En la Torre de Montaigne
He estado en la Torre de Montaigne, en un "château" situado a unos 50 kms de Burdeos, en el interior, camino de Bergerac, ya en la siguiente provincia, el Perigord o la Dordoña. El tren desde Burdeos me llevó hasta una aldea llamada Castillon y desde allí, el domingo 16 de julio de 2006, a las 8 y media de la mañana, emprendí una caminata de 9 kms hacia la aldea de St. Michel de Montaigne. Sobre las 10 y pico, bajo el sol tranquilo pero ya picante de la mañana en la campiña bordelesa, llegué al "château" de Montaigne, sito junto a la aldea, entre campos oceánicos de viñedos.
Michel de Montaigne (1533-1592) en realidad se llamaba Michel Eyquem Loupes de Villeneuve (un López de Villanueva que escondía en realidad un judío Pazagón de Zaragoza); Eyquem, como se ve, es muy parecido a Occam. Su familia paterna era de procedencia inglesa y la materna de procedencia española. Señores, esto es el centro del mundo. Uno de sus centros. Desde luego, me refiero al mundo moderno. Montaigne es el verdadero puente revolucionario entre los humanistas del XV y de principios del XVI y los revolucionarios filosóficos, científicos y políticos del XVII y del XVIII. Montaigne es quizá el primer pensador intelectualmente descristianizado y descristianizador de la modernidad, pero a la vez el consejero que recomienda a Enrique de Navarra convertirse al catolicismo y que logra así una salida política mucho más plausible a las guerras de religión modernas que las salidas tridentinas, o que las luteranas y similares. Solo la anglicana se le puede comparar, quizás. Aunque siempre con la cabeza cortada de Moro acusando.
Qué sé yo (ese fue su lema; una de sus frases, es el lema de este blog). Pero a la base de la solidez francesa moderna, de ese republicanismo "tout court" solo igualado por los EEUU de América (dejo aparte, ya digo, Inglaterra y entorno), está discretamente este hombre de 1,60 metros de altura llamado Michel de Montaigne, autor de los "Ensayos", y además, como ya he dicho, en tanto puente radical entre dos siglos decisivos, bastante antes que Voltaire, quizás el verdadero fundador de la figura del "intelectual", sea lo que sea esa figura hoy, en los tiempos del Cuarto Poder.
Montaigne tuvo por lengua materna el latín. Hasta los dos años se crió en una familia de campesinos gascones. Tuvo un maestro alemán. Cada día lo despertaban, al niño, con música. Le hicieron de mayor "ciudadano de Roma", que sería como obtener hoy en día el carnet de ciudadano del mundo en Nueva York, aunque por propia confesión sabemos que de Roma le gustaron, o le sorprendieron, más bien otras cosas. Montaigne es el maestro de Shakespeare; ¿lo leyó Cervantes?, ¿sabía de él Spinoza, ese cartesiano que parece pasado por Montaigne, o incluso mejorarlo, por más profundamente filosófico, y que a la postre, siendo mucho más modesto socialmente que el muy adinerado Montaigne, también tuvo una papel político crucial al promover en secreto viaje diplomático quién sabe si como representante de Jan de Witt que Holanda, pese a su protestantismo recién independiente, se aliase más bien del lado de la liberalmente católica Francia, más incluso que de Inglaterra, que del lado de la, salvo excepciones, luteranísima Germania? Desde luego, como alcalde de Burdeos, algo debió de inspirar a Montesquieu o, antes, a los republicanos verdaderamente de primera hora, los ingleses. Montaigne, entre el aun idealista Maquiavelo y el ya eficaz Locke. Etc. Etc. Demócrata solitario, demócrata radical. Hombre de bien. Furioso caballero. Un personaje mayúsculo, algo conservadoramente mezquino, algo errado o errático en su naturalismo un poco delirante (a diferencia de él, Spinoza no se limitó a celebrar a los "indios" -brasileños por demás, cualquiera diría que estaban presagiando el siglo XX futbolístico-, sino a "pensarlos", o por mejor decir, a "soñarlos"), pero un escritor y una figura ("un hombre así", lo definía sin palabras Nietzsche) que hay que revisitar a menudo porque es irrepetible y, además, no pide casi nada a cambio. Tal vez sea esto la auténtica honradez.
