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procopio: café filosófico

No pares, sigue, sigue

Perdonadme, eruditos. Este libro no pretende ser una demostración de erudición ni yo soy un experto en nada. Este libro no pretende suplir a las revistas deportivas, ni a los periódicos deportivos, ni a los foros sobre deporte que en el mundo existen, ni a otros libros sobre deporte. Si en este libro se contuviera toda la sapiencia y todos los datos que distinguen a cualquier actividad deportiva, todo lo anterior dejaría de existir, y nos perderíamos una gran cosa, en verdad, como es comprobar el grado de dominio que los periodistas deben demostrar sobre las disciplinas de que son especialistas. Los palmarés, el dato, la fecha mítica. La mística, también.

Dejo dicho esto por adelantado porque voy a hablar de ciclismo, y sé que el ciclismo, ese deporte que gusta a tanta gente tan diversa, del escritor Cioran al político Rajoy, por ejemplo, levanta auténticas pasiones eruditas entre los aficionados. De modo que me disculpo por adelantado por no ceñirme al frío análisis experto de corredores, etapas, fechas, cimas, velocidades, números de plato y piñón, etcétera, que caracterizan al fiel aficionado. Como en el resto de este libro, voy a hablar de mis experiencias personales con el ciclismo y de algunos de mis recuerdos del deporte de la bicicleta, aunque no por ello deje de considerarme, como el resto, también un aficionado fiel.

Y es que a diferencia de otras disciplinas, a las que sigo siendo leal aunque no exactamente fiel, lo mío con el ciclismo es un amor de toda la vida. Desde ya un lejano amor por el corredor Alberto Fernández hasta el interés -¿qué hay de malo en el simple interés?- por la rivalidad que mantienen Froome y Contador. Pero antes de amar el ciclismo, yo amo la bicicleta, que aprendí a montar allá por los cinco años cuando me quitaron las dos ruedas pequeñas traseras de una bici que recuerdo de color verde, muy pequeña, con las ruedas gruesas. 

Allí iba yo con aquel pequeño bólido aprendiendo a pedalear sin caerme, y cayéndome muchas veces hasta conseguir mantener la bici recta. La clave era seguir pedaleando, no parar. Por aquel entonces formábamos una pandilla un poco al estilo Verano Azul en la que yo era el más pequeño, y por tanto el que siempre quedaba rezagado, y debía pedalear con más fuerza para no quedarme descolgado, ya entonces. Algunas de mis primeras caídas, como todas las caídas de los niños, fueron épicas. Ja ja ja. Es aquello del ahora me río pero entonces qué daño. Los mayores nos organizaban ginkanas, y lo pasábamos de miedo en aquellos veranos de leyenda. Si íbamos a coger moras o caracoles después de la lluvia, o a robar uva, o a meter un palo en un panal de rica miel, la bici no andaba muy lejos para la huida. Como los niños de ET huíamos imaginando que pedaleábamos en el universo, aunque fuera el astro sol y no la bella luna el que entonces dominara la bóveda celeste.

Aprendí a montar en bicicleta, pues, y ya todo fue sobre ruedas. Quiero decir que se fueron sucediendo mis bicicletas, que iban creciendo a medida que me iba haciendo mayor. Como a la escuela íbamos en bicicleta, era una cosa que se nos estropeaba a menudo. Y había que reparala. Tuvimos el honor y el orgullo de que quien nos reparaba las bicicletas era ni más ni menos que Vicente Iturat y sus hijos. "Me voy al Iturat", y allí íbamos con las manos en el manillar de la bici, pasando por la plaza de las Coles, a la pequeña tienda de bicicletas tocando La Geltrú donde un tal Iturat nos miraba serio y como molesto y nos daba fecha para pasar a recogerla. No podía saber entonces que Iturat -mira, ese es Iturat, podía haber dicho alguno- había corrido el Tour de Francia en la época de Bahamontes y había llegado a quedar quinto en una Vuelta a España. Tampoco sabía entonces que Iturat era de un pueblo de Castellón. Lo supe cuando me instalé en la ciudad valenciana. Resulta que la Vuelta Ciclista a España 2004 acababa una etapa llana en la capital de La Plana. Ganó Freire, el cuatro veces campeón del mundo en ruta, al sprint. Y allí, antes de los premios, estaba don Vicente recogiendo una placa de homenaje. Fue un día redondo, aunque apenas vislumbré a los corredores mientras llegaban a meta. Fue mi primer contacto directo, sin televisión, con el ciclismo.

