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procopio: café filosófico

Reseña: "La salud de las multitudes" (sobre una novela de G.K. Chesterton)

LA SALUD DE LAS MULTITUDES

Durante un tiempo jugué a fútbol-sala en la liga de mi localidad. Nos patrocinaba un bar, y en la camiseta, en un juego de palabras que aprovechaba el nombre de la calle donde estaba situado el antro, escribimos: "Centro de salud". ¿Se acuerdan de aquellos versos de William Blake que empiezan así: "Madre querida, madre querida..."?. Madre querida, cantaba Blake, qué bien se está en la taberna: el trato es mucho más caluroso que el que nos dispensan en la iglesia. Aquí quiero venir, aquí quiero quedarme, madre querida. ¡Bares, tascas, cantinas, pubs, tabernas, cafeterías! ¡Lugares hospitalarios, antros de sentido común, centros de salud pública, por decirlo todo!

Todo esto viene a cuento porque me acabo de leer la novela "La taberna errante" (Acuarela Libros, 2004), del escritor inglés G. K. Chesterton, autor de la conocida saga detectivesca del padre Brown (llevada a televisión) y de numerosos ensayos y artículos, además de otras tres novelas, que sería mejor llamar "largos artículos dramatizados", como luego se verá, tituladas respectivamente "El Napoleón de Notting Hill", "La esfera y la cruz" y "El hombre que era jueves". Chesterton pergeña en "La taberna errante" una sátira del lado oscuro de ese mito moderno por excelencia, el Progreso. Educado en una familia conservadora ("no sé qué puede querer decir ser conservador", señaló, empero), socialista en su juventud, liberal al final de sus días (aunque acabó rechazando al Partido Liberal por lo que denuncia en esta historia), Chesterton pasa hoy por ser un escritor catolizante, incluso reaccionario, fascista tal vez para algún pedante socialdemócrata, pero semejante sutileza ya se me escapa. Su reacción anti-moderna lo fue en tanto reacción conservadora ante el rechazo del fascismo al parlamentarismo, o sea, fue una reacción contra el totalitarismo, que él veía empero alimentado por la plutocracia, también harto despectiva con el parlamento: fue pues a la vez una defensa de la soberanía popular y una denuncia del capitalismo. Por otra parte su catolicismo inglés fue una reacción, revolucionaria casi (existe el antecedente de Tomás Moro), ante ese ecumenismo posmoderno avant-la-lettre que él veía instituido en el afán imperialista británico, en cuya base situaba a la doctrina anglicana, que rechazaba en tanto ideología de poder.

En "La taberna errante" Chesterton propone una historia muy simple: lord Ivywood, un aristócrata metido a diputado por el partido conservador, jaleado por un charlatán de origen turco que propaga el orientalismo y el islam en sus pomposos discursos, decide en orden a la consecución del superhombre abolir la venta y disfrute de bebidas alcohólicas, lo que supone el cierre de todas las tabernas de Inglaterra. Pero el capitán Dalroy, un irlandés temperamental amante de la acción, ex-oficial de la Armada Británica, y el tabernero Humphrey Pump, rescatan el letrero del "El Viejo Navío", la taberna de este último, y con ella a cuestas, un barrilito de ron y un trozo de queso, aprovechando los vacíos legales que la novedosa normalización no cubre del todo inician juntos una peripecia que les llevará a derrotar a lord Ivywood y a lograr la derogación de la infame ley con la ayuda del pueblo de Londres.

