H. G. Wells se va al cine
El otro día fui a ver "La guerra de los mundos". Salí diciendo que sí. Tremendo film, que ha supuesto mi reconciliacíón con el maestro Spielberg, incluso con Tom Cruise. La película está basada en la novela homónima de H.G. Wells, y no la defrauda. Han tenido que pasar cien años para que las comarcas del entorno del Londres victoriano se conviertan en la Nueva York suburbial actual, pero el pavor ante lo desconocido amenazante (y con lo que no cabe comunicación racional ninguna, como dice Savater en "La infancia recuperada") es el mismo.
El final de la película, que va recordándonos aquí a "ET", allí a "Titanic", más allá incluso a "Independence Day", al cine bélico, al "Tesoro de Sierra Madre", siempre con vigor y talento, con un gran despliegue de medios que deja sin embargo respirar a los personajes (a sus diálogos y emociones), recuerda asimismo al final de "El hombre menguante" (y a su modo, al famoso poema de Quevedo). Una frase de la voz final, contra cielo estrellado: "El hombre no vive en vano".
No recuerdo con qué frases acaba la novela de H. G. Wells, uno de los promotores de la Sociedad Fabiana (vertiente filantrópica del socialismo inglés de entonces). Pero desde luego la película no acaba con esas últimas frases en vano. Aunque a lo largo del film, las críticas a la actual ocupación norteamericana de Irak y al patriotismo subsiguiente no faltan, bien que de forma muy velada (el Ejército siempre sale bien parado), sin embargo, me parece que la admonición final de la película tiene otro objetivo.
Muy al principio, el personaje de Tom Cruise vive solo en una casa desordenada: cuando llegan sus hijos para pasar el fin de semana con él, comen mal, no hacen los deberes, ven la televisión sin ton ni son o más bien zapean una y otra vez (pese a todo, la televisión cumple la amenaza: informar). Eso es vivir más bien en vano. Al final del film, la familia se reúne por fin en Boston (cuna de los EEUU; antes el personaje de Cruise y sus hijos han cruzado el río Hudson en Athens), abrazados y civilizadamente reconciliados (bueno, la familia sí, puesta a prueba), después de esforzarse y haber demostrado (invasión marciana obliga) coraje, generosidad, audacia, amabilidad.
Quizá no deberíamos prescindir de lo único imprescindible: el ánimo suficiente para razonar y comunicarse, para entender, cosa imposible con marcianos o viviendo como tales y que es al final lo que nos hace civilizadamente humanos.
Lo dijo Bertrand Russell años después de Wells: "Recuerda tu humanidad y olvida el resto".
El final de la película, que va recordándonos aquí a "ET", allí a "Titanic", más allá incluso a "Independence Day", al cine bélico, al "Tesoro de Sierra Madre", siempre con vigor y talento, con un gran despliegue de medios que deja sin embargo respirar a los personajes (a sus diálogos y emociones), recuerda asimismo al final de "El hombre menguante" (y a su modo, al famoso poema de Quevedo). Una frase de la voz final, contra cielo estrellado: "El hombre no vive en vano".
No recuerdo con qué frases acaba la novela de H. G. Wells, uno de los promotores de la Sociedad Fabiana (vertiente filantrópica del socialismo inglés de entonces). Pero desde luego la película no acaba con esas últimas frases en vano. Aunque a lo largo del film, las críticas a la actual ocupación norteamericana de Irak y al patriotismo subsiguiente no faltan, bien que de forma muy velada (el Ejército siempre sale bien parado), sin embargo, me parece que la admonición final de la película tiene otro objetivo.
Muy al principio, el personaje de Tom Cruise vive solo en una casa desordenada: cuando llegan sus hijos para pasar el fin de semana con él, comen mal, no hacen los deberes, ven la televisión sin ton ni son o más bien zapean una y otra vez (pese a todo, la televisión cumple la amenaza: informar). Eso es vivir más bien en vano. Al final del film, la familia se reúne por fin en Boston (cuna de los EEUU; antes el personaje de Cruise y sus hijos han cruzado el río Hudson en Athens), abrazados y civilizadamente reconciliados (bueno, la familia sí, puesta a prueba), después de esforzarse y haber demostrado (invasión marciana obliga) coraje, generosidad, audacia, amabilidad.
Quizá no deberíamos prescindir de lo único imprescindible: el ánimo suficiente para razonar y comunicarse, para entender, cosa imposible con marcianos o viviendo como tales y que es al final lo que nos hace civilizadamente humanos.
Lo dijo Bertrand Russell años después de Wells: "Recuerda tu humanidad y olvida el resto".
3 comentarios
procopio -
procopio -
Gracias de todos modos.
funes -