Pues bien, ya sabía andar en bicicleta y la bicicleta estaba siempre en buen estado gracias a Iturat. Solo quedaba el ciclismo, y mi primer amor, como he dicho antes, fue el corredor cántabro Alberto Fernández, del equipo Zor (una marca de mecheros), que perdió la Vuelta de 1984 con el francés Eric Caritoux y meses después la vida en un accidente de circulación. Un amor trágico, para empezar.

Luego vino la época de Perico Delgado. Perico era un tanto polémico, y tras sus vanos intentos de ganar el Tour tras vencer en la Vuelta, declaró: "Es fácil ser primero en España". El periodista deportivo José María García, apodado el Butanito, tuvo más que palabras con Delgado. Pero Perico era un corredor apasionante. Cuando parecía que nadaba mal, soltaba su característico latigazo y allá que se iba. Finalmente se proclamó campeón del Tour de Francia en 1988, vistiendo el amarillo en París. Creo que fue el año del primer oscar de Almodóvar. España ya estaba en la entonces CEE, y fueron días de vino y de rosas, aunque también, ay, de la cultura del pelotazo. 

De aquel tiempo recuerdo la música de la Vuelta a España, una tonadilla pegadiza de estilo tecno-pop -la movida todavía no se había ido por completo- que me gustaría poder reproducir aquí exactamente. Recuerdo mis primeros giros de Italia, la hermosa maglia rosa, y durante un tiempo que pillábamos la RAI en casa por no sé que afortunado avatar, el bello italiano narrando la ronda transalpina. También recuerdo el récord de la hora de Francesco Moser, que se corría en un velódromo y en el caso del italiano Moser en uno de la Ciudad de México. Luego Induráin conseguiría en su época el récord de la hora. 

Los años de los tours de Perico Delgado fueron maravillosos. La hegemonía del gran Bernard Hinault -grande e irascible- tocaba a su fin, y aparecían el velocísimo Fignon y el astuto Lemond. Contra todos esos y, ay, contra Stephen Roche, tuvo que lidiar don Pedro Delgado, hoy sabio comentarista de ciclismo en TVE. Qué recuerdos de la etapa de Alpe D´Huez en la que Delgado parecía que iba a sacar una ventaja definitiva para ganar el Tour y a los cuatro segundos de llegar a meta cruzaba Roche totalmente exhausto. ¡Se lo tuvieron que llevar en ambulancia! Esfuerzo al límite, puro ciclismo. Algunos de aquellos tours los veía en la casa de la abuela de mi amigo Sergi Cortiñas, a la que llamaban la sínia, por ser parecido a una pequeñita masía. Después jugábamos al ping-pong toda la tarde y en agosto, como he relatado en otra estampa, organizamos un campeonato de llamémosle golf.

Entonces sobrevino la era Induráin y sus gloriosos cinco tours seguidos, gesta nunca lograda ni por el elegante Anquetil, ni por el caníbal Merckx, ni por Hinault ni a la postre por Armstrong. Miguel Induráin tenía problemas en las subidas, pero en contrarreloj no he visto cosa igual. Era como un avión. Potencia y clase, y, claroestá, un físico privilegiado. "¿Qué ha hecho Induráin?", preguntaba yo si no había podido ver la etapa veraniega del Tour por estar trabajando en un chiringuito de la playa, como quien pregunta qué ha hecho el Barça y con los mismos nervios previos y al misma exhalación de alivio y de felicidad tras comprobar un año más que Miguelón no nos fallaba. Grande Induráin. El mejor deportista español de todos los tiempos hasta la llegada de los Nadal, Gasol y compañía. Qué barbaridad.

