Blogia
procopio: café filosófico

Pragmatismo americano

He leido "La filosofía de los Estados Unidos" (Tecnos), de Deledalle, además de "La voluntad de creer" de William James, unas charlas sobre pragmatismo de Putnam y un número monográfico de la revista "Anthropos" dedicado a Charles Peirce.

Como es sabido, Peirce es el fundador del pragmatismo, sucesor del trascendentalismo de Emerson, y la primera filosofía genuinamente estadounidense, surgida después de la Guerra de Secesión. James llamó pragmatismo en Berkeley en 1898 a lo que tanto él como Peirce venían haciendo desde entonces. Peirce era de familia demócrata de Nueva Inglaterra que permaneció fiel al Partido Demócrata, supongo que al aliado a Lincoln. James era más heterodoxo, como su padre, "el Swedenborg estadounidense". Dewey, el tercer gran pragmatista, era de familia demócrata "free-soiler" o "free-labour" de Vermont pasada al republicanismo liderado por Lincoln, aunque luego Dewey fue gurú del progresismo americano. Peirce llamó pragmaticismo a lo suyo, James, empirismo radical, y Dewey, instrumentalismo. Royce, discípulo californiano de Peirce, es el filósofo de la Gran Comunidad y de la Lealtad. Mead, colega de Dewey en Chicago, es el filósofo del pragmatismo social, por así decir. Peirce nunca fue profesor de universidad salvo durante un periodo de cinco años en la recién creada Universidad Johns Hopkins, en Baltimore, de 1879 a 1885, la primera universidad laica de los EEUU. Enseñaba lógica, su lógica semiótica. También dio conferencias en Harvard y otros lugares. James fue el primer profesor norteamericano de universidad de psicología, en Harvard, donde luego lo fue de filosofía. En 1908 publicó "Pragmatismo", traducido en seguida al español en Uruguay por Vaz Ferreira. Dewey profesó primero en Michigan, pero no fue hasta cumplir los 40 años cuando se hizo un nombre, primero en Chicago, y luego, durante largo tiempo, en Columbia, en Nueva York. Mead siguió en Chicago. Royce fue profesor en Berkeley, California.

Estos son los cinco magníficos del primer pragmatismo americano. A los que hay que añadir al famoso juez O. W. Holmes. De hecho, ¿no sería acaso Lincoln el primer pragmatista con su mezcla de principios sagrados y flexibilidad en el tiempo? Sea como fuere, luego siguieron los discípulos: Hartshorne y Weiss, en Harvard, publicando la obra casi desconocida por el gran público de Peirce; Charles Morris y C. I. Lewis, en la estela de la lógica y de la semiótica peirceana. Sociólogos y antropólogos, en la línea de Mead. Sidney Hook, el gran discípulo de Dewey, condecorado en 1985 por Reagan tras realizar su particular ajuste de cuentas con el marxismo hegeliano. Lippman, el periodista-azote de mitad de siglo XX. James nunca se dejó de leer, y hoy sigue la gran escuela psicológica americana, con componentes neurológicos, por ejemplo, en Damasio, o lingüísticos, en Pinker, iniciada a finales del XIX por James.

El pragmatismo, tras su fatal error con respecto a la Urss de la mano de Dewey, error corregido un poco a destiempo, pero corregido, decayó mezclándose con la filosofía analítica que a su vez se había hecho un poco americana (Quine y demás contra Russell y Whitehead). Aunque nunca se dejó de leer, publicar, estudiar y renovar el pragmatismo, no fue hasta finales de los años 70 cuando el debate sobre el pragmatismo volvió a alcanzar el vigor de los primeros días. Esto se produjo de la mano de Richard Rorty y Hillary Putnam, aunque se puede añadir a Sandra Rosenthal y Susan Haack. Se trata de un pragmatismo muy mezclado con la filosofía europea, no solo con la analítica británica, sino con la tradición más continental, cosa que por otra parte se dio en el pragmatismo desde el principio, aunque fuera para romper con ella.

