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procopio: café filosófico

Reseña: "La batalla de Waterloo", de Rafael Borràs ("Lateral", 2004)

LITERATURA BAJO SOSPECHA

Conocido como el “Napoleón de los editores españoles”, Borràs es el último eslabón vivo de la saga de editores formada por, entre otros, Alexandre Argullós, Pep Calsamiglia, José Janés, Germán Plaza, José Manuel Lara Hernández, Carlos Barral y Mario Lacruz: una buena compañía.

Nacido en 1935 en el seno de una familia media de Barcelona, RBB se dio muy pronto a conocer como agitador cultural a través de la dirección de la revista La Jiraja (1956-1959), una publicación en la que colaboró gente muy diversa, desde Cirlot y Manuel Costa-Pau hasta Néstor Luján o Edgar Neville. La revista, “que mira desde arriba con los pies en el suelo”, seguía la estela de la publicación madrileña Índice, dirigida por Juan Fernández Figueroa y en la que colaboraba, entre otros, gente como Álvaro Fernández Suárez. Fueron revistas más o menos permitidas por el Régimen (como llama siempre RBB a la dictadura franquista), pero sin duda muy alejadas del francofalangismo dominante. Salían como podían, sorteando a duras penas la esperpéntica Censura. “Hemos de intentar”, le escribe Fernández Figueroa a RBB, “que la política recobre o gane el prestigio que le es indispensable para desenvolverse con eficacia y ser fértil”. De lo que se trataba, pues, era de “inculcar a los españoles la conciencia de la obligatoriedad y la hermosura de convivir con sus semejantes”, como señala RBB.

Rafael Borràs ha escrito estas copiosas memorias (La batalla de Waterloo, Ediciones B, 2003) con ojo minucioso y ánimo conciliador. El libro es al mismo tiempo el relato entretenido de una aventura profesional y el retrato certero de un país y casi de un siglo: España y el siglo XX. Hay mucho de novelero en la vida y obra de RBB y quien se acerque a ellas no saldrá decepcionado.

Pero estas memorias son también una cronología política del anti-franquismo contada desde primera fila. Penetrante conocedor de la dinastía borbónica (y republicano sin partido) RBB empieza citando por ejemplo la declaración de 1947 en la que Don Juan pide la rendición incondicional a quien ya era y lo seguiría siendo por demasiado tiempo Jefe del Estado y Generalísimo de los Ejércitos. Franco promulgó sin embargo ese año la Ley de Sucesión, la cual, junto a la Ley Orgánica del Estado de 1969, iba a dar legitimidad, ex novo según Borràs, a la monarquía de Don Juan Carlos, constitucional y parlamentaria después de 1978.

Durante los años cincuenta, tras la huelga de los tranvías de Barcelona en el 51, empiezan a producirse las primeras algaradas democráticas, con la consiguiente detención el 11 de febrero de 1956 de Dionisio Ridruejo, Miguel Sánchez Mazas Ferlosio, Ramón Tamames, José María Ruiz Gallardón, Enrique Mújica Hertzog, Javier Pradera y Gabriel Elorriaga. Ya en 1960 Ignacio Aldecoa y otros escritores solicitan infructuosamente la supresión de la Censura. En 1962 tiene lugar el conocido “contubernio de Múnich” inspirado por viejos militantes del POUM, una reunión de políticos españoles contrarios a la dictadura en el seno del Congreso del Movimiento Europeo: participaron entre otros Rodolfo Llopis, Gil Robles y Salvador de Madariaga, la España reconciliada y liberal. En 1965 dejan la cátedra universitaria Aranguren, Valverde y García Calvo. En 1969, tras el asesinato de Enrique Ruano y las consiguientes protestas estudiantiles, el Régimen tiene que declarar el primer estado de excepción (sic) desde 1939.

Pero sin duda la parte más agradecida de la autobiografía es la personal: sus recuerdos de infancia en el barrio de la Ribera, sus años de estudios, la boda con su mujer, Isabel Blancafort, sus pinitos como aprendiz de librero en la Casa del Libro bajo el mando de Luis de Caralt, sus pasos sucesivos por las editoriales Juventud, Plaza, Teide, Ariel, Iber-Amer, Alfaguara, Nauta, Planeta. Sus primeros éxitos y sus primeros fracasos. La revista La Jiraja, como ha sido dicho; los primeros Premios Ciudad de Barcelona, Nadal o Planeta; sus amistades con Mercedes Salisachs, César González-Ruano, Camilo José Cela, Ana María Matute, un casi adolescente Paco Umbral, Ignacio Agustí o Xavier Benguerel (que publicaba ya en catalán y del que puedo certificar su maestría literaria, al menos en el caso de la novela I tu què fas aquí?); o el conocimiento del filósofo Manolo Sacristán, el economista Fabián Estapé y el jurista Manuel Jiménez de Parga, “santa trinidad” brillante en la entonces “sórdida Barcelona de los párkings”, como diría Vázquez Montalbán.

