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procopio: café filosófico

Nariz de boxeador

Me decía que tenía la nariz de boxeador. Me operaron de ello, de un tabique nasal torcido. Me lo decía cuando yo era muy pequeño el padre de mi amigo Camilo Villaverde. Camilo era argentino. Sus padres habían huido de la dictadura militar de Videla. Se habían instalado en Vilanova y antes de que se mudaran a Sitges allí íbamos todas las tardes de domingo a pasar el rato. El padre de Camilo, además de entrenador de baloncesto -ya sabéis que Argentina es campeona olímpica- era aficionado al boxeo. Me decía que tenía la nariz de un boxeador, por tenerla torcida, y empezábamos a hacer ver que boxeábamos. Eso era todo, pero era divertido.

Divertido y apasionante me resulta el boxeo, aunque no soy un gran aficionado. Que es un deporte violento, no cabe duda. Es quizá el deporte más sanguinario de los que existen, porque a los toros yo no los tengo por un deporte. Los hombres se miden en el boxeo hasta el límite de lo humano, que incluye sin duda lo violento de la vida. Formamos parte de la naturaleza y sería una salvajada no adecuarse a ello. Eso sí que sería una salvajada. 

Mi escaso seguimiento del boxeo se puede resumir en que creía que la película Rocky ocurría en Nueva York y no en Filadelfia. Me enteré cuando estuve en Nueva York, ya muy mayor. Vimos las escalinatas del Museo de Historia Natural que Rocky Balboa va subiendo acompañado de una música legendaria. Míticas imágenes que a todos nos animan. No sé yo en qué sentido tomarlo, pero el hecho es que Filadelfia, además de ser la ciudad de la Campana de la Libertad y de la independencia estadounidense es hoy en día la ciudad de Rocky. Postales de la Declaración del 4 de julio se mezclan con postales de Sylvester Stallone en el papel de su vida. Los que crecimos en los años 80 entendemos la lucha proamericana de Rocky, pero, repito, tengo dudas de si ponerla al mismo nivel que la lucha de George Washington, Thomas Jefferson y Benjamin Franklin.

Sea como fuere, no es baladí que el deporte de Rocky sea el boxeo. Hay una hermosa película de Paul Newman que remeda una especie de biografía de Rocky Graziano. Es en blanco y negro. Luego está Toro Salvaje. En fin, hay muchas más. Pero la película pugilística por antonomasia no es de ficción. Es real. Es la vida y obra de Cassius Clay, más conocido por todos como Muhammad Alí, considerado por la revista Sports Illustrated como el "deportista del siglo XX".

La vida y milagros de Cassius Clay daría para otro libro, que algún amante serio del boxeo escribirá algún día en español. Digo serio refiriéndome a que no sea yo. Ejem. Pero sigamos. Alí fue un personaje controvertido. He visto algún biopic del sujeto en cuestión y lo cierto es que era tremendo. Alí tenía razón y no la tenía. Era el número 1, eso seguro. Harto de que le llamaran nigger en el sur de los Estados Unidos se convirtió al Islam. De la Nación del Islam se hizo otro deportista también muy famoso, este más cercano a mi experiencia. Es Lew Alcindor, es decir, el baloncestista Kareem Abdul-Jabbar. Pero esta conversión al islam a mí no me acaba de convencer. Es un poco lo que podríamos llamar una americanada. Pensar que todo el mundo te cabe dentro de la mano. Bueno, entonces aun se podía vender que el islam es la religión de la tolerancia, hoy después de los atentados terroristas del 11-S eso costaría más.

Pero vayamos al grano. Aun como Cassius Clay, Alí ganó la medalla de oro en boxeo en los JJOO de Roma´60. Luego fue campeón de los pesos pesados en 1964. Lo volvería a ser en 1974 y 1978. Y eso que estuvo tres años sin boxear, padeciendo una suerte de ostracismo voluntario al negarse a ser reclutado para la guerra de Vietnam.

Lo más brillante de la carrera de Alí, aparte de sus fulgurantes inicios, de su acerada labia, de sus posiciones político-religiosas, etcétera, me parece que es la rivalidad con otro grande, Joe Frazier. Dos estilos opuestos, dos mastodontes del cuadrilátero, dos americanos diferentes. Alí era mejor, pero lo tuvo que demostrar. En el primer combate, que hizo más legendario si cabía al neoyorquino Madison Square Garden, Frazier le derrotó con aquel inolvidable ganco de izquierda que dejó por un momento a Alí en la lona. Luego vino la revancha. Y, en fin, el thrilla en Manila.

Tuve la suerte de ver el combate entero por televisión. Fue en concreto por MarcaTV, que tenía un programa diario dedicado al deporte de los guantes. Los viernes, creo recordar, solían echar combates históricos. Vimos la victoria de Smokin´Joe Frazier, y luego las revanchas. Todo el thrilla in Manila enterito. Un combate sin igual. Alí ya no se movía como una mariposa y picaba como un abejorro. Más bien tendía a aguantar la tunda de golpes que se le venía encima y, al final, rematar la faena con algunos golpes maestros. Fue estupendo verlo. Alí dijo al finalizar aquello de que nunca había estado tan cerca de la muerte. Frazier aun no se creía que hubiera perdido.

Me perdí en el mismo canal el combate histórico de Muhammad Alí contra George Foreman en Kinshasha, Zaire, actual República Democrática del Congo. Esta vez el viejo Cassius Clay ganó por rotundo KO: quizá su victoria más contundentemente épica. Pero como la fantástica rivalidad con Frazier, nada. Al menos para mí.

Señalaba Nietzsche que su talento -concedámosle que lo tenía- residía en su nariz, o mejor dicho en su olfato. El olor a establo o las cumbres de la humanidad, he aquí los polos opuestos según el gusto olfativo del filósofo alemán. No sabría siempre asegurar que el boxeo forme parte de la cumbre humana y no a veces del olor a establo. He visto combates de categoría llamésmola regional que me han desazonado un tanto. Mundo turbio, a veces, el mundo del boxeo. Pero sí me atrevo a afirmar con todas sus consecuencias que algunas de las cumbres de la humanidad se han logrado en el deporte del boxeo. No sabría razonar muy bien por qué, aunque he intentado ejemplificarlo con el fabuloso caso de Cassius Clay, luego conocido como Muhammad Alí. Es más bien mi olfato el que me lo dicta así, o mejor dicho, en este caso mío, mi pequeña y chata nariz de boxeador, como me diría un argentino allá por el final de los años 70.

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