El debate desde los años 80 y 90 del siglo pasado gira en torno a la importancia de nociones como la verdad y la justicia. Rorty quiso rescatar a un Dewey sin epistemología, y si bien se pueden mencionar algunos logros, ciertamente la crítica de Putnam es demoledora. Putnam lee atentamente al Wittgenstein de las "Investigaciones filosóficas" y da más importancia al "valor final" que a la "opinión final", sobre cuyo estatuto Putnam apenas apunta, en la buena dirección, algunas cosas, pero sin entrar en ellas a fondo (cierto es que no he leido "Razón, verdad e historia"). Quizá el debate de fondo no sea sino a quién debe tenerse por referente primero de la tradición pragmatista, si a Dewey o a Peirce, en el bien entendido de que James, por varias razones, algunas quizá demasiado psicológicas, será siempre el más leido y el más fiable, incluso -sobre todo- políticamente y pedagógicamente.

Hacernos elegir entre Peirce y Dewey no deja de ser un poco absurdo, porque Dewey es para empezar peirceano en su núcleo duro. Hablo del gran Dewey, al que tengo por el mejor filósofo del siglo XX, y no del Dewey facilón y vulgarizado que ha campado durante demasiado tiempo en cierta izquierda sindical y en las escuelas. Yo no prefiero a Peirce antes que a Dewey, pero no entiendo a Dewey sin Peirce. Antes que tener que decidirme por uno de los dos, preferiría dedicar mi tiempo a corregir lo que en ambos estaba claramente equivocado, de manera que el nuevo pragmatismo americano del siglo XXI evitase al menos los graves efectos de estos errores.

Peirce es un filósofo enorme. Supera verdaderamente a Kant y Hegel, cosa que el empirismo británico o el racionalismo cartesiano lograban a duras penas. Mejora, pues, a Descartes, y al empirismo británico, al que unifica desde su raíz medieval, Occam y Duns Escoto -¿Locke y Hume?. Pero lastimosamente no pudo desprenderse del todo de la tradición idealista alemana en la que se había formado, y se murió al lado de Leibniz y no de Spinoza. La cualidad de la Primeridad no es, como decía Peirce, "positiva". No es ni positiva ni negativa. Tiene que ver con la abducción, que no afirma ni niega. Pero el mayor error de Charles Santiago Sanders Peirce fue de sistema, fue la pretensión de erigir un sistema, lo que por otra parte choca frontalmente con la misma originalidad de su pensamiento, la máxima pragmática que funda el nuevo pensamiento estadounidense. En su insólita habilidad lógico-matemática, Peirce se dejó llevar hasta elaborar al modo de Hegel, pero superándolo, una especie de ciencia de la lógica, una lógica de la lógica (de la lógica), etc. Un absurdo al que llaman álgebra, que ya Descartes descartó para fundar el sendero de la filosofía moderna. En esta magna pero errónea obra, Peirce nos legó, no obstante, lo que llaman semiótica, que viene a ser el funcionamiento socio-histórico de la lógica humana. Curiosamente, Peirce rescata la semiótica de ciertos autores portugueses de la Universidad de Coimbra de princpios del XVII. ¡Qué no hubiera podido aportar en esta línea Vives de haber podido regresar a España! Finalmente, pues, el error de Peirce es de concepción, paradójicamente contraria a su mayor aporte, la máxima pragmática. Su "metafísica científica", su teísmo, su "idealismo objetivo", la negación del infinito, la confusión de la verdad u "opinión final" con lo que Castoriadis llamaba peyorativamente "el acuerdo entre opiniones", el rechazo de la mutabilidad de la verdad -siquiera a lo largo de la vida de uno mismo-: todo esto son errores. Peirce no era darwiniano, era más bien positivista a lo Comte, a quien también superó, pero no venció, como sí hiciera afortunadamente su gran amigo William James. Poniéndose como homenaje paradójico de segundo nombre el español "Santiago", Peirce no dudó en descalificar duramente la degenerada vida española, y le fue fácil vencer a España en Cuba a los EEUU para empezar a erigirse en potencia mundial. Pero la victoria contra Alemania le costó mucho más, pagando el grave error del wilsonismo, tan teñido de superchería peirceana y de un idealismo a lo Royce, su discípulo californiano, mal entendido. No antes de la aparición del comunismo soviético, del fascismo y del nazismo, pudieron los EEUU derrotar a Alemania y a Japón. En Europa, luego, a partir de los años 70, Eco y Apel han dedicado parte de su obra al estudio de la semiótica y el pragmaticismo peirceanos. En Francia siempre se le conoció. En España, desde 1994, existe un Grupo de Estudios Peirceanos en la Universidad de Navarra.

