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procopio: café filosófico

¡Rugby al poder!

Cuando veía el torneo de rugby de las VI Naciones el torneo se llamaba de las V Naciones e Italia no participaba. Cuando veía el torneo de las V Naciones, la Francia de Serge Blanco dominaba el hemisferio norte y mi ídolo era el apertura galés Johanthan Davies. Cuando veía el torneo de rugby más importante del planeta lo echaban por La 2 los sábados por la tarde y no en exclusiva, como ahora, por el Canal Plus. Cuando veía el V Naciones casi lloraba de emoción al ver por primera vez en mi vida jugar al rugby, ese deporte de villanos jugado por caballeros que tanta estima concita en el mundo y, también, aunque sin demasiado fruto, ay, en España.

El actual Torneo de las VI Naciones es el torneo deportivo más antiguo del planeta y solo por eso merecería un libro aparte. Pero, amigo lector, nos tendremos que conformar con lo que aquí buenamente vaya yo escribiendo, ya que nadie más lo hace. Hablando de rugby es fácil dejarse llevar por la nostalgia, pero entre la nostalgia y la simple energía está la templanza, y me gustaría que este artículo fuese, pues, templado. No soy de los que abjuran de la participación de Italia en el torneo y por lo tanto no soy de los que lloran por que el mítico V Naciones sea hoy el mediático VI Naciones, pues en su día todo empezó con un partido entre Inglaterra y Escocia y el torneo luego fue de las IV Naciones hasta la incorporación de Francia, primero en 1910 y después definitivamente desde 1947. La historia, si de algo sirve, es para relativizar las nostalgias y los arrebatos emocionales. No al contrario.

El torneo más antiguo del mundo empezó su andadura, pues, en 1883, entre las cuatro naciones del Reino Unido de la Gran Bretña (Irlanda no se independizó hasta 1920). Italia se sumó en el año 2000, con el empuje de la profesionalización de un sport que, cuando lo veíamos aquellos inolvidables sábados por la tarde, era jugado por fontaneros, electricistas y otros oficiantes de parecido jaez. Debo añadir por cierto que en esto tuve ojo clínico, porque el primer gran jugador en irse al rugby profesional fue mi admirado Johnatahn Davies, con quien el País de Gales logró la Triple Corona (vencer a los demás países británicos) en 1988 y el tercer puesto un año antes en el primer Mundial de rugby jugado en Nueva Zelanda.

¿Se ha perdido la mística del amateurismo con la profesionalización? Mi opinión es que no. El torneo de las VI Naciones sigue siendo el torneo más místico del mundo. Puede haber espectáculo mayores, como la Superbowl o qué sé yo, el Clásico, pero en cuestión de mística, nada supera al VI Naciones. Claro que hablamos de una mística muy concreta, y, ciertamente, ahora, en los últimos años, algo diluida. Es la mística de lo británico, del british weather, de las home nations, de la guinness irlandesa y del gallo francés, del romance y la civilización occidental, del primer deporte codificado de la era moderna. Es la mística, en fin, del Imperio Británico, y después de la entente cordiale con Francia, cordialidad no exenta de rivalidad histórica, como digo, encauzada civilizadamente por el deporte -si los Griegos paralizaban las guerras para sus juegos, ¿por qué no nosotros? Hoy es también la mística de Garibaldi y los mil camisas rojas de la unificación del Estado italiano que nos hace cantar el Azurro como si fuera la canción par excellence de nuestra propia vida. 

¿Y España...? La que dio los versos místicos más míticos en boca de Teresa de Jesús, allá en la fría y majestuosa Ávila:

"Nada te turbe

nada te espante

todo se pasa

dios no se muda

la paciencia

todo lo alcanza

quien a dios tiene

nada le falta

solo dios basta"

Pues España, regular. No acometió, cuando era capaz de vencer a Italia y plantarle cara a Rumanía, la profesionalización del rugby. De aquellos tiempos de Alberto Malo, el flanker de la UE Santboiana, apenas nada queda. Por suerte, en Sant Boi se sigue jugando al rugby, y en Valladolid se le enseña a los niños. La selección sigue jugando el llamado VI Naciones B, o Campeonato de Europa de Naciones, y este año va tercera, tras Georgia y Rumanía, que son selecciones mundialistas, habiendo derrotado a Rusia, Portugal y Alemania. Normalmente, esta posición debería permitirnos en el próximo ciclo mundialista jugar al menos la repesca contra Uruguay, como este año la jugó Rusia.

