América
Voy a sostener una tesis que es una respuesta a la famosa pregunta "¿Qué se debe a España?". Pero primero analicemos la pregunta y su contexto histórico.
La pregunta la planteó Nicolas Masson de Morvilliers en un artículo publicado en la "Encyclopédie Méthodique" en 1782. Reproduzco el texto de "Historia intelectual de España" (Quesada): "...un libro impreso en España debe pasar regularmente seis controles antes de poder ser publicado. Un miserable franciscano, un bárbaro dominico, son los encargados de permitir a un hombre de letras tener talento. Si se decide a imprimir su obra en el extranjero, necesita una autorización muy difícil de obtener, y que no le libra de una posible persecución tras la publicación del libro. En nuestros días, Dinamarca, Suecia, Rusia, incluso Polonia, Alemania, Italia, Inglaterra y Francia, todos estos pueblos, enemigos, amigos, rivales, todos están entusiasmados en una generosa emulación por el progreso de las ciencias y de las artes. Cada uno reflexiona sobre las conquistas que debe compartir con las demás naciones; cada uno de ellos, hasta ahora, ha hecho algún descubrimiento útil en provecho de la humanidad. Pero, ¿qué se debe a España? Desde hace dos siglos, desde hace cuatro, desde hace seis, ¿qué ha hecho por Europa? Hoy semeja a una débil y desgraciada colonia que tiene necesidad del brazo protector de la metrópoli: debemos ayudarla con nuestras técnicas y nuestros hallazgos; sin embargo, también semeja a un enfermo desesperado que, inconsciente de su mal, rechaza el brazo que le da la vida".
Esta pregunta se planteó en un momento en el que el Reino de España, a partir de Carlos III, con los consabidos antecedentes de Felipe V y Patiño y de Fernando VI y Ensenada, emprendía abiertamente su proceso modernizador. Pero el contexto seguía siendo el del honor barroco mal entendido, el del retraso secular de la ciencia y de la economía, en fin, el de la Inquisición que tan bien describiera Voltaire en su "Ensayo acerca de las costumbres" (cito del mismo libro anterior): "No se confronta a los acusados con sus delatores, ni hay delator que no sea escuchado. Un criminal castigado por la justicia, un niño, una cortesana, son acusadores graves; un hijo puede acusar a su padre, una mujer a su marido, finalmente, el acusado se ve en la necesidad de convertirse en propio delator, adivinando y confesando el crimen de que le acusan y que a veces ignora. Este procedimiento inaudito hizo temblar a España. La desconfianza se apoderó de los espíritus. Ya no hubo amigos, ni sociedad: el hermano temía al hermano, el padre al hijo. De ahí viene que el silencio se haya convertido en rasgo característico de una nación que nació con la viveza propia de un clima cálido y fértil". Voltaire elogiaría después a Aranda por haberle recortado las garras a la Inquisición, pero luego Aranda fue sustituido por el mucho más tibio Floridablanca, por no mencionar al que le siguió, Godoy, antes del estallido de la Revolución española. Voltaire acierta de pleno cuando afirma que la Inquisición sembró la desconfianza entre las gentes y acabó con los amigos y la sociedad. Más discutible es que el silencio fuera su consecuencia, pero se entiende que se refiere a lo que hoy llamamos omertá, etc.
A Masson de Morvilliers le contestaron indignados entre otros nada menos que Cavanilles, el botánico, el abate Denina y sobre todo por su impacto Forner en "Oración apologética por la España y su mérito literario". Otros, como los autores de la revista "El Censor", aplaudieron a Masson y atacaron a Forner en "Apología por el África y su mérito literario". Así transcurrió la polémica.
La España contemporánea no se puede entender sin estos tres factores: su peculiar Edad Media, su Imperio católico fracasado en el XVI y su supeditación a Francia en el siglo XVIII. No deja de ser curioso que la Revolución española de 1808 se produjera contra una invasión francesa y a su vez que el asunto del reino no quedará más o menos asumido democráticamente hasta Franco en el XX. Es normal que durante el siglo XVIII los autores franceses miraran recurrentemente a España, por vinculación monárquica, por la larga vecindad y por ver los progresos que desde finales del XVII prometía un reino del que la Francia de Luis XIV había tomado algunas cosas importantes. Yo no encuentro ni maliciosa ni despectiva la pregunta de Masson, que, salvo algunas exageraciones, pone el dedo en la llaga, con cierta crueldad que no denota a mi modo de ver sino amor a España. De otro modo no creo que este autor se hubiese tomado la molestia de incluir, aunque fuera negativamente, a España dentro de la Europa ilustrada, o hubiera mostrado las ganas de incluirla. Más explícitamente calurosa con España y los españoles es la nota de Voltaire, y en realidad mucho más concreta y acusadora. Pero volvamos a Masson.