La carrera de John Dewey fue diferente a la de Peirce, pues Dewey se movió siempre en las instituciones académicas, aunque bien es cierto que predicando el experimentalismo. Más allá de su larga y provechosa carrera, llena de libros, conferencias y actividades públicas varias, paso a detallar el gran error de la filosofía de Dewey, que es de fondo hegeliano. Es su pretensión de elaborar una "historia natural del pensamiento", esto es, la sempiterna pretensión de una "historia concebida" a lo Hegel, y no a lo Spinoza. Dewey se acerca en varias cosas al spinozismo (los principios de continuidad y transacción, y su relación triádica), pero el hegelianismo en el que se había formado puede más. Hace bien aceptando la mutabilidad de la verdad según la entiende James, lo cual no significa empero que cualquier cosa sea verdad, es decir, que por ejemplo la Urss fuera una democracia o un experimento democrático. Solo desde la tranquilidad doctoral de Columbia puede uno afirmar esto, incluso después de haber visitado la Urss y regresar con algunas dudas. Por suerte, a diferencia de tantos y tantos intelectuales europeos y de todo el mundo, Dewey rectificó, primero presidiendo en México DF el comité de defensa de Trotsky en 1937, y luego, de la mano de su discípulo neoyorquino, Sidney Hook, presidiendo el Comité por la Libertad Cultural, grupo anticomunista creado después de la 2ª Guerra Mundial que tomó su parte en la llamada, por el periodista Lippman, Guerra Fría contra la Urss. Como ya he dicho, Reagan, que se hizo Republicano después de haber apoyado a F.D. Roosevelt en la juventud de su vida, impuso la medalla de honor de los EEUU a Hook en 1985, y cuatro años más tarde caía el Muro de Berlín y tras él casi todo el bloque soviético. Lo que llevó al error a Dewey fue, al contrario de Peirce, su naturalismo darwinista, añadido, como he dicho, a su hegelianismo de fondo. La magna obra de Dewey se ve dañada por esto, por su excesivo optimismo digamos biológico, casi positivista, en una "humanidad" inexistente, y que no abandonará la tradición religiosa judeocristiana mientras sea civilizada. Más bien se trataría de hacer hueco en ella a las demás tradiciones religiosas, siempre en el sentido de la tolerancia occidental. Hoy en día este nuevo laicismo de cuño teleológico, cuando no teísta, sigue todavía su combate, confundiendo de nuevo las nociones de verdad y de justicia en medio del marasmo del posmodernismo. Dewey, pese a su progresismo, no apoyó a Wilson, tampoco al Partido Republicano de su padre, que había abandonado tiempo atrás; sí en cambio al Teddy Roosevelt del Partido del Alce Americano. Una cita del Dewey de "The public and its problems" -años 20- encabeza todavía mi libro "Idea trágica de la democracia". Digo todavía porque los problemas con Dewey, como hemos visto, no acaban aquí. Pero para salir con éxito de los mismos, no necesitamos elegir entre Peirce y Dewey, o James, etcétera. Los necesitamos a todos, y el primero será el que esté menos equivocado, si no puede ser que se trate del más acertado.

0 comentarios