Pero la mística castellana, hispánica, la de los castillos y la meseta, la del sol y el mediterráneo, la de América, la de Gil de Biedma y la de Rubén Darío, apenas puede competir con todo con la mística de lo británico. Se ha visto por ejemplo en el caso del referendum de independencia de Escocia, como antes del Quebec. Una cosa así, fuera de las fronteras del viejo Imperio Británico, es inconcebible. Aquí en España, en Estados Unidos o en cualquier otra parte del mundo.

Pero dejemos la política aunque sea cultural y hablemos de rugby. Inglaterra y Gales lideran el historial del VI Naciones con 26 títulos cada una, si bien Inglaterra posee 12 Grand Slams (ganar todos los partidos del torneo) y País de Gales 11 (tres de ellos los han visto mis ojos, y especialmente emocionante fue el primero de estos tres como he relatado en otra parte de este libro). Les siguen Francia con 17, Escocia con 14 e Irlanda con 13, recién conquistado el torneo, aunque sin Triple Corona ni Grand Slam, este año 2015. Por su parte, Italia aspira meramente a no llevarse la Cuchara de Madera (perder todos los partidos), hito que logró este año al vencer en el mítico Murrayfield a Escocia.

El calendario de este año y la enorme victoria de País de Gales contra Irlanda en la penúltima jornada, partido que no pude ver por encontrarme de regreso de un viaje a la muy rugbística ciudad francesa de Montpellier, nos abocó a una última jornada de infarto ya conocida como el mejor supersábado de rugby de la última década. Llegaban en triple empate y por este orden Inglaterra, Irlanda y Gales. En otro tiempo, los tres hubiesen ganado el torneo, pero desde 1996, año en que el VI Naciones pasó a llamarse oficialmente Campeonato de Europa, los títulos no se comparten en caso de igualdad a puntos sino que la clasificación prima la mejor diferencia entre puntos marcados y puntos encajados. Vamos a relatarlo, pues.

Gales venció a Italia en Roma por 20-61 tras una segunda parte gloriosa (la primera parte acabó 13-14), con lo que su average subía hasta +53. El zaguero y pateador excelso Halpenny, el ala North y compañía habían hecho su trabajo regalándonos a los seguidores de Gales una auténtica promesa de felicidad, que como todo el mundo sabe se llama belleza. Pero bien, Irlanda tenía que ganar, pues, de más de veinte puntos a Escocia en Escocia. Sonaron el Ireland´s Call y la vibrante Flower of Scotland y se empezó a jugar en Murrayfield. Fermín de la Calle sostenía en el Plus que no pensaba que Irlanda fuese a arrollar a la vieja Caledonia, pues habían perdido todos sus partidos, sí, pero no por mucha puntuación. Pero nada más empezar Irlanda ganó el balón oval en fase de conquista y ensayó. Luego fue un vendaval verde que imagino que debió entusiasmar a la parroquia proirlandesa, entre la que ciertamente no me cuento. Así que el resultado final fue del 10-40 para Irlanda, llevándose la Cuchara de Madera Escocia y el torneo provisionalmente la vieja Erín con un average de +63. Soy de la opinión de que si el Quince del trébol hubiese necesitado otro ensayo más, lo hubiese conseguido.

De manera que todo estaba previsto para el desenlace final en la catedral del rugby, el esplendoroso estadio de Twickenham en Londres. Inglaterra, que empezaba con un average de +37, debía vencer por veintiséis puntos a Francia (en caso de empate con Irlanda, había realizado más ensayos a lo largo del torneo). Hay que decir que Inglaterra empezó ganando en el Millenium de Cardiff en un magníficamente disputado partido contra Gales, pero había perdido en el Aviva Stadium (el viejo y resonante Landsdowne Road) frente a Irlanda, en un partido que el apertura irlandés John Sexton manejó a su antojo tanto en el pateo como en la transmisión, el placaje y las fases de conquista, dando una clase magistral de rugby de altos quilates.

