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procopio: café filosófico

Visita al Instituto de Neurociencias de Alicante

El viernes 16 de marzo un grupo de alumnos y profesores de la optativa de Psicología de un IES de Alicante hicimos una visita al Instituto de Neurociencias de Alicante en San Juan, el segundo en importancia de toda España después del Instituto Cajal de Madrid en esta especialidad de la neurología. El profesor Roberto Gallego nos impartió una charla instructiva, visitamos un par de laboratorios (donde me acordé, al leer "Toulouse" en una libreta, de los vuelos de Saint-Exupéry entre Toulouse y Argel con escala en Alicante), almorzamos en el bar de la facultad de Medicina de la UMH, y finalmente nos enseñaron el Animalario, donde experimentan con animales. Me acordé de Peter Singer y las páginas de su "izquierda darwiniana" en que critica estos experimentos. Entre ranas, ratones y ratas, y preguntas sobre la metolodogía científica empleada (tema del programa del 1º de bachillerato) y sobre los experimentos realizados y sus resultados, miré a los gatos. Días después me acordé de Unamuno, quién lo iba a decir, y su "nadie ha visto nunca a un gato resolver una ecuación de segundo grado" dicho en tiempos de Cajal; frase que cité en la lectura de mi tesis doctoral "Idea trágica de la democracia".

Espada había estado el lunes anterior en Alicante invitado por el IN y comentó algunas cosas respecto de la ciencia, los científicos y la política. Ya Aristóteles decía que la ciencia no da órdenes, su cometido es simplemente conocer; las órdenes las da la política, solo que, eso sí, en función de la ciencia. Pero, añadía el Estagirita, como la política es prioritaria respecto de la ciencia, ese "en función" se ve condicionado a su vez por la reflexión práctica, deliberativa. Este dato trastoca de algún modo la fácil secuencia jerárquica "ciencia, política" y desde luego la expresión "ciencia política". ¿Cómo se lleva a cabo algo en función de otro algo si ese algo es anterior a ese otro algo en función de lo cual debe llevarse a cabo? Este aparente galimatías lo ha resuelto contemporánemente, a mi modo de ver, el pragmatismo americano, y por eso yo a esa reflexión que precede a la ciencia, e incluso a la política, la llamo "pragmática", aunque los antiguos -básicamente Aristóteles, y la tradición atomista-, y Spinoza después, hicieron mejor llamándola sencillamente "ética". Darwin (o el mismo Nietzsche), arrastraron malamente en su crítica a Dios o la Naturaleza como cosas separadas (separación aun vigente, pese a todo, en Kant, y no digamos en Hegel) el significado antiguo de "ética", poniendo en su lugar al "arte" o la "evolución". Esto es un enrevesamiento típicamente europeo, producto de su tradición, sometida a mil años de religión social, de modo que quizá tampoco está mal si nos quedamos, para lo mismo pero mejor, con la "pragmática".

Por tanto, "tercera cultura" y papel intelectual de los científicos en la sociedad, sí; ciencia política, o política determinada por la ciencia, no. Tal como señala Dewey, la "gran comunidad" política debiera tener como guía a la "comunidad científica", pero es que antes hay que transformar la "sociedad" en la gran comunidad política en cuyo seno se inscribe la comunidad científica, cuyo objeto no es dicha transformación. Dicha transformación, concluyo, es ética, pragmática, filosófica. Pueden leer relacionado con esto mi breve ensayo en la revista "Kiliedro": "Filosofía trágica también para la ciencia". Los filósofos, que ni sabemos ni ordenamos, pero vamos delante, pensando (como cualquier hombre, incluidos políticos y científicos, por otra parte, solo que esta es nuestra profesión), en plan avanzadilla de exploradores pioneros, enseñando los caminos ya recorridos y arriesgando quizás algunos nuevos.

En el bar de la facultad de Medicina, joya de la corona de los estudios universitarios en Alicante y Elche, la atmósfera me llevó a recordar la novela del médico L. M. Santos, "Tiempo de silencio", que leí en COU y cuya adaptación cinematográfica pasaron el año pasado en TV. Según Aristóteles, la felicidad (que no se da sin prudencia y vida buena), corresponde al sabio, al que posee sabiduría teórica, es decir, al científico (entiéndase, aquel que conoce y entiende los principios científicos, no al científico mientras investiga metódicamente -lo que Aristóteles llamaba "ciencia" en sentido estricto, y no "sabiduría", que es la que proporciona la felicidad y, por cierto, ese pedazo de "inmortalidad" del que somos capaces los mortales, no porque vayamos a vivir eternamente, o después de morir, sino porque al conocer lo eterno, nos eternizamos, nos inmortalizamos... mientras dura -se posee- ese conocimiento). Recordando todo esto, que hemos visto en el primer trimestre con los 2º de bachillerato, suspiré por que los tiempos de silencio se conviertan en tiempos de felicidad, y sobre todo de vida buena. En eso estamos en la enseñanza media (si nos dejan unos y otros), y, respecto del conocimiento científico y la felicidad, en eso también están en el Instituto de Neurociencias. Volveremos el curso que viene. ¡Salud!

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