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Crónica deportiva: "La victoria de la Rosa"

"La victoria de la Rosa": esta crónica, que envié sin éxito a El País, edición Cataluña, corresponde al último partido del Torneo de rugby de las 6 Naciones de la temporada 2003, si no recuerdo mal

No pudo ser, aunque se estuvo cerca. La tarde fue soleada y a juzgar por las imágenes que nos llegaban de la BBC hacía frío en Lansdowne Road el domingo 30 de marzo. Los equipos de rugby de Irlanda -el Quince del Trébol- e Inglaterra -el Quince de la Rosa- se disputaban la victoria en el torneo más legendario del rugby mundial, el 6 Naciones. Era el último, el enorme desafío, todo en un partido: el prestigioso Grand Slam (ganar todos los encuentros), la Triple Corona (vencer al resto de contrincantes británicos) y ganar por supuesto el Torneo. La tarde parecía propicia a un buen espectáculo, y el calor deportivo del público se fundía en el aire de Dublín con la gloriosa incertidumbre del desenlace ignorado.

Me fui bajo una leve llovizna a un pub irlandés de la plaza de Castilla de Barcelona. Debía de haber una cincuentena de personas en el local, jóvenes y adultos, hombres y mujeres (pero casi ningún niño), la mayoría británicos. El partido daba comienzo a las 3 de la tarde y una nítida pantalla de grandes proporciones presidía la sala donde la gente comía sus toasties(una especie de sandwich) y bebía panzudas Guinness y genuinas Brown Ale. Antes de iniciarse el encuentro, mientras sonaban los himnos y una señora (que no supe averiguar quién era) saludaba en televisión a los jugadores, le pregunté por matar el rato a un hombre con los brazos tatuados que estaba acodado en la barra del pub quién iba a resultar vencedor: “Ireland”, fue su sonriente y escueta respuesta.

Y esa era la convicción de la mayoría de aficionados al rugby del mundo (y de los pocos que quedamos en España). Es verdad que Inglaterra se presentaba con un conjunto muy compensado, plagado de figuras, sólido en defensa y rompedor en ataque. Así lo atestiguaban las oficinas de apuestas de Londres. Desde 1991, tras tres décadas de continuos traspiés, la selección del Quince de la Rosa ha vencido en casi todas las ediciones del 6 Naciones, igualando prácticamente el historial de la más gloriosa selección que haya jugado nunca este torneo afamado: el País de Gales de los años setenta liderado por Gareth Edwards (algo así como el Di Stéfano del rugby, o al revés) y JPR Williams.

Pero a diferencia de aquel equipo esta Inglaterra carece de glamour: su juego ha sido muchas veces anodino, y aunque haya pasado sin remisión por encima de casi todos sus rivales, no ha levantado la misma pasión ni admiración que otros conjuntos que marcaron época. Y enfrente estaba Irlanda, una selección que desde 1985 no sabe lo que significa ganar el Torneo o la Triple Corona, pero que desde hace unos años cuenta en sus filas con un jugador de primera categoría internacional: el centro Brian O´Driscoll, imprevisible y veloz como una centella. Tras algunas actuaciones memorables en torneos anteriores, O´Driscoll había capitaneado este año a su equipo hasta el partido-cumbre, hasta el decisivo encuentro con el cielo o el infierno, hasta la lucha gallarda contra el archi-rival sobre el sagrado césped de Lansdowne Road. Ah, vieja Erín, nuestros corazones palpitaban por ti...

Pero no pudo ser y las apuestas se confirmaron. El partido empezó animado por el aliento de los aficionados, con un drop del apertura irlandés David Humphreys (3-0), lo que levantó el clamor en la grada y nos permitió seguir soñando. Pero Inglaterra iba a demostrar pronto su poderío: ensayó bajo palos por medio del nº8 Dallaglio a los pocos minutos y se defendió con bravura de las enfáticas pero ofuscadas arremetidas del adversario. O´Driscoll franqueó en varias ocasiones la primera línea defensiva inglesa; los tres-cuartos movieron el balón con peligro hasta casi las esquinas rivales del campo, pero en los últimos metros se toparon con un muro de contención. Faltó un poco más de atrevimiento y por tanto algo más de suerte. Al descanso Inglaterra ganaba 6-13, dirigida por la batuta magistral de su apertura Johnny Wilkinson, el jugador más imaginativo y preciso del partido y el mejor del Torneo.

Repostamos religiosamente nuestras Guinness en la barra y suspiramos por un ensayo determinante de O´Driscoll. En la BBC apareció nada menos que Jonathan Davies, el apertura genial que llevó al País de Gales a la conquista del tercer puesto en el Campeonato del Mundo de rugby de 1987. Hoy Davies comenta los partidos en la cadena pública británica. “En buena hora Jonathan”, exclamé levantando mi vaso oscuro, “por tu grandísima culpa estoy aquí”. El árbitro dio el pitido de rigor y empezó la segunda parte.

Y entonces acaeció el vendaval, no el huracán céltico que casi todos anhelábamos, sino la lenta e inmisericorde apisonadora del Quince inglés. Hubo una jugada del partido que me recordó un episodio cómico de tantos de “Astérix en Bretaña”: tres o cuatro jugadores irlandeses se lanzaron como depredadores hambrientos encima del ala Greenwood, pero éste logró zafarse inverosímilmente del masivo asalto, como el Obélix nativo de la poción mágica. Un poco más tarde era este mismo jugador el que posaba por dos veces el balón ovalado en la zona de marca rival, haciendo añicos nuestros sueños... Ni los gritos de ánimo del público, ni el empuje de O´Driscoll o del zaguero Murphy, ni la salida al campo del apertura O´Gara (más ágil y de juego más profundo que Humphreys) consiguieron evitar que los puntos fuesen cayendo como las manzanas de Newton del lado inglés, hasta el 6-42 definitivo. Y el capullo de la Rosa floreció con esplendor en Dublín, como si fuese una cursi pero tierna tautología...

“Pienso en las rosas, en los desafíos, en la niebla”, escribe Savater en el Diario de Job. Seguiremos deseando con paciencia medieval el resurgido triunfo de Irlanda en el viejo Torneo de las 6 Naciones, mientras leemos a los antiguos filósofos de la verde Erín que conservaron el legado clásico de Grecia, como aquel Juan Escoto que creía en la supremacía práctica del libre arbitrio sobre la teoría de la predestinación. Antes de salir del pub de la plaza de Castilla, comento el partido que acabamos de ver con un hombre ya entrado en años. Parafraseando a Bob Marley y achacando la ausencia de marcas del Quince del Trébol a su falta de acierto en los metros finales, le digo como otra cualquier banalidad: “No try, no win”. Hay que intentarlo, hay que seguir intentándolo.

Ximo Brotons (al año siguiente Irlanda volvió a conseguir 19 años después la Triple Corona)

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