Más tarde aparecieron Jan Ullrich y Marco Pantani, un paréntesis antes del estallido avasallador de Lance Armstrong, el perdedor de siete tours seguidos. De 1999 a 2005 no hay sencillamente ganador. El problema del dopaje, que ya se discutía en los inicios del Tour cuando se acusaba a algunos corredores de tomar cocaína, apareció con toda su miseria. Y España estaba en el ojo del huracán. Pese a ello, tras la época de Arsmtrong, cuatro españoles vencieron consecutivamente en la ronda gala, y especialmente meritoria fue la victoria de Carlos Sastre en 2008, con una brillante ascensión en la etapa de Alpe d´Huez. Sastre fue recibido como un héroe en... Bélgica, donde hay una enorme afición al ciclismo. Fue un triunfo que gustó a todo el mundo, porque se veía que Sastre no andaba ni remotamente dopado, hizo un gran esfuerzo, sin animaladas inexplicables desde el punto de vista genéticamente humano, fue más inteligente, y ganó.

He preguntado esto del doping a gente honesta que se dedica semi-profesionalmente al ciclismo. Su respuesta, lamento decirlo, ha sido evasiva. Que si alguna ayuda... Bueno, no sé. Esto del doping se remonta realmente a los Juegos Olímpicos de la antigua Grecia. A veces los partidarios del doping, pues haberlos, haylos, me han llegado hasta convencer. Pero ante todo hay que resaltar que es perjudicial para al salud. La atleta estadounidense Florence Griffith no murió joven porque era una estrella de rock, sino porque consumía este tipo de drogas tan dañinas. Pero una cosa sí que sé por propia experiencia. A los quince o dieciséis años yo me hacía cuarenta kilómetros en bicicleta como si tal cosa. Por las hermosas carreteras comarcales cercanas a mi localidad, iba yo sin pestañear pedaleando lúcidamente. Casi sin esfuerzo, o con un esfuerzo que me gustaba realizar, me iba hasta el pantano de Foix, nueve kilómetros para ir y nueve para volver, o más allá, a veces acompañado de amigos, nos íbamos hasta Aiguaviva, o yo solo, en plena canícula veraniega, me hacía, como digo, cuarenta kilómetros tal cual, de Vilanova a El Vendrell y volver. Y yo no soy precisamente un atleta. Quiero decir que se pueden hacer doscientos kilómetros diarios en una vuelta de tres semanas si eres profesional. Un fuera de serie, vamos. Claro que todo depende de la velocidad con la que se vaya, como diría Alejandro Valverde. Realmente, si eres un corredor excepcional, no necesita aditamentos. Valga esta reflexión para zanjar el asunto del dopaje.

Pero hablando de Valverde, no me querría olvidar de comentar lo del valverdismo antes de ponerle punto y final a esto. Resulta que un día leyendo la sección de deportes de El País, lo único que leía prácticamente de El País antes de dejar de leerlo, me encontré esta expresión, "valverdismo", dicha peyorativamente por un periodista cuyo nombre ahora no recuerdo. Resulta que solo ha habido dos corredores que me han hecho levantarme del sofá, uno fue, como se pueden imaginar, Perico Delgado, y el otro, Alejandro Valverde. El palmarés del murciano no es todo lo que imaginábamos que podía ser. No tiene un tour y solo una vuelta. Pero siempre ha estado ahí. Un corredor apasionado e inteligente a la vez. Todo depende de la velocidad a la que se suba. Puede ser el Tourmalet o los Lagos de Covadonga o el Angliru o la Bola del Mundo o el Mortirolo. Pero puede ser la cuesta que lleva a tu casa. Todo depende de lo que cueste, valga el juego de palabras. Lo importante es, como aprendimos de pequeños, no parar, seguir y seguir hasta que nos entierren en el mar.

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