Sin embargo RBB vuelve una y otra vez al tema que sanamente le obsesiona. Y lo hace desde un doble principio: la orsiana inquietud por la “obra bien hecha” y el liberalismo entendido a la manera de Gregorio Marañón: “Ser liberal consiste en estar dispuesto a admitir que el otro puede tener razón”. Las opiniones que RBB va desgranando a lo largo del libro me parecen oportunas y la mayor parte de las veces acertadas. Sólo considero que se deja llevar por la queja infantil cuando hablando de Benguerel critica la ignorancia o el menosprecio que en “Madrid” existe hacia las letras en catalán. Y no niego esa ignorancia, pero habría que añadir que tampoco es mucho mayor a la que ya existe en Cataluña, sobre todo si se trata de una literatura poco sujeta al canon catalanista. También me parece que hablando del País Vasco, RBB exige demasiado a los políticos y poco a la gente de la calle, que como el autor muy bien dice, ha de ser la protagonista de la obligatoria y hermosa convivencia con los semejantes. Pues lo grave del País Vasco es que cualquier manifestación pública explícitamente anti-terrorista sigue dando más miedo y asco que el mismo terrorismo. Y es cierto que por ejemplo en la plaza del ayuntamiento de Santander se yergue una gran estatua de Franco ante la impasibilidad de los ciudadanos, pero es de piedra y parece que la van a quitar, mientras que hay quien está dispuesto todavía a convertir en piedra y polvo a su vecino no muy lejos de Santander...

Amigo del llorado Víctor Alba, que fue guía de Orwell en su estancia en España y posterior colaborador de Camus en Combat, RBB hace suya una cierta heterodoxia liberal. Por ejemplo, escribe: “¿Existe el Estado español? Ni se sabe. (...) Ortega habló de la patria –perdón por utilizar un término en desuso- como un sugestivo proyecto de vida en común. ¿Existe hoy ni la sombra de un proyecto? (...) Volvamos a la clásicos: Romanos, compatriotas, amigos. (...) El parlamento de Bruto comportaba un programa de recuperación moral: que Roma volviese a ser la patria de los hombres libres”.

Y con esa afilada arma Borràs propina denuestos a diestro y siniestro. Critica la autosatisfacción ciega de una izquierda que bascula todavía entre el “contra Franco vivíamos mejor” y la mística de la revolución pendiente. Muchas cosas buenas se hicieron durante los 13 años de gobierno socialista, pero el espantajo de la derechona no fue suficiente para tapar la olla podrida de la corrupción (GAL incluido) y una cierta abulia intelectual. Sin embargo RBB arremete también contra la derecha (incluida la periférica) que habiendo podido enseñorearse de la “derecha de los ideales”, democráticamente decente también en asuntos de gestión y valores y no sólo de “ley y orden”, ha vuelto a echar mano obscenamente del “sindicato de intereses” de toda la vida.

Todo hombre tiene su otro yo ideal y el de RBB fue Dionisio Ridruejo, a quien también admiraba Juan Benet. La trayectoria de Ridruejo explica bien desde una cierta óptica el siglo pasado: falangista del 36 detenido en el 56 por la policía franquista, Ridruejo se declara por fin en 1971 liberal en el orden cultural, demócrata en cuanto a la forma de organizar y legitimar los poderes, y socialista moderado o socialdemócrata en lo económico. Nunca es tarde si la dicha es buena.

La batalla de Waterloo da buena cuenta de otras muchas peripecias y el repaso merece la pena. Hay menciones incluso de escritores menores hoy olvidados pero que en su día iniciaron a mucha gente en el vicio glorioso de leer. Un secreto recorre el libro: la literatura es el único motor inmóvil que las almas noveleras estamos dispuestas a aceptar. Como estas memorias sólo llegan hasta 1973, los lectores esperamos ya la segunda parte.

"La batalla de Waterloo. Memorias de un editor", Rafael Borràs Betriu, Barcelona, Ediciones B, 2003, 534 págs.

Ximo Brotons

5 comentarios

procopio -

"no fueron idea suya".

procopio -

melò, claro que fue "tarde", pero es que otros, más desde las posiciones de izquierda (del frente popular) que de la misma derecha, no es que hayan tardado, o sean retardatarios, sino que simplemente no han llegado ni quieren llegar.

A Ridruejo todo el mundo lo manosea, incluso Maragall para autoelogiar su gran obra histórica (de hecho las Olimpiadas ni siquiera fueron obra suya), el Estatutú.

Yo simplemente me limito a citarlo, hablando de Borrás. Me parece un personaje a tener en cuenta.

Melò Cucurbitaciet -

No sabia lo de Kili, ya me pasaré a echar un vistazo. La reseña tiene su interés aunque el saber que la publicó hace tres años le deja a uno un poco descolocado.

No sé, no sé con Ridruejo... lo conozco poco y no sé cómo fue su reflexión posterior al falangismo, aunque según he leído estaba entre los que cerca estuvo de echarnos en manos del nazismo, la falange germanófila que quiso meter a España en la segunda guerra mundial y auparse al poder de la mano de Hitler. Como traductor del Quadern Gris tiene toda mi simpatía, y luego parece que se le reconoce entre los primeros que comenzaron a mover desde dentro, digamos, el régimen hacia la democracia.
¿Nunca es tarde? A veces sí, es como la expresión esa ¿valenciana? de "que se le pasa el arroz".

chimo -

melò, lo fresco lo tiene en Kiliedro. Pensaba que esta reseña valía la pena rescatarla.

Melò Cucurbitaciet -

Chimo, estírese y saque algo fresco que ya está bien de tanto congelao ¿no se habrá echado novia? je, je