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procopio: café filosófico

Balmes

Acabo de leer por fin a Jaime Balmes. "El criterio" (1845), en una edición de bolsillo editada por el diario El Mundo. A veces era como leerme a mí mismo, porque mi "Ensayo sobre el sentido común" tiene un tono más bien balmesiano. La escuela escocesa del sentido común es también una forma de escribir, y en Balmes, aunque parezca mentira, la prosa recuerda a la que será una de las mayores del siglo, la prosa del narrador Robert L. Stevenson, y con una cita de este autor acaba el prólogo de mi ensayo.

La diferencia entre el sacerdote católico de Vic y yo es mi rechazo del orden sobrenatural que dibuja Balmes en su clasificación de las ciencias. Si Dios puede hacer lo que quiera hasta el punto de variar el orden natural, y tiene que poder hacerlo, el orden divino o sobrenatural no es tal. Dios es, pero no precisamente un orden, un orden preestablecido -toda mi crítica al optimismo filosófico del idealismo alemán que aun coleteará en Ortega-, ni un destino totalmente ciego, aunque muchas veces lo parezca -mi salto del pesimismo filosófico a una filosofía trágica pero no por ello, a diferencia de Unamuno, irracional o meramente sentimental. Si Dios fuera simplemente orden, bastaría la razón para conocerlo y amarlo (pero no se trata de una teológica razón de Dios sino de un filosófico amor intelectual a Dios); si Dios es totalmente desconocido, contradictoriamente tratado como el caos que se pretende negar, ni la fe basta, pero ya estaríamos más cerca (se trataría de un amor de Dios falseado por confundirlo con el caos, pero en un principio latente de verdadero amor intelectual). Mi tesis es que precisamente porque la razón no puede ser exhaustiva nos enseña el valor y vigencia de la fe en la relación con Dios, un Dios descrito por la razón, en mi caso, al modo de Spinoza, pero vivido en la fe, en la fe cristiana. No podríamos llamar orden a lo que la razón no puede identificar por si sola, y por eso el sujeto de partida de mi filosofía del sentido común no es el Dios de la religión católica sino aproximativamente la realidad que Deleuze llamó caosmos, orden-desorden solo a partir del cual podemos determinar las cosas, etc. Mi tesis es una tesis filosófica distinguida de una teológica o religiosa en este punto, y su foco se centra después en la cuestión ética y política de la humanidad. Pero no hay dos sustancias: Spinoza llama Dios o Naturaleza, sin panteísmo ninguno porque su relación es asimétrica con preferencia de Dios, a esto que he llamado caos y cosmos, orden-desorden, caosmos. Precisamente porque Dios no es totalmente conocible la razón no excluye el valor moral de la fe ni la ética de la democracia la verdadera religión, si bien en mis trabajos yo solo me he ocupado de la razón.

Por lo demás, "El criterio" es una obra bien sencilla, una especie de introducción a la sabiduría, como la de Vives. De Vives y Suárez hasta Balmes no hay filosofía española, salvo la fabulosa novela alegórica de Gracián "El criticón", la obra divulgativa de Feijoo en el "Teatro crítico universal" y en las "Cartas", y la Escuela de Valencia desde finales del siglo XVII hasta 1800 (Andrés Piquer sobre todos). Con Balmes, se reinicia la filosofía española y junto a él lo hace también Sanz del Río. Alguno diría que se trata de las dos Españas, salvo que una sigue una tradición y la otra menos, como muestra el caso del maestro en Kant Manuel García Morente en la fecha fatídica de 1936 y su repentina conversión última al catolicismo en "Idea de la Hispanidad", que bien mirado tampoco es lo mismo que la "Defensa de la Hispanidad" del tradicionalista moderno Ramiro de Maeztu.

Soy de la opinión que el problema de España no radica tanto en su siglo XVIII como en su siglo XVII, y esto por causas que se remontan al siglo XVI, y en concreto, a la Controversia de Valladolid. Esto es lo que hizo el franquismo, remontarse a tales fechas para volver a empezar: prohibir la monarquía y la libertad política para asentarlas sobre unas bases históricas adecuadas. El periodo excepcional del franquismo fue aparte de una dictadura a lo Donoso Cortés -y a lo Miguel Maura-, un régimen balmesiano. Balmes no fue, a diferencia del primero, diputado moderado, sino que apoyó un partido de unidad monárquica nacional, favorable al entrecruzamiento de las dinastías borbónicas y austríacas en la monarquía democrática. Es la diferencia entre el conservadurismo liberal de Martínez de la Rosa y Cánovas y el conservadurismo ya denominado popular del siglo XX tras el fiasco del reformismo maurista.

Es una lástima que en el siglo XVII la obra de Suárez, que recoge a su vez toda la ingente obra anterior de la Escuela de Salamanca, careciera de continuidad. Una obra descuella sin embargo en este siglo, o mejor dicho en su mitad, que es el final del espejismo imperial hispánico.

Me refiero a la increíble obra final de Gracián, "El criticón", de la que dijo Schopenhauer, y tras leerlo doy fe de ello, que era "quizá la más grande y la más bella alegoría que había sido escrita jamás", añadiendo en otro sitio: "Mi escritor preferido es este filósofo Gracián. He leído todas sus obras. Su Criticón es para mí uno de los mejores libros del mundo" (fuente: wikipedia). "El criticón" sitúa si no a la filosofía española sí a un posible "pensamiento de la nación", tal como se tituló el periódico político que Balmes dirigió en Madrid, a la altura que España empezó a perder a finales del XVI. Teniendo en cuenta lo que Santayana dijera a principios del siglo XX, "el conocimiento de la naturaleza es una gran alegoría que la acción interpreta", y que esta idea la recoge el francés Deledalle como un punto de encuentro de pensamiento entre el pragmatismo americano y la filosofía europea, la España del XVII tendría un rescate hermenéutico, no en su más brillante que sólido final Siglo de Oro, no en su, por otra parte fundante, "El Quijote" de Cervantes, sino en "El criticón" y por "El criticón" de Baltasar Gracián, como así trató de hacer María Zambrano en su reforma del entendimiento español, sugiriendo en "Persona y democracia" una clave para el entendimiento entre españoles ("la fe en lo imprevisible") y un papel histórico para España en el mundo.

A todo esto, nuestro amado Balmes, que tuvo postmortem sus discípulos protestantes (Pedro Sala), solo nos indica con inteligencia práctica el camino a seguir por este juicio, el camino del sentido común y la fe cristiana más que el del romanticismo krausista. Un sentido común, no obstante, heroico, y así, en la estela de "La tarea del héroe. Elementos para una ética trágica" de Savater, desemboca mi primerizo "Ensayo sobre el sentido común" en mi obra "Idea trágica de la democracia", como un criterio, ciertamente fronterizo o, por mejor decir, que distingue entre razón y fe, para entender la democracia y salvaguardarla de la demagogia.

2 comentarios

natascha -

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natascha kuznetsova
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13t -

Hijo de puta!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!