Blogia
procopio: café filosófico

Reseña: "Más sobre el rodillo nacionalista" (publicado en "Archipiélago", 2003)

Más sobre el rodillo nacionalista

"Por amor a Cataluña", Eduardo Goligorsky, Barcelona, Flor del Viento, 2002, 238 pp., 14 e.
"España no es una cáscara", Javier Ruiz Portella, pról. Eugenio Trías, Barcelona, Áltera, 2000, 128 pp., 11,25 e.
"Argumentos para el bilingüismo", Jesús Royo Arpón, Barcelona, Montesinos, 2000, 206 pp., 11,42 e.

Hace un tiempo fui de visita a la tumba de Antonio Machado en Colliure. En una plaza de aquel hermoso pueblo marinero unos ancianos ataviados con indumentaria folclórica me sorprendieron el paso cantando una canción en catalán. Recuerdo con precisión la última frase, exclamada con júbilo unánime: “Mai no morirem”, o lo que es lo mismo: “Nunca moriremos”. Tan emocionante clímax patriótico aludía a lo que se suele entender por “catalanes”, ese gentilicio en el que algunos solemos reconocernos desde pequeños. Pues bien, los tres libros que comentamos tratan de plantear, cada uno a su modo, la necesidad de reformular críticamente la convivencia política, social y cultural de los habitantes de Cataluña, asfixiada en los últimos años por las estupideces del nacionalismo gobernante.

El librito de Ruiz Portella, prologado con mano polémica por Eugenio Trías, opta por criticar al nacionalismo catalán desde cierta comprensión de sus postulados comunitaristas. El ensayo demole sin paliativos el imaginario catalanista que impregna la actividad diaria de los “profesionales” políticos de la comunidad autónoma catalana, pero lo hace sin olvidar —en una rara y no del todo profundizada mezcla entre las teorías de Castoriadis y el romanticismo más o menos germánico— que una sociedad no sólo está formada por la agregación de los individuos que la componen, sino también y en un lugar destacado por lo que Castoriadis llamaba sus “significaciones sociales imaginarias”, ese haz de símbolos, valores, ideas, sentimientos, etc. que rigen en ella en un momento dado y que la cohesian.

La principal tesis de Ruiz Portella en su rechazo claro y rotundo del catalanismo es que el imaginario creado por la política nacionalista catalana durante los últimos veinte años ha ninguneado reiteradamente la “otra pata” de Cataluña (la de expresión castellana, por decirlo así) imbricada desde hace siglos en su quehacer cotidiano. O sea, la sensata crítica de Ruiz Portella no se dirige tanto al énfasis que el nacionalismo pone en la comunidad como a que el catalanismo no ha sido capaz de pensar y hacer esta comunidad más que como “sólo catalana”, y todavía peor, “sólo catalanista”: o sea, dicho en términos de política lingüística, exclusivamente monolingüe. El libro, breve y diáfano, señala con acierto que esta política excluyente ha tenido y tiene en las escuelas, en la administración y en los medios de comunicación sus lugares e instrumentos básicos. Esta tontería dañina para la convivencia es la que hay que cambiar, dice Ruiz Portella, de modo que los ciudadanos del presente inmediato y del porvenir puedan seguir relacionándose en una sociedad cuyo imaginario no esté sometido a la dictadura de quien pretende su falsa inmortalidad a expensas de las posibilidades vitales de la otra parte de la población.

Por su parte, el libro de Jesús Royo, profesor de bachillerato y miembro del Psc, opta por la ironía y los razonamientos de corte ilustrado. Son 80 cartas al director ficticias en las que el autor va desgranando la argumentación central de su tesis: el urgente y necesario reconocimiento oficial por parte de la Generalidad de Cataluña del bilingüismo realmente existente en la sociedad catalana. La diferencia con el libro de Ruiz Portella estriba en que Jesús Royo no condesciende con las tesis comunitaristas de las que el primero se quiere deudor (entre el “hombre nacionalista” de la tierra y el “hombre económico” de la técnica, Ruiz Portella reivindica el “hombre comunitario”), y sus razonamientos desembocan en el planteamiento crítico y abierto de una verdadera ciudadanía democrática.

¿O es que el individualismo real no es base y producto a la vez de cualquier imaginario social? ¿Es que nos parece poca cosa la posibilidad de un imaginario sustanciosamente democrático y de vocación universalista? Es muy cierto que la globalización de casino en la que nos encontramos nos somete más que nos libera, pero me atrevo a sugerir que la verdadera identidad que podemos oponerle tiene que ver más con aquello que no alcanza a encontrar un molde determinado que con aquello que nos determina de antemano.
A esta identidad abierta hace continua referencia el tercer libro aquí reseñado. Se titula "Por amor a Cataluña" y lo ha escrito el articulista de La Vanguardia Eduardo Goligorsky, quien tiene el buen gusto de preferir la gimnasia mental de H. L. Mencken o Bruce Chatwin (del que ha sido traductor) a la de Herder o a la de cualquier pseudointelectual del nacional-catolicismo catalán, y que como argentino exiliado de su país conoce bien el acoso de la unanimidad coactiva. El libro está bien documentado y repasa con prosa afilada, elegante y lúcida los problemas suscitados por tan funesta pretensión totalitaria: la enseñanza de la lengua y de la historia, la “dictablanda” (Tarradellas "dixit") instalada en la administración y en los medios de comunicación, el despilfarro de dinero público, el desprecio de los valores humanistas y laicos, etcétera.

Durante años Cataluña se ha visto como una especie de oasis de civilización en un desierto de ignorancia y miseria, pero tal mito ya no puede sostenerse por más tiempo cuando nada menos que el más longevo presidente del Parlamento autonómico ha manifestado recientemente su apoyo a Haider, su racismo contra los negros, su respeto por los “ideales” etarras y su rechazo de los “inmigrantes” del resto de España.
Naturalmente todos moriremos algún día, pero sólo a través de un imaginario democrático basado en la razón, la pluralidad, las libertades públicas y la aventura personal, esos frágiles y fugaces islotes de inmortalidad que podemos construirnos mientras vivimos no excluirán a nadie.

Ximo Brotons

4 comentarios

procopio -

y también puedo ir rectificando, probando, provocando, gustando más y mejor...

ah, también puede ser que ahora ya no _solo_ hablo con la pared, sino que unos niños, _a veces_ me escuchan.

procopio -

si no firmo como wu ming (sin nombre) es porque no me dejan.

No he cambiado, no demasiado. He cambiado en que vivo más independientemente, aunque supongo que esto también tiene sus peligros.

Ha cambiado con esto de los blogs la posibilidad de expresarse cada día y no tener que esperar a querer decirlo todo en una breve reseña o artículo. Eso creo que sí me ha cambiado para bien. No es que antes no se me pasase por la cabeza, es que ahora lo puedo decir y, en cierto modo, hacer.

un saludo

Juan José R. Calaza -

Disculpa la redundancia:cuando se mejora es siempre para bien. Querìa decir: has cambiado.

Juan José R. Calaza -

Gracias por la informaciòn. Me gusta tu blog. Eres muy trabajador, un verdadero artesano de la pluma (o de la tecla). Creo que has mejorado, para bien, desde que no firmas con el nombre chino aquel tan raro que tenìas. Finalmente, hemos acabado siendo buenos amigos, qué lejos quedan los tiempos heroicos de la inefable Karla Ben!!!