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procopio: café filosófico

Conservadurismo

"A political philosophy. Arguments for conservatism" es un libro del filósofo británico Roger Scruton, editado por Continuum (Londres-Nueva York) en 2006. Es un libro que explica en qué consiste a grandes rasgos el conservadurismo político más allá de los lores y la derecha monárquica de toda la vida.

En su alocución a la BBC el General Franco señaló en inglés -"country, family, religion"- las tres rasgos fundamentales de su movimiento. Las características que apunta Scruton como definitorias de la vía política conservadora para nuestro tiempo no son muy diferentes. El reclamo publicitario del ensayo afirma que se trata de un libro para aquellos que buscan razones en la valoración de una herencia desdeñada por la ilustración supuestamente liberal de nuestros días. Y las razones son lo más importante de este libro. Razones para conservar el sentido del estado-nación y la prudencia económica, razones conservacionistas a propósito de la naturaleza y de nuestra relación con los animales, razones para resignificar y remoralizar pasos tan importantes de la vida humana como el matrimonio, la muerte y el rechazo del mal, razones, en fin, contra la tentación totalitaria del resentimiento y el construccionismo burocrático de la Unión europea. El libro acaba con un soberbio ensayo sobre el modernismo conservador de T. S. Eliot y su fe anglicana.

Scruton es especialista en estética y se estrenó con un libro sobre sexualidad. Ahora enseña psicología. Muchas referencias del libro son puramente artísticas, de la gran cultura, pero en realidad esto de poco serviría si no fuera por los razonamientos de fondo que, como he dicho, son lo más valioso del ensayo, especialmente el razonamiento de algún modo chestertoniano de que los muertos son, y aun los no nacidos, y de que mantenemos con ellos una especial relación de deber. Son argumentos psicológicos los que trazan esta senda política conservadora para el siglo XXI, que Scruton se toma la molestia de razonar y mostrar como consistentes en la vida real, pues no se trata de eliminar ninguna pasión ineliminable sino precisamente de conservar más bien aquello que encauza esas pasiones hacia el bien de la vida humana y su libertad.

El libro está pensado para la política británica, pues obviamente la vindicación de la fe anglicana no sirve para la política española ni siquiera -ni mucho menos- haciendo la analogía con el catolicismo, como ha sido error tan común en ciertas posiciones conservadoras hispanas. Ya Balmes en la primera mitad del siglo XIX escogió como tema de uno de sus libros la comparación entre una y otra confesión, cristianas en todo caso. No es incompatible la crítica de cierto devenir histórico de la Iglesia católica con una fe que ha aprendido del éxito moderno del anglicanismo y del protestantismo en general. Tenemos por ejemplo el caso de Blanco White.

El punto en el que discrepo es el relativo a la preferencia mostrada por el autor en favor de Hegel y en contra de Nietzsche. Es sabido que Hegel se movió más bien en los círculos liberal-demócratas alemanes del momento y no en los conservadores, y es sostenible que el progresismo intelectual nietzscheano no es incompatible entenderlo como un conservadurismo político, tal y como han hecho algunos por ejemplo en Francia y yo mismo desde mi primer ensayo. También en otras ocasiones Scruton se desliza por la polémica en lugar de por el argumento, pero son pocas y normalmente bien escogidas, por ejemplo en su reflexión sobre el atentado del 11-S. Su mención de De Maistre lo hace dudosamente compatible con el modernismo que defiende al final del libro; al menos en España este reaccionarismo religioso se alió con el posmodernismo falangista durante la dictadura de Franco si bien entendemos que meramente para el caso. Claro que en España este es un problema que se remonta a las Cortes de Cádiz. Scruton puede acabar con los brillantes y perfectos versos de Eliot, pero en España de momento el modernismo literario solo nos dice que nuestra historia siempre acaba mal (Gil de Biedma) porque empezó mal (Darío), y es más bien de cuño progresivo tanto en la generación del 27 como en la novísima de los 70. A no ser que en efecto podamos rescatar algo del "Azul" de Darío y contradecir la resignación triste de Gil de Biedma con la moderación apasionada de los autores que como Azorín, Pla o Pemán se quedaron junto a Franco, que al principio tuvo a su D´Ors. De momento los versos patrióticos por excelencia siguen siendo los del Quintana de la "España libre" y de "El día feliz de España". Pero dejo esto para los especialistas en literatura. En política, de igual modo que Scruton empieza bajo la advocación de Burke, nosotros lo podríamos hacer en definitiva bajo la de Jovellanos.

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