecuencia a la piscina, y practico, un poco de crawl, un poco de braza, un poco de mariposa y un poco de la difícil espalda. Pero la angustia que sentí mi primer día en la piscina no la he dejado de sentir, me temo, nunca en todas las otras piscinas en las que he zambullido mi cuerpo. Y lo recuerdo bien. Supongo que es como los gatos con el agua. Me recuerdo en la ya mencionada competición de Hospitalet. El recinto cerrado. El agua. La gente. El gorro en la cabeza. De pie antes de saltar -yo me dedicaba al crawl. En fin, la angustia, como diría el filósofo danés Soren Kierkegaard.

Bueno, aquello duró un año. Luego pasé dos años en el fútbol y por fin el baloncesto. Pero no tengo demasiado buen recuerdo de mi paso por la natación. Una de las entrenadoras en Sitges me tenía cierta manía persecutoria. No le caía demasiado bien. Claro, es que yo no era ni tenía por qué ser catalanista, como sí lo era ella. Además, estaba solo, sin ninguno de mis amigos. En suma, en aquella carpa cerrada donde entrenábamos no lo pasé demasiado bien, y me sorprende, porque ahora, en cuanto puedo, no me pierdo una prueba de natación mundial u olímpica. Puedo decir, pues, que he visto nadar a Michael Phelps, y que eso me ha gustado, aunque algunos expertos prefieran el estilo de Spitz a la insaciabilidad de Phelps. Yo por mi parte me quedo con... Johnny Weismuller, sí, el Tarzán de las películas en blanco y negro, y cuya muerte, dicen que enloquecido por su fama lanzando el grito que hacía en sus películas, fue la primera noticia que yo recuerde haber visto en un periódico de papel, en una ocasión de aquellas en que te asomas al quiosco para leer las portadas de la prensa.

Pero no solo de natación vive la piscina y no podría dejar esto, paciente lector, sin mencionar otras cosas. No, no voy a hablar de la natación sincronizada ni de los saltos de trampolín. Voy a hacerlo muy brevemente del waterpolo. Como he leido el libro del gran Manel Estiarte, Todos mis hermanos, lo recomiendo aquí fervientemente. Allí explica Estiarte -hay una preciosa fotografía antigua de la piscina municipal de Manresa- cómo se fraguó la selección española de waterpolo que fue tantas veces medallista y campeona olímpica en Atlanta´96 y en los dos mundiales siguientes. Es un relato emocionante que vale la pena leer. 

La base del deporte son al atletismo y la natación. Por ejemplo, atleta antes que el mejor jugador de rugby de la historia fue el galés Gareth Edwards. Por ejemplo, antes que el mejor ala-pivot de la historia, Tim Duncan fue nadador. Cuando se habla y se debate sobre deporte base en España convendría tener estos datos muy presentes. Yo he intentado aquí relatar mi experiencial personal, que coincide con el hecho de que estas dos hermosas actividades físicas sean desde siempre la base de todos los demás deportes.