La exageración de Masson es evidente cuando primero cifra la ausencia de aportes relevantes de España a Europa en dos siglos, y luego suma seguidamente cuatro más. Seiscentos años menos que 1780 hacen 1180: me parece un poco abusivo cifrar el inicio del retraso secular español respecto a la pujanza europea en el siglo XII. A Masson se le pasa por alto algo tan importante para la cultura occidental como es la Escuela de Toledo, y que es algo de España sin que esta estuviera constituida ni siquiera en las dos coronas que se unirían en el reino de finales del XV. Las traducciones de Toledo así como en menor medida el naturalismo de Lulio son piezas fundamentales del camino que llevará al Renacimiento. Por tanto, Masson podía afirmar que desde finales del XVI, desde Felipe II en concreto, España por sí misma no había aportado nada relevante al progreso de Europa. Pero en ningún caso puede irse más atrás. El Renacimiento español, por la peculiaridad que en seguida explicaré, no solo existió sino que es de una envergadura pionera en Europa, aunque no fuera original ni tuviera su continuidad moderna a partir de 1600 -he ahí el fracaso del Imperio de Felipe II. Las figuras de Vives, Mariana e incluso después Suárez ejemplifican este colapso, cifrado en el cierre del Colegio Imperial (academia de matemáticas) de Herrera y en la irrelevancia adquirida por la Universidad de Salamanca a partir del XVII, escuela que en el siglo de las luces dará nombre meramente a una tertulia literaria. Sin duda Forner pudo glorificar el esplendor literario, pictórico y aun ensayístico de la España de Felipe III y Felipe IV en su respuesta a Masson, pero la puntilla ya estaba dada y tampoco este "mérito literario" tuvo continuidad relevante salvo las consabidas excepciones desde el siglo XVIII en adelante. Solo la Universidad de Valencia, pero sin el arraigo suficiente del vivesismo, permite establecer una cierta aunque muy reducida continuidad entre el final del XVI y el inicio del XVIII. De ahí, sin duda, la respuesta indignada pero razonada del botánico Cavanilles a Masson. Lo que sigue son los problemas del XVIII español a los que de hecho alude el autor del "¿Qué se debe a España?".
Retomo el Renacimiento español, que fue a la vez importado y pionero, y que a mi modo de ver pasa por alto indebidamente Masson. El Renacimiento español es pionero en un asunto que me permite responder sin más a su célebre pregunta: el descubrimiento de América. América es lo que Europa le debe a España. El "asunto de Indias", la teoría del derecho natural de Vitoria, la controversia entre Las Casas y Ginés de Sepúlveda sobre el derecho de guerra, las expediciones científicas que desembocarán nada menos que en el "Viaje del Beagle" por Suramérica de Darwin (nótese, empero, que hago un salto en el siglo XVII), todo esto se le debe a España, de modo tan indirecto si se quiere como la filosofía de Kant le debe su ontología primaria a la de Suárez (luego confrontada con la filosofía moderna de Hume por el filósofo prusiano), pero mucho más cierto, aun si América no fue el nombre que España le dio al Nuevo Mundo por ella descubierto para Europa. Europa le debe a España, pues, una cosa, señor Masson: América y lo que significa América aparte de lo que ya he dicho.
América significa la confirmación de la circunnavegación de la esfera terrestre, América significa por tanto el capitalismo moderno, y América significa, así pues, la democracia moderna, primero la de Inglaterra (sería por nuestra parte también abusar, sostener que el experimento pionero holandés del 1600 le debe su parte indirectamente a la conversión forzosa de los judíos de España y Portugal emigrados a Amsterdam) y sobre todo después la de los Estados Unidos de América, cuyas regiones o bien poseen topónimos indios, o bien ingleses, o bien hispanos con la excepción de algún caso francés y la Nueva Amsterdam holandesa anterior a Nueva York.
A propósito del asunto de Indias y de las expediciones científicas ya mencionadas, el antropólogo francés del siglo XX Levi-Strauss fue más clarividente que Masson, claro que doscientos años después y en el momento en que Estados Unidos de América cumplía su destino. Creo que es en ese libro de antropología un poco literaria -también debida al descubrimiento de América- titulado "Tristes tópicos" donde Levi-Strauss dice que los franceses siempre envidiaron a España una cosa, que es América. Yo no diré tanto. Porque no es una cuestión de envidia lo que yace en el fondo de la pertinente pregunta de Masson sobre el progreso de España. Pero sin duda el hecho al que apuntó Levi-Strauss en su libro sobre unos indios de Brasil no puede pasarse por alto: directamente o indirectamente, en lo bueno y en lo malo, una cosa se debe siempre a España más allá de su colapso imperial y de su retraso secular, y es América. Lo cual no significa que España, y Masson en esto tenía toda la razón, pueda vivir de rentas.
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