Visité la torre con una emoción tranquila (en el inquietante y prometedor sentido que la tranquilidad tiene en Francia). Primero sin guía y luego con guía. Haciendo fotos y después solo escuchando el francés de la guía. Una chica joven, estudiante de arte o de turismo en prácticas. Los visitantes eran franceses, ingleses, alemanes, y yo. ¡Viejo zorro amigo, viejo querido Michel, esta es ya casi también mi casa! Nuestra casa. Eso pensé, pero no me ensoñé demasiado en darme cuenta de que ese era el suelo que Montaigne había pisado, olido, donde había soñado, pensado, y amado. No quería abusar de la confianza, y más bien disfrutar de la familiaridad. Salí y di una vuelta al castillo, que ya no es el que el anfitrión había conocido (los viñedos de hoy, fueron entonces campos de trigo).
Recuerdo que cuando en mi anterior peregrinaje, hace unos años, visité la casa donde Nietzsche veraneaba y donde escribió gran parte de sus libros, en Sils-Maria, Suiza, cantón de los Grisones, el señor que custodiaba la casa-museo del filósofo alemán estaba leyendo, a ratos, los "Ensayos" de Montaigne. Yo me traje en este viaje peregrino la pequeña biografía de Stefan Zweig (que se suicidó en Brasil antes de empezar la 2ª guerra mundial) sobre el "reflechisseur" bordelés, en una edición francesa de PUF, que ya había leído y que de tanto en tanto iba releyendo ahora. También me llevé un librito con una selección de fragmentos del libro segundo de los "Ensayos", en francés de Montaigne, que me compré hace diez años en mi primera visita a París, camino de Amsterdam (habíamos dormido en Chartres). "Distingo, no concedo ni niego, es mi divisa", o algo así, es una de mis sentencias favoritas de esta selección. Por cierto, en este librito francés, Spinoza, con su "Ética", aparece al final en una lista como perteneciente a la historia de la "literatura francesa", ya digo que como autor del siglo XVII. Spinoza era holandés de familia más bien judeohispánica, su lengua familiar era el portugués, sus lenguas de estudio el castellano, el hebreo y el holandés, y el latín, claro está, que es la lengua en que está escrita la "Ética". Pero bueno, aceptamos Spinoza como escritor francés, si nadie lo quiere suyo.
Antes de irme, ya sobre las 2 del mediodía o de la tarde, compré un par de libros, las cartas de Montaigne y la obra de su admiradora Marie de Gournay, además de una botella de vino de Bergerac (Burdeos) "Château de Montaigne" y un llavero y una taza. Pregunté a un matrimonio alemán si me podía acercar a Castillon, y así amablemente hicieron, sin mayor cuestión y en silencio. Nos despedimos: bon voyage, bon courage!
Hacía un calor español. Era la hora de comer un poco y acostarse. Una siesta, pues. "Cuando bailo, bailo; cuando duermo, duermo".
6 comentarios
procopio -
Melò Cucurbitaciet -
procopio -
Bartleby -
Autor: Antonio Canales. "Las otras derechas" Ed. Marcial Pons. Es prometedor; ya me contarás qué te parece.
Saludos, Bartleby.
procopio -
Mañana bajo a tierras valencianas, que también tuvieron su humanista, precozmente huido...
Bartleby -
Acuérdate de recalar 2 meses en el Ritz de Paris y encerrarte a leer la Crítica de la razón pura. Te veo de veraneo filosófico.
Saludos calurosos, ardientes por aquí. Bartleby.