Blogia
procopio: café filosófico

Sail away

No soy de los que salen a navegar el fin de semana. He estado algunas veces en el Club Náutico de Vilanova, eso es toda mi relación con la vela. Bueno, no, miento. Cuando era pequeño, en un casal de verano, pudimos disfrutar unos días de algunos ejercicios en el puerto de mi ciudad practicando optimist. Ahora si, eso es todo. Bueno no, miento otra vez. Y es que no puedo dejar de registrar la anécdota: tan torpe soy en esto de la vela que, en medio de las aguas calmadas del puerto, me caí al mar. Saqué la pierna derecha llena de suciedad. Eso sí lo recuerdo, y sí, ahora sí, ahí acabó mi relación con la vela.

Pero en un libro dedicado a los deportes, no podía faltar el deporte que más medallas olímpicas ha dado al deporte español: la vela. Poco puedo decir de las clases más típicas de los JJOO, pero sí voy a relatar cómo viví la America´s Cup celebrada en Valencia en 2007. Fue la 32ª edición. El defensor era el Alinghi suizo y la disputó contra el barco Team New Zealand de Nueva Zelanda. Algunos voces expertas dicen que es el tercer evento con mayor impacto económico para el país que lo acoge tras los JJOO y el Mundial de fútbol. La primera edición, bajo el nombre de Queen´s Cup, se disputó en 1851 con motivo de una Exposición Internacional en Londres. Es una competición, pues, muy vieja, pero llena de pasión para los entendidos y de glamour para el simple espectador.

El Alingui suizo representaba a la Sociedad Náutica de Ginebra, que como no tiene mar, cuando venció en 2003 al Team New Zealand de Nueva Zelanda, eligió como sede local a la ciudad de Valencia. Lo cierto es que aquello se celebró como si a Valencia le hubiese tocado los JJOO. La transformación del frente portuario fue similar a la efectuada en Barcelona con motivo de Barcelona´92. Allí se corría además el Gran Premio de Europa de F1, en el Street Circuit. Y por allí anduve yo, un día soleado, visitando el bonito edificio Veles e Vents, que debe su nombre a un verso del poeta trágico Ausiàs March.

Bien, pues el Alinghi había destronado al Team New Zealand y se disponía ahora a defender su título. Y a fe que lo consiguió. Un barco perfecto, un poco pesado pero velocísimo, fue su arma. En frente, otra vez el Team New Zealand, que pese a perder se llevó una ovación de los espectadores. Yo lo pude seguir por el canal autonómico valenciano. Fueron unas semanas de puro espectáculo. Primero, la presentación de los equipos, entre los cuales había varios italianos y uno español, que finalmente quedó cuarto, creo recordar. Luego, los desafíos entre los varios retadores, de los que salió victorioso el bravo Team New Zealand. Pero en la finalísima, ante el bólido del mar, Alingui, no pudo hacer más. El trofeo, la Copa de las Cien Guineas, se quedaba en casa.

Pero en 2010, el equipo BMW Oracle Racing, del millonario norteamericano Larry Ellison, representando al Club de Yates Golden Gate de San Francisco derrotó a los suizos y devolvió la Copa a los Estados Unidos, tras quince años de periplo por Oceanía y Europa. Esta vez no seguí las carreras sobre la líquida llanura, que diría un tal Homero, porque todo fue un poco decepcionante. No hubo desafíos previos. Un tribunal de Nueva York decidió que así sería. De acuerdo, señoría. La competición se hizo con catamaranes, que quizá pueden correr más, pero no son más espectaculares, pese a que sus vuelcos aparezcan más a menudo en televisión que el simple y llano deslizarse de los grandes barcos por la mar al albur de los vientos.

¿Qué recuerdo me queda de la Copa América 07 celebrada en Valencia? Pues me queda el recuerdo de haber descubierto un deporte apasionante, nada aburrido, al que a la postre le viene bien la definición de la F1 del mar. Recuerdo, ya lo he dicho, el casco perfecto del Alingui, quizá menos maniobrable que el aparentemente más ligero casco del Team New Zealand. Pero recuerdo cómo una y otra vez el Alinghi le tomaba la delantera al barco neocelandés y llegaba primero a la meta. Fue una America´s Cup sensacional, digan lo que digan en Nueva York. La gente estaba entusiasmada, y yo mismo no me quería perder por nada del mundo a esa especie de ballenas humanas corriendo con las velas abiertas por el mar de Valencia.

Hace algunos años ya, conocí a un chico inglés que acababa de llegar por mar desde Tailandia a Vilanova. Lo había hecho en un barquito de doce metros de eslora y bajo el mando de un capitán suizo. Tenía pinta de arponero, y unos andares majestuosos. Era, esencialmente, muy astuto y por cierto simpatiquísimo. La última vez que lo vi quería irse a las Canarias a sacarse el carnet de capitán. Estaba interesado en la prehistoria, y su madre le envió unos libros sobre los primeros homínidos y su relación con el agua. Su dirección, entonces, era el barco, donde dormía y vivía mientras no estaba con nosotros en el chiringuito donde yo trabajaba y donde le conocimos. Se había cambiado el nombre y se hacía llamar Swinny Swinbanks.

Para mí era como estar junto a un verdadero marinero, no diré pirata porque no lo era, pero sí marinero de agua salada, como los de verdad. Swinny nos contó muchas cosas, su experiencia con el opio en Tailandia entre otras. Pero básicamente recuerdo la lección que siempre insistía en recordar, y que viene también en el Moby Dick de Melville. Cuando estás en medio del oceáno en un barco de doce metros de eslora, tienes que llevar mucho cuidado en dónde pisas. Si pisas mal y vas al agua, estás muerto. Esa es la lección. Melville la pone en boca de no recuerdo ahora qué personaje, pero viene a decir lo mismo. Qué importa entonces que si Locke o que si Spinoza. Más vale lanzar esos libros por la borda y estar atento. Muy atento. 

0 comentarios