Club de tenis
Podría ser del club de fans de Buddy Holly pero no lo soy. Podría ser del club de fans de Spinoza pero no lo soy. Podría ser miembro del club de fans de Loquillo o de Lebron James si tal cosa existe, pero tampoco lo soy. Hablando de clubs, yo solo he pertenecido a uno, y es el Club de Tenis Vilanova.
Mi padre es el culpable. El sueldo le llegaba para ser socio de dicho club, aunque en los últimos tiempos allí se iba con el 127 de color amarillo que se acababa de comprar en el mercado de segunda o tercera mano. Hay alguna foto de mi padre jugando al tenis, peo esencialmente mi padre era jugador de frontón. Todos los domingos allí estaba, jugando al frontenis o frontón, con la raqueta pertinente y la pelota amarilla de plástico, jugando de delantero. Quién ha ganado, papá, le preguntaba ingenuamente yo. Quién va a ganar, hijo, me contestaba. Papá había vuelto a perder. La respuesta de mi hermano mayor Jorge era más filosófica; como el empate no era posible, siempre decía: el que no ha perdido. En fin, que mi padre falleció y en los años sucesivos a su muerte le dedicaron como homenaje un torneo de frontón en el CT Vilanova: Memorial Conrado Brotons.
Al frontón, en la otra pista, solía jugar yo cuando estaba aburrido. También hubo una mesa de ping-pong, que probamos alguna vez. Pero básicamente iba yo al club de tenis acompañando a mi padre, a tomarme un refresco y una bolsa de patatas, viendo algún partido de tenis en la pista número 1 desde el salón del club o al aire libre sentado o correteando en las gradas habilitadas al efecto. Hay una anécdota que revela bien mi relación con el único club al que he pertenecido en mi vida. Mi padre iba a comprarme un pastelito. De qué lo quieres, me pregunta. Y yo, ni corto ni perezoso, le contesto: de cromo. Que tuviera premio, eso es todo.
Como ya he explicado, practiqué el hockey sobre patines en alguna ocasión en el club de tenis. Querían organizar una sección y allí estuve yo golpeando con violencia la pelota con el stick. Iba para defensa de esos que chutan desde el medio del campo. Más adelante, cuando ya no iba más al club de tenis, organizaron una sección de fútbol-sala, y el equipo jugaba en la lica local. La liga local tenia varias categorías. Con el Cal Tano, empezamos en la tercera, llegamos a ascender a la segunda y a quedar quintos solo por detrás de los cuatro primeros, de los cuales dos subían a la primera categoría directamente y otros dos promocionaban.
Apenas tenía relación con los otros muchachos del club de tenis. No eran mi estilo de gente. Algunos se pensaban que aquello era el Real Club de Tenis de Barcelona, o que porque te fiaban en el bar luego no tenías que pagar la cuenta. Me acuerdo muy bien de lo del bar del club, apúntalo en la cuenta, eso siempre da placer decirlo. Pero mi padre siempre pagaba al final del día. Cosa que no pueden decir igualmente todos los que allí se reunían. Mi padre iba al tenis, como ya he dicho, a jugar al frontón los domingos, y los días de cada día allí se iba a tomarse unas cervezas y a hacer el crucigrama. Así era papá.
Pero hablemos de tenis, ese deporte individual que tanta pasión levanta en España últimamente, gracias a las Copas Davis ganadas o a Rafael Nadal, el mejor deportista español de todos los tiempos según los lectores del diario Marca. Jugué al tenis varia veces en el CT Vilanova. Aún recuerdo vivamente las siete u ocho pistas de tierra batida que poseía. El olor a tierra batida de las pistas, el aire cálido del recinto, el olor a hombre y a reflex de los vestuarios, donde siempre había alguien duchándose o cambiándose en semi silencio. Qué recuerdos. Un verano, mi padre nos apuntó a mi a y a mi hermana a un cursillo de tenis acelerado. Allí íbamos caminando desde el apartamento, con nuestras flamantes raquetas, en las hermosas mañanas de julio. Todo tenía un aire como de novela de Nabokov. Deporte y belleza conjuntados. No le pegaba yo mal al drive sobre todo, costándome más el revés. Era claramente un jugador de la escuela española, esa que ha conquistado Roland Garros tantas veces, y eso sin contar la leyenda de Nadal en el torneo parisino. Hasta tal punto no lo hacía mal del todo que uno de los entrenadores, llamado Fernando (creo que Martínez de apellido), que había sido campeón de España de veteranos, me propuso ir a entrenar al tenis durante el invierno. No acepté la propuesta, aunque la rechacé muy agradecido. Los estudios, el inglés, el baloncesto, eran demasiadas cosas para dedicarme además como federado al tenis.
Más adelante, fui mucho al club con mi amigo Xavi Montserrat. Allí jugábamos largos partidos a cinco sets, eternas contiendas en las que se prueba el espíritu humano. Dice Pierre Sansot en su libro Le rugby est un fête, le tennis non plus: "L´assurance de la similitude, cela ne veu pas dire que nous sommes égaux en dons et mérites, mais que nous participons à la même aventure, celle de l´espèce humaine". En efecto, los partidos, tanto de tenis como de los otros deportes, empiezan 0-0 (dejo ahora de lado los handicaps en las carreras de caballos). Esa semejanza inicial no significa que seamos robots idénticos, sino que compartimos algo igual de partida. Solo porque compartimos una semejanza podemos disputarnos un juego, donde uno hará la diferencia y será superior al otro gracias a sus dones o méritos. Pero la semejanza de partida permanece. Como se suele decir, unos veces ganan unos, otras ganan otros. Pero la aventura es la misma. El abrazo final de los deportistas simboliza ese dato, que, repito, no desmiente el hecho de que después uno haga la diferencia y se imponga al otro. La emoción del juego disputado es posible porque el perdedor, como decían de los héroes griegos, siempre es a su vez un posible ganador.
He tenido un ídolo en el tenis y ese no es otro que el estadounidense John McEnroe. Una vez, antes del concierto de The Who en Zaragoza, conocí al padre del tenista Tommy Robredo, que se llama Tommy precisamente por la ópera-rock del grupo londinense. Su padre es profesor de tenis y un apasionado de la música. Le pregunté quién era para él mejor jugador de todos los tiempos, o el que más le gustaba, y me dijo: Agassi. Francamente, me llevé una decepción. El tenista con nombre de cientifico (me recuerda a Agassiz, el científico de referencia de los pragmatistas americanos) no me parece en absoluto el mejor tenista de todos los tiempos o el más atractivo para el espectador. No sé en qué estaría pensando Robredo padre, quizá en la melena del jugador yanqui antes de raparse el cuero cabelludo casi al cero.
Me podría haber contestado con la respuesta ortodoxa en nuestros días: Federer, ya que tiene más Grand Slams que nadie, diecisiete. Federer es un tenista excepcional. Con decir que en vez de jugar al tenis parece que juegue al ping-pong está todo dicho. Pero para mí el mejor jugador de todos los tiempos es Bjon Borg. Borg es el tenis. Esas raquetas de madera Slazinger, esos polos Lacoste, esa leyenda, el aroma a tenis por todos los costados, en efecto, eso era Borg aunque cuando yo empezaba a jugar al tenis él se hubiera ya retirado.
Pero decía que mi ídolo no era otro que John McEnroe y sus duelos épicos contra otro mito de la raqueta, Ivan Lendl. Dijo Lineker aquello de que el fútbol es un juego de once contra once en el que siempre ganan los alemanes. Para mí el tenis es un partido entre mi ídolo McEnroe y Lendl en el que siempre gana el tenis reservón, monótono y aburrido de Lendl. Así es como lo recuerdo, viendo tumbado sobre la alfombra del comedor los interminables duelos entre el americano y el checo. Hoy en día, los duelos entre Nadal y Federer, o entre Nadal y Djokovic, han suplido aquella rivalidad sin igual. Pero yo ya no tengo la paciencia de seguir un partido de tenis a cinco sets. El último partido de tenis que he visto entero, pongamos que durante cinco horas seguidas, no lo recuerdo. Me sigue encantado el olor a tierra batida, el golpeo más acompasado del juego en polvo de ladrillo; me sigue enamorando el juego rápido e imprevisible del juego sobre hierba: me sigue impresionando el veloz juego sobre pista rápida. Los passing-shots, el banana shot, las dejadas en la red, las voleas, los smahs. Pero partidos a más de tres sets, ya apenas los veo. No es que no me guste el tenis, y constato sin duda de que disfrutarlo a cinco sets es disfrutarlo a lo grande. Pero... debe ser aquello de Groucho Marx, cómo era: no se fíen de un club en el que yo esté admitido como socio. Algo así. ¡Pam!
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