Chesterton amaba a Dickens, a Stevenson y a Francia, además de a su mujer, claro está, con la que no tuvo hijos pero con la que visitó España: nos lo podemos imaginar sentado junto a su ama de llaves, que era quien conducía, dando bandazos dentro del automóvil que recorría las tortuosas costas del Garraf. Chesterton conoció Madrid, Toledo, Tarragona y Barcelona, pero el pueblo que más le gustó fue Sitges, donde hoy tiene una lápida de recuerdo publicitada gracias a las fotografías de "Mira por dónde", la autobiografía razonada de Savater: mira por dónde, haber pasado tantas veces por ahí (yo soy de la vecina Vilanova) y no haber reparado nunca en ella. Chesterton había venido anteriormente invitado por un grupito de escritores, entre ellos Marià Manent, a mediados de los años 20. Esta segunda visita se produjo poco antes de su fallecimiento. Con muy buen criterio, el orondo escritor londinense había escrito a su primer regreso: "Barcelona es el pueblo más sucio de España. Sitges es la ciudad más limpia de Europa". Defensor de la causa nacionalista irlandesa (cosa no demasiado difícil teniendo en cuenta que los ingleses llegaron a prohibir las carreras de caballos en la verde Erín), y de los boers surafricanos (más que nada para darles la lata -llegó a polemizar con ellos a puñetazos- a los fantasmones imperialistas de su país), Chesterton dice en otra parte deber mostrar cierta sensibilidad para con el puntito nacionalista de sus anfitriones catalanes: por ejemplo pide perdón por decir que visita "España", aunque nunca escribe otra cosa. Sensible, pero no imbécil.

"The Flying Inn", título original de "La taberna errante", fue publicada en España por primera vez que yo sepa en 1942, en traducción castellana de Mario Pineda y con el título, más fiel al original pero sin duda peor logrado, de "La hostería volante". Pienso que también se podría haber utilizado la palabra venta, de tan clara e hilarante resonancia cervantina. En todo caso, esta nueva traducción que publica Acuarela Libros, realizada por Tomás González Cobos y José Elías Rodríguez Cañas, se justifica en nota final por varias razones. La primera y principal es que la traducción de Mario Pineda prescindía de palabras, frases e incluso páginas enteras, además de no incluir muchas de las canciones que van alegrando la lectura, al modo en que lo hacen en las películas de John Ford, o en los musicales. No se sabe si esta ausencia se debe a una autocensura debida a la época en que se publicó o a qué razones. Con la nueva traducción quizá se ha perdido algún que otro sabroso arcaísmo, pero me parece que la actualizada edición de Acuarela es más que bienvenida, teniendo en cuenta por otra parte la polémica que el narrador noveliza, y que hoy nos resulta tan contemporánea como ya lo era en su día, tanto en su denuncia del "islamismo" como sobre todo de lo que el prologuista llama "idealismo de las clases altas". Veamos.

A diferencia de los culebrones serviles al estilo "Los ricos también lloran" que inacabablemente se presentan como noticia exhaustiva de una realidad que adula el estado de cosas presente incluso cuando dice pretender todo lo contrario (resulta que las historias que se fugarían de la Historia serían las de los países ricos "políticamente pobres", señala por ejemplo Rubert de Ventós, de visita a Chiapas, eso sí), el tipo de leyenda arquetípica que en este caso narra Chesterton, alimentada en los mil cuentos populares de combate entre el bien y el mal que tejen la cultura europea de fondo pagano, logra esquivar el servilismo adornado en cartón-piedra o en posmoderno celofán no sólo porque lo más interesante de la novela lo constituyan los diálogos humorísticos de sus protagonistas (siempre la risotada escapó a la servidumbre), sino por varios detalles radicalmente subversivos, a saber: la presencia de una mujer hermosa derrotada por su lucidez y por su linaje, pero lo suficientemente valerosa para ponerse del lado del tabernero y del amor ("madre querida, madre querida..."); la ausencia absoluta de demagogia en los sucesivos homenajes clamorosos a la fortaleza de la bondad, porque si bien aquí la narración se empeña en nombrar lo innombrable, lo hace a sabiendas y por tanto sin salirse de la lengua viva común, siempre fiel aunque a ratos un poco forzada (quizá el cine tiene más posibilidades de describir lo indescriptible, de ahí su fuerza pero también su poder, en el peor sentido de la palabra); y el coraje -siempre el coraje- de relatar una pequeña revolución en la que los capitalistas, aristócratas, diputados y charlatanes intelectualoides pierden todas sus ilusiones de futuro y las multitudes, tabernarias en este caso, sólo ganan o vuelven a ganar nada menos que su libertad.