Pero volvamos a Londres, al último partido del VI Naciones 2015, a las seis de la tarde, todavía con el tímido sol británico. Fue un partido histórico, memorable, apoteósico. Empezó fuerte el Quince de la Rosa, pero les bleus en seguida opusieron resistencia -no se iban a dejar humillar así como así. Incluso se adelantaron en el marcador 7-15, lo que hacía el trabajo inglés aun más hercúleo, mediado el primer tiempo. Pero como no había más tiempo que perder, los ingleses, comandados por su apertura reserva George Ford y por su estupendo zaguero Mike Brown, y, obviamente, por su delantera y línea, empezaron a carburar sin pausa y llegaron al descanso con trece puntos de ventaja en el marcador. La mitad de la misión estaba cumplida, y aun quedaba la segunda parte. ¡Y la segunda parte fue maravillosa, golpe a golpe, verso a verso, como cantaba Serrat, iban cayendo los puntos de uno y otro lado en una exhibición de rugby ofensivo que para sí quisiera el rugby del hemisferio sur! Total, que por increíble que parezca el resultado era de 55-35 a falta de ya unos pocos minutos e Inglaterra estaba a un ensayo transformado de la victoria final. Parece increíble que Francia, que estaba haciendo un buen partido dejándose la piel, perdiera por veinte puntos.  

Entonces hubo una touche a cinco metros de la línea de marca francesa. Quedaban unos segundos. ¡La touche del fin del mundo! La ganó Inglaterra. Y allí que la delantera atacó ferozmente la defensa gala y por unos segundos las flechas que volaron en la batalla de Hastings se convirtieron mágicamente en corazones de caballeros jugando a ese deporte de villanos que es el rugby, y misteriosamnete el balón pareció que fuera a ser posado cerca de los palos franceses. Pero, ay, errare humanum est, y la gesta impensable no pudo ser culminada, muriendo el partido en el resultado antedicho y otorgando el título del VI Naciones 2015 a Irlanda, que, reeditando título, lograba algo que no conseguía desde 1983.

Muy bien. Hasta aquí la crónica. Me falta el escolio final. He hablado de mística, británica, hispánica e incluso, si eso es posible, italiana. Pero a decir verdad, y con todo el amor místico que le tengo a la rosa del rugby, sigo prefiriendo a la razón. La razón vitalísima que es fecundada con su pasión por eso que llamamos imaginación o fantasía. Si no fuera por la imaginación, hace tiempo que habría dejado de ver rugby, de seguir aunque solo sea por las noticias el VI Naciones, porque la mística y la nostalgia me hubiesen impedido disfrutar de ver que hoy, treinta años más viejos, ni el Plus es lo que era Martí Perarnau en La 2 ni siquiera el torneo aguanta la comparación con el querido amateurismo de antaño.

Pero yo estoy a favor de la profesionalización, del capitalismo de libre mercado e incluso, y sobre todo, de la democracia. Quién sabe si de aquí a unos años España podría participar en un torneo jugando en lugares tan legendarios como Murrayfield. Solo su nombre me hace estremecer. Fue el filósofo nacido en Grecia Cornelius Castoriadis quien instigó aquello de "la imaginación al poder" que recorrió el mayo del 68 francés. Hoy, tras la resaca del último supersábado, con semejantes ansias contraculturales, desde la lejana España exclamo, con toda mi alma: ¡viva el rugby! ¡Rugby al poder!

2 comentarios

ximobrotons -

bueno, soy fan de Gales, mas que del rugby britanico, pero tienes razon. en cuando al dato historico, pues la batalla que me sonaba era la de Hastings. saludos y gracias por comentar

Irene Adler -

Muy bonita la crónica y sin embargo un par de cosillas me sorprenden.Te declaras admirador del rugby británico, pero sin embargo los nombres propios que parecen aquí (salvo Malo)pertenecen al grupo de "los siete que molestan" y no al de "los ocho que juegan"... estoy segura de que sabes a que me refiero y que definir las posiciones así es más británico que el tea time.

Por otro lado ¿Hastings? Le tengo cierto aprecio a los Huscarles pero si de franceses cosidos a flechazos hablamos, mejor Creçy o Azincourt ¿no?

Un saludo