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procopio: café filosófico

El Señor de los Anillos

Durante unos meses fui entrenador de baloncesto de un equipo de instituto. Modestia aparte, hice un gran trabajo. Al principio los chicos no sabían ni botar el balón, de hecho botaban con el brazo izquierdo escondido detrás de la espalda, como si lo tuviesen atado y solo pudiesen botar con la derecha. Mi primera decisión fue desatarles ese brazo, quitarles las cadenas, y que empezasen a botar con ambas manos. Acto seguido los hice abandonar la idea de que los entrenamientos se basaban en lanzar tiros libres. Para empezar, les hice correr un poco, entrenamiento físico básico, luego les hice agachar el culo y correr por la pista en posición defensiva. Luego ya pudimos tocar balón. Primera lección: el pase. Segunda lección: la entrada a canasta. Tercera lección: el pase y la entrada a canasta, la típica rueda de antes de los partidos. Los chicos aprendieron rápido. 

Más adelante, les hice correr botando el balón con ambas manos esquivando unos conos. Finalmente, entrada a canasta con reverso. Después del primer partido, que perdimos haciendo el ridículo por toda la pista, me di cuenta de la importancia del rebote. Así que añadí a los ejercicios básicos el de lanzar al tablero y coger el rebote. Es un ejercicio que Scariolo, dos veces campeón de Europa con la selección española, hace realizar a sus pupilos antes de los partidos. De los chicos del IES La Torreta, de edades comprendidas entre los 16 y los 18 años, solo dos habían jugado antes al baloncesto de una forma mínimamente seria. Otro había practicado el balonmano. Los demás, nada de nada. Bueno, después de los prácticas básicas, a las que añadí el tiro de media distancia, empezamos a jugar partidos, por lo que hube de decidir quién jugaba de base, quién de escolta, quién de alero, quién de ala-pívot y quién de pívot. Los dos chicos que habían jugado anteriormente al basket eran escolta y pívot respectivamente. El primero era de Senegal, el segundo oriundo de Elche. En fin, de la nada construimos un equipo y hasta que el director del instituto me echó por insana envidia, logramos un récord de 5-5 en diez partidos. Puede parecer poco, pero vencimos al segundo mejor equipo de la liga por 23-19 y solo perdimos de siete puntos frente a los que posteriormente fueron los campeones, quienes solían ganar todos sus partidos por más de veinte puntos. Creo que en la segunda vuelta podríamos haberlos ganado y habernos llevado el campeonato en una final four.

Intenté implantar ante todo un espíritu de equipo basado en el compañerismo y en el amor al baloncesto. Con el tiempo, los dos bases aprendieron a dirigir al equipo bajo la presión del partido; nuestra estrella, el escolta de Senegal, seguía metiendo puntos; nuestros pívots reboteaban mejor y también eran capaces de anotar desde media distancia y no solo bajo la canasta, y defensivamente hacíamos una zona presionante que nos permitía robar balones y salir al contrataque. También hicimos ejercicios de coger el rebote defensivo, para lo cual me basé en unos videos de Bill Russell y Red Auerbach que encontré en YouTube.

Nuestra jugada principal en ataque era un remedo del triángulo ofensivo de Phil Jackson, que permitía a nuestro escolta anotar penetrando o lanzando desde lejos, y pasarse el balón entre los pivots sacando faltas o logrando canastas fáciles. El jugador que más evolucionó fue un chico oriundo de Nigeria, apasionado del fútbol, que antes de participar en el equipo no había tocado un balón de baloncesto. Era muy buen chico y aprendió rapídisimo, entendiendo muy bien el juego del baloncesto: "¡manos fuertes!", solía gritar en los entrenos. No era Olajuwon, porque de hecho jugaba de 2 o de 3, pero en los últimos partidos que pude dirigir las enchufaba para dentro limpiamente como si tal cosa. Yo no sé si los negros son superiores a los blancos en casi todos los deportes, sí sé de qué eran capaces los dos negros con que contábamos en los así llamados Dátiles de la Torreta.

Vestíamos un uniforme amarillo pálido con ribetes negros. Ya digo que hubiésemos salido campeones si nos hubiesen dejado crecer. Qué nostalgia me invade de aquellos meses y cuánto pagaría por volver a entrenar a baloncesto. En fin.

Todo esto viene a cuento porque acabo de leer Once anillos, el segundo libro de Phil Jackson escrito con Hugh Delehanty tras Canastas sagradas, que también leí hace un tiempo en su versión original en inglés. Los dos libros de Jackson tratan de lo mismo, esto es, de la vida y del baloncesto. Son un compendio de las lecciones que nuestro particular Maestro Zen del baloncesto ha aprendido a lo largo de sus años como jugador y entrenador y que ahora nos transmite como enseñanzas. Jackson es hijo de su tiempo, heredando el corazón de su padre y la mente de su madre, devotos cristianos pentecostales, de los que sin embargo se separó buscando su propia orientación espiritual. Los movidos años 60 y sus secuelas setenteras. Es ahí donde aparece el budismo, el taoísmo y otras sabidurías orientales, que ya Thoreau, en Walden, celebraba con elogios desmesurados.

Luego está el baloncesto, y la aplicación del budismo al juego profesional de la NBA. Antes, Jackson había estado en la CBA, actualmente Liga de Desarrollo, y antes incluso había ganado dos anillos de campeón de la NBA como jugador de los New York Knicks. Por lo tanto, el señor Jackson tiene trece anillos y no once como reza el título de su último libro, que obviamente, pues, solo trata de sus anillos conseguidos como entrenador, seis con los Chicago Bulls de Michael Jordan, al que Jackson apoda Miguel Ángel, y cinco con los famosos Lakers de Los Ángeles.

"The basic point: awareness is everything". Vaciar la mente, abrir el corazón, focalizarse en el momento presente, tales son las enseñanzas del budismo sobre las que Phil Jackson reflexiona largamente en este libro. A ello cabe añadir el espíritu guerrero de los Nativos americanos y otras aportaciones de la psicología humanística occidental, como la de Maslow. El libro es también un manual sobre liderazgo. En cuanto al baloncesto, Jackson se centra en cómo hacer de un buen equipo un equipo campeón. Y la enseñanza básica es: cómo pasar del yo al nosotros, como cooperar en libertad, como lograr una armónica identidad grupal. Muchas son las contribuciones del Maestro Zen del basket a este respecto, y harán bien en leer el libro para descubrirlas.

Pero me parece que la última gran lección de Phil Jackson no es otra que la siguiente, tanto más útil cuanto que proviene de alguien que ha sido un ganador nato en su vida y en el baloncesto: "La obsesión por ganar es el juego de los perdedores: lo máximo que podemos esperar es crear las mejores condiciones posibles para el triunfo... y atenernos al resultado". Que así sea, Phil.

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