Lo que, a pesar de todos los pesares, hace irrepetible la experiencia de toparse con Chesterton, lo que convierte al escritor inglés en un autor mayor de la primera mitad del siglo XX, lo que es hermoso y valiente en este hombre único es cómo aborda el problema de la piedad y de la alegría compartida, sin la cual perecería la libertad común y hasta la piedad misma. Si este gran hombre acabó siendo un reaccionario contra la modernidad que le tocó vivir fue porque no soportaba "un mundo en que al valor se le llama frenesí, y al amor, superstición". Si ataca en esta novela al orientalismo, no lo hace en nombre del capitalismo, al que más bien acusa de connivencia en la destrucción de la democracia. Ahora que al valor se le llama "crispación" y el amor sigue siendo cosa de debilidad o inestabilidad mental, un peligro vencido por las muy corporativistas multinacionales farmacéuticas, por poner un ejemplo, una ingenuidad consentida en el mejor de los casos, el prólogo que escribe Santiago Alba Rico (antiguo guionista de la serie infantil de TVE "La bola de cristal") a esta nueva edición de "La taberna errante" merece también una atenta lectura, como cuando describe el meollo polémico que traza la novela en términos de una "una cuestión social, una especie de lucha de clases epicúrea y, más allá, un insoslayable problema antropológico, (...) la guerra entre los ricos y los pobres, entre la falsa y la verdadera sencillez".

La falsa o la verdadera sencillez, esto es, la falsa o la verdadera alegría, la falsa o la verdadera dignidad. Y es que aun estando hartos de los ricos y hartos de los pobres, como Bernard Shaw, amigo y adversario de GK, aun pensando con Cioran que hasta el más revolucionario de los anarquistas colabora con el régimen establecido (Chesterton, un poco a la manera del "anarquista místico" que protagoniza "Niebla" de Unamuno, sintió siempe una viva atracción por los ácratas), no podríamos soslayar la cuestión que plantea una vida digna de ser vivida, una vida que vale la pena vivir, en la que cada cual sea libre entre las cosas, donde importa lo que está bien y lo que está mal, donde los límites no son una traba obligada sino un principio de placer, donde la razón no es un tribunal sometido a leyes extrahumanas sino un sentido común y una lógica del cuerpo y del amor allí hasta donde pueda ser lógica sin dejar de ser más que compartida, y donde la piedad, finalmente, conoce la compasión sin dejar de permanecer leal a la verdad.

En un momento de la aventura del barrilito de ron y del pedazo de queso fugitivos, comenta el capitán Dalroy a su perro -hay gente que lo hace- sobre uno de los lacayos de lord Ivywood: "Ahí tienes, por ejemplo, esa persona que se halla a poca distancia de nosotros y que es a la vez estúpida y malvada. Pero, ¡cuidadito, Quoodle! Fíjate bien en que el mal concepto en que le tenemos proviene no de sus defectos intelectuales, sino de sus flaquezas morales!". Para saber qué entiende Chesterton por "flaquezas morales" les invito a leer este cuento de hadas sobre la alegría de vivir y la libertad de las multitudes. Buenos tragos y buen bocado. Y como solía decir Loquillo al final de sus conciertos, "nos vemos en la barra de cualquier bar".

"La taberna errante", G. K. Chesterton, prólogo de Santiago Alba Rico, traducción de T. González Cobos y J. E. Rodríguez Cañas, Acuarela Libros, Madrid, 2004, 346 págs.

4 comentarios

procopio -

católico no sé, pero que "hablaba en romano" seguro. Tuve un amigo inglés que después de tratar conmigo durante un mes (mi inglés es muy latino, por así decir), se volvió a Inglaterra y me dijo que sus amigos le decían que "hablaba como Shakespeare". En todo caso, haga el esfuerzo, yo se lo recomiendo, Chesterton es una gozada. Le ayudará a ser sanamente intransigente, o sea, tolerante.

rush -

Chesterton es el que decía que Shakespeare era católico.
Intenté releerle pero no puede(a chesterton),me habré hecho viejo y no es mi culpa.Nunca he entendido la admiración hacia tal escritor.Tal vez es que era gordo.

procopio -

es que el valor de la novela no es principalmente literario: literariamente Chesterton cumple y poco más. Como digo, es más clamoroso que emocionante. Pero él mismo afirma que sus personajes favoritos son las ideas en discordia, no el aristócrata o la dama, o el perro.

ericburdon -

Me ha gustado lo escrito por Ud. aunque no se refiere a cuestiones literarias, formales y estructurales, que supongo se deducen también de la lectura de la obra. Ojo posmodernos en tiempos